Fragmento de lo Infinito

Capítulo 68: La Caída

La atmósfera se volvió espesa como brea caliente. El aire mismo parecía huir del campo de batalla cuando aquella figura descendió del cielo, flotando con la gracia de un verdugo y la majestuosidad de una calamidad antigua. Todos quedaron inmóviles, atrapados en un trance de terror y desconcierto.

Pero entre todos ellos, uno no solo estaba impactado.

Estaba aterrorizado.

Biel, el Rey Demonio, el vencedor del Vacío, el Héroe del Eclipse… estaba arrodillado. Su cuerpo temblaba, su mirada estaba clavada en el suelo, vacía, desprovista de voluntad. Sus labios entreabiertos no pronunciaban palabra alguna, como si el alma misma se le hubiese escapado por la herida invisible del pasado.

Frente a él, la entidad habló con voz grave, como un eco distorsionado que rasgaba el tiempo.

—Veo que estás aterrorizado, Señor Demonio Biel… —dijo Khios con una sonrisa lenta y siniestra—. Bueno, es de esperarse. Este rostro... te llena de recuerdos, ¿no es así? Lo comprendo.

El tono no era de burla. Era peor. Era comprensión auténtica, la que solo un verdugo que conoce a su víctima puede pronunciar.

Biel no respondió. Sus manos estaban abiertas, caídas a los lados como ramas sin savia. Una gota de sudor descendió por su sien, se perdió entre las sombras de su cabello empapado. Su respiración era superficial, temblorosa.

Entonces, sin que nadie se lo esperara, Ylfur dio un paso al frente.

Con el rostro firme y la mirada resuelta, se colocó entre Biel y Khios, como una pared de carne y espíritu.

—No dejaré que lo toques —dijo con voz ronca, pero llena de fuego—. Aunque me cueste la vida… protegeré a mi amo. Él vengará a Palser. Vengará a Calupsu… y a mis hermanos caídos.

El silencio fue total por un instante.

Las palabras de Ylfur atravesaron la mente de Biel como una lanza ardiendo. Algo en su interior se quebró. La imagen de Calupsu, sonriendo torpemente mientras se arrodillaba. La voz de Palser, burlona pero leal. Todos esos momentos, apenas cicatrizados, volvieron a sangrar.

Sus manos se cerraron en puños.

Con un rugido sordo, Biel golpeó el suelo con toda su fuerza, haciendo que la tierra temblara como si un titán furioso despertara bajo ella.

—¡¿Por qué…?! —gritó, con la voz rota por la angustia—. ¡¿Por qué sigue pasando todo esto?! ¡Ya no quiero perder a nadie más!

Grietas se abrieron en el suelo como cicatrices que replicaban el dolor de su alma. Sus hombros temblaban, y sus ojos ardían con lágrimas que no quiso reprimir. Era un grito de impotencia, de luto mal curado. La escena era la de un dios que había olvidado cómo sostener su mundo.

—Tengo todo este poder… —murmuró, con los dientes apretados—. Pero no he podido salvarlos. Ellos confiaron en mí. Juraron lealtad. ¡Y aun así… no los salvé!

Se quedó en silencio, jadeando, mientras el aura de Khios se hacía cada vez más opresiva, como una noche sin estrellas que se cierra en torno a una vela agonizante. Pero entonces, una voz rompió la oscuridad emocional.

—Biel… —dijo Acalia, dando un paso adelante, su cabello ondeando por el viento de magia—. No estás solo.

Él levantó apenas la vista, viendo a Acalia avanzar con los ojos brillantes de determinación.

—Aunque caigas, aunque te rompas… yo estaré ahí para levantarte. Siempre. Caminaré contigo, incluso si es por un sendero de sombras. Porque tú me salvaste primero.

Xantle, su atuendo se agitaba como si el aire mismo lo temiera y una sonrisa retorcida por el dolor, se sumó.

—Esa vez, en la aldea… ¿recuerdas? Me salvaste de aquel bandido. Me diste algo que nadie más había hecho: confianza. Y eso vale más que la vida. Por eso… no me apartaré de ti.

Easton, con los ojos brillantes de emoción contenida, habló con voz firme.

—Ese día… salvaste no solo a mi hermana. Salvaste a muchos y además ayudaste en la reconstrucción de las casas. Nos mostraste que la esperanza aún podía nacer en medio del caos. No te rindas ahora, amigo… ¡No te atrevas a caer ahora!

Y uno por uno, las voces comenzaron a alzarse. Como antorchas encendidas en medio de la noche.

—¡Biel! —exclamó Sarah, dando un paso adelante—. Aquel día, en las tierras oscuras… luchaste contra mi padre. Y moriste, sí… pero volviste. ¡Volviste por nosotros! ¡Eres un milagro! ¡Un guerrero con alma! ¡No eres débil… tu humanidad sigue ahí, latiendo con fuerza!

Las lágrimas caían ahora por el rostro de Biel, como cristales rotos por una tormenta interior.

Pero sus ojos… sus ojos volvían a brillar.

Como carbones encendidos tras la ceniza.

Se puso de pie. Sus músculos temblaban por el esfuerzo emocional, pero sus piernas se mantuvieron firmes como raíces milenarias. Su aura comenzó a arder. Primero como una brisa cálida… luego como una tormenta desatada.

—Gracias… a todos. —murmuró, alzando la cabeza—. No merezco tanto. Pero si aún están a mi lado… si aún creen en mí… ¡entonces no puedo caer!

El cielo respondió a sus palabras con un relámpago que cortó las nubes. El viento cambió de dirección, arremolinándose a su alrededor como si el mismo mundo quisiera que luchara.

Sus ojos, llenos de lágrimas, se fijaron en Khios.

—¡Khios! —rugió, con una voz que reverberó como un rugido celestial—. No sé por qué has vuelto. No sé qué clase de monstruo eres. Pero lo que sí sé es que no me rendiré. ¡Porque no peleo solo!

Dio un paso adelante. Su aura estalló como un sol negro, envolviendo a los demás sin dañarlos, fortaleciéndolos. Era el poder del Rey Demonio… pero también el de un hombre al que el amor, la amistad y el sacrificio habían convertido en algo más.

—No dejaré que arranques más sonrisas de los rostros que amo —dijo Biel, su voz ahora firme como una espada afilada—. ¡No permitiré que otro mundo caiga bajo tus pies!

Khios lo observaba en silencio, su expresión ahora más analítica que burlona.

—Interesante… así que todavía tienes fuego. Me alegra. Sería aburrido destruirte si no opones resistencia —dijo con una sonrisa lenta—. Entonces... que comience la danza.



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En el texto hay: juvenil, magia, fantasia sobrenatural

Editado: 02.08.2025

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