El aire vibró de forma imperceptible antes de que ocurriera.
La multitud de aspirantes que llenaba la gran explanada del Instituto de Historia Mágica guardaba silencio por unos segundos, solo para estallar de inmediato en murmullos y exclamaciones cuando la directora apareció en el escenario central.
Una figura elegante, serena y con una autoridad natural que no necesitaba palabras. Cada paso suyo era medido, preciso, como si el suelo se acomodara para recibirla.
—Bienvenidos, aspirantes. —Su voz no fue fuerte… pero se escuchó en cada rincón como un susurro que obligaba al alma a prestarle atención.
Una oleada de asombro recorrió al grupo. Era común que la apertura del ciclo escolar estuviera a cargo del subdirector, mientras que la directora rara vez se presentaba más allá de la ceremonia inicial. Su presencia era tan infrecuente como un eclipse mágico.
Los comentarios no se hicieron esperar:
—¡Es la directora… en persona!
—¿Qué hace aquí? ¿No debería estar en su torre?
—Tal vez viene a ver a los que tienen habilidades comunes. Ya sabes… los del brazalete azul.
—¿Y si es por algo importante? ¿Creen que haya pasado algo?
El murmullo era un río desbocado. Pero uno cuyas aguas seguían envenenadas de prejuicio.
Los aspirantes con brazaletes naranjas eran el blanco fácil de miradas torcidas y comentarios a media voz. Especialmente dos chicos al fondo del grupo: Xantle y Easton. Ambos permanecían juntos, aunque con reacciones muy distintas.
Easton, despreocupado, bromeaba con una sonrisa de oreja a oreja, haciendo malabares con una piedra flotante que manipulaba con magia de viento.
—Relájate, Xantle, los mirones son parte del paquete. Que se rompan el cuello de tanto torcerlo.
Pero Xantle… bajaba la cabeza. Su mirada evitaba el contacto. Su cuerpo parecía encogerse más con cada palabra cargada de desprecio que rozaba su oído.
Biel observaba desde su lugar. Sentía cada punzada de rechazo como si le atravesaran la piel.
Apretó los puños, con los dientes tensos.
“No hemos cambiado nada”, pensó. “Nada realmente.”
Entonces, los recuerdos llegaron.
El eco de una voz monstruosa, profunda como una caverna sin fondo, retumbó en su mente.
"Esto es un ciclo..."
"Eventualmente volveré, pues la desesperación nunca acabará..."
"Eso también es para las demás calamidades. Todas somos ciclos sin fin. Aunque morimos, volveremos."
Belcebú, la calamidad de la desesperación, le había dicho esas palabras dentro de la Dimensión Cero. Y ahora, resonaban con una claridad aterradora.
“Es cierto…”, pensó Biel. “Sacrifiqué todo… y el mundo fue reconstruido… pero no pude eliminar esto.”
La discriminación.
Seguía allí. En los rostros. En los ojos. En los susurros que se clavaban más que cualquier cuchillo.
Las voces seguían, una tras otra, como un martillo implacable golpeando el mismo clavo oxidado. Pero entonces…
—Silencio.
La palabra fue una orden. Una sentencia.
El mundo se detuvo.
Una oleada de aura emergió desde la directora. No fue solo magia. Fue presencia pura. Como si el aire se hiciera más pesado de repente. Como si el tiempo decidiera guardar respeto por instinto.
Todos se paralizaron. Literalmente.
Los cuerpos se tensaron, las bocas se cerraron, las miradas se congelaron. Algunos cayeron de rodillas, no por voluntad, sino por la fuerza abrumadora que los empujaba como una ola invisible.
Todos… excepto uno.
Biel.
Ni siquiera pestañeó. Su cuerpo permaneció erguido. Su expresión inmutable. No era arrogancia. Era… reconocimiento.
Y entonces sus miradas se cruzaron.
En ese instante, fue como si el tiempo se hundiera en un pozo profundo. Biel y la directora se vieron. Realmente se vieron.
Y ambos se reconocieron.
Sus ojos se abrieron ligeramente, sorprendidos. La directora, por un leve segundo, pareció perder el control de su expresión. Una chispa de emoción brilló en sus pupilas. Biel, en cambio, sintió que el estómago se le contraía.
—“No puede ser…” —murmuró en su mente.
Ella era Yael… "Enit".
La reina de los espíritus. La diosa que una vez…
Pero no. No ahora.
Ahora… era la directora del instituto. Y él no debía recordarla como otra cosa. No todavía.
La directora recuperó el control de su aura con una sutileza impecable. En un parpadeo, retiró aquella presión que había cubierto a los aspirantes como una losa de mármol.
Todos volvieron a respirar. Las piernas se aflojaron. Las cabezas giraron lentamente.
El silencio permaneció… pero ahora era otro. Uno lleno de respeto, de temor… de curiosidad.
Los susurros cesaron.
La directora bajó un peldaño, deteniéndose frente al borde del escenario. Sus manos, unidas a la altura de la cintura, emanaban una tranquilidad que solo podía lograr quien lleva siglos observando sin intervenir.
—Este año será diferente. —dijo con calma—. Porque ustedes también lo serán.
Los ojos de muchos se agrandaron. Biel bajó la mirada un instante, todavía procesando lo que acababa de sentir.
“¿Qué haces aquí, Yael…?”, pensó. “¿Por qué… ahora?”
Xantle alzó la vista. Por primera vez, sus hombros dejaron de temblar.
Easton se cruzó de brazos, murmurando con media sonrisa:
—Vaya… me gusta cuando las cosas se ponen raras.
Los brazaletes naranjas dejaron de ser motivo de burla. Al menos por ahora.
Biel respiró hondo. Su mirada volvió a cruzarse con la de la directora.
Editado: 02.08.2025