Fragmento de lo Infinito

Capítulo 81: Donde la Magia Respira y el Dolor Calla

No existe un amanecer igual en Renacelia.
Allí, la luz no solo despierta al mundo: lo bendice.

Desde el horizonte, cuando el sol aún bosteza en tonos ámbar y coral, una sinfonía de energía y arquitectura florece como una flor que nunca se cierra. Es la danza de una ciudad que respira entre la memoria de las ruinas y el futuro de los sueños. Una urbe donde el mármol ancestral se funde con cristal sintiente. Donde los templos cantan al pasado y las torres titilan con vida propia. Renacelia no fue construida… fue soñada, y luego tejida con la aguja invisible de los imposibles.

En el centro de esta maravilla vive la Plaza del Vínculo Eterno, un cruce de almas y símbolos. Cada losa del suelo está tallada con runas antiguas que parpadean con una luz sutil, como si la ciudad misma respirara bajo los pies. Por la noche, esas runas se iluminan con el latido emocional de los transeúntes: los más felices ven colores dorados; los melancólicos, azul noche; los enamorados, rojo carmesí.

Rodeando la plaza se alzan templos de piedra negra, retorcidos como enredaderas sagradas, con vitrales encantados que no narran historias fijas, sino pasajes del alma de quien los mira. En primavera, las escenas suelen mostrar nacimientos, danzas, comienzos; en invierno, despedidas, promesas, esperanza en medio del frío. Cada vidrio, una emoción atrapada en luz.

Y en el centro, como si el cielo hubiese plantado su bandera en la tierra, se alza el Templo del Alba. Parece esculpido no por manos humanas, sino por la brisa de una aurora celestial. Su cúpula flota, suspendida sobre columnas que no la tocan, mantenida en el aire por magia pura condensada. Cada mañana, al primer rayo de sol, la cúpula emite un haz de luz pulsante que recorre toda la ciudad como un corazón que palpita energía vital. Es la bendición diaria de Renacelia: un pulso de renacimiento eterno.

Más allá del núcleo, las torres del distrito tecnomágico se elevan como cuerdas de un arpa que el viento toca. Estas construcciones no son solo edificios: respiran. Hechas con aleaciones biotecnológicas, ajustan la temperatura y la humedad interna según el estado de ánimo de sus habitantes. Su piel metálica florece o se contrae con los ciclos lunares.

Pasarelas flotantes cruzan entre las torres como hilos invisibles. Por ellas se deslizan aerocarros de levitación, que dejan estelas de luz mientras serpentean por el aire con gracia de libélulas. Y entre ellos, como mensajeras del nuevo mundo, vuelan drones en forma de golondrina mecánica, cargando mensajes, libros o incluso pétalos encantados para ocasiones románticas.

Por las calles, pantallas de niebla mágica proyectan arte en movimiento, proverbios antiguos, mapas emocionales, o noticias traducidas a lenguaje de signos, canto o imagen. Todo fluye con naturalidad: en Renacelia, la magia no asusta y la ciencia no enfría. Ambas conviven como hermanas nacidas del mismo sueño.

Las calles no son simples caminos, son cintas de piedra azul oscuro entretejidas con filamentos de luz sensorial. Esta red luminosa no solo guía el paso de los caminantes, sino que responde a su estado emocional. ¿Estás perdido y ansioso? Las luces se vuelven verdes y trazan la ruta más tranquila. ¿Estás enamorado? Se tornan rosadas y te conducen por senderos florales. ¿Tienes prisa? Parpadean en amarillo y te abren atajos insospechados.

Las farolas medievales que bordean las calles no tienen velas ni electricidad. Flotan pequeñas esferas de luz blanca en su interior, que se encienden solas al anochecer como luciérnagas obedientes, mediante hechizos cronomágicos.

En los barrios mixtos, la arquitectura no compite: conversa. Casas de tejados góticos con gárgolas vivas —sí, vivas, parlantes y chismosas— miran desde las alturas con ojos brillantes. Se cuelgan de los aleros, se burlan entre ellas, y cuentan cuentos a los niños que no pueden dormir. A su lado, estructuras minimalistas de paredes translúcidas crecen con jardines verticales, donde mariposas bio-lumínicas revolotean sin miedo.

La Torre de los Ecos, con sus cien pisos, es una biblioteca que huele a tiempo. En sus niveles bajos hay libros de papel y tinta viva; en los intermedios, hologramas interactivos; en los superiores, guardianes espirituales que te susurran fragmentos de conocimiento olvidado. Subir cada piso es como atravesar eras distintas del saber.

El Santuario del Hálito, en cambio, es otro mundo. Suspendido entre las ramas de un árbol milenario artificial, una selva interior florece perpetuamente. Lianas que vibran con energía arcana, aves elementales que entonan canciones curativas, y plataformas flotantes donde monjes-tecnobotánicos meditan en paz, se integran en un equilibrio tan delicado que parece tejido por la propia Naturaleza.

Renacelia aún conserva sus murallas… pero las ha reimaginado.
Altas, sí. Ciclópeas, sí. Pero ahora están recorridas por gólems centinela, criaturas de obsidiana y hueso mágico que marchan sin pausa, revisando el horizonte con ojos de rubí. Las torres de vigilancia levitan suavemente, moviéndose para obtener mejores ángulos, y sus escudos de energía brillan en tonos ámbar cuando detectan alteraciones.

El Arco de los Portales, la entrada principal a la ciudad, es una maravilla en sí. Cristales dimensionales flotan incrustados en su superficie y responden a palabras clave grabadas en el alma del viajero. Si tienes permiso, puedes abrir desde allí portales temporales o cruzar a regiones lejanas en segundos.

El cielo de Renacelia nunca está solo.

Durante el día, aeronaves etéreas cruzan el firmamento en silencio. Algunas son transporte; otras, patrullas celestiales. También hay ballenas bio-etéricas que flotan a gran altura, como nubes vivientes, esparciendo partículas purificadoras. Estas criaturas no tienen nombre… porque solo responden a los sueños.



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En el texto hay: juvenil, magia, fantasia sobrenatural

Editado: 02.08.2025

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