Y probablemente no lo sepa nunca.
No es que no quiera saberlo. En realidad, me encantaría poder darle un nombre a lo que siento cuando te veo, pero, ¿podría mi mente olvidase de ti, entonces? Justo ahora, no te pienso siempre; a veces, nunca. Saber tu nombre te sembraría en mi cabeza y crecerías como una planta enredadera por los decadentes muros de mi mente. Y no sé si quiero eso. O tal vez tengo miedo de desearlo con tanta fuerza y que me destruya el alma como lo suele hacer un amor no correspondido.
Cuando te veo a lo lejos, sonrío; a veces, anhelo y otras, aunque no demasiadas, me duele el pecho con esa sensación de perdida y arrepentimiento. Y es que quiero cruzar la calle, saludarte con una sonrisa confiada y preguntarte de una vez por todas: ¿cuál es tu nombre?
Pero, probablemente, no me atreva a hacerlo nunca…