Fragmentos de diciembre

Lo que quedó de nosotros

El arbolito seguía ahí.
Más alto, tal vez... o quizá yo más pequeña.
Las flores moradas seguían cayendo como antes, como si supieran que alguien iba a volver a buscarlas.

Me senté en la jardinera, en ese rincón que alguna vez fue nuestro.
O tal vez solo mío, porque al final siempre fui yo la que se quedó esperando.
La escuela estaba vacía ahora. O quería creerlo. Pero el ruido seguía en mi cabeza: tu risa burlona, tus bromas pesadas, tu voz diciéndome que no me callara tanto, que no fuera tan dura conmigo misma. Y yo... tan terca, tan callada, tan rota... solo te escuchaba cuando ya era tarde.

No sé por qué volví.
Tal vez porque me mentí demasiado tiempo diciéndome que ya te había soltado.
Que ya no dolía.
Que ya no esperaba oír de nuevo el sonido de tu moto azul doblando la esquina.

Esa moto.
Esa maldita moto.
Por la que tanto te reclamé, tanto discutimos, tanto te esperé.
La moto con la que empezó todo... y con la que también te alejaste por última vez.

Pensaba que había dejado atrás esta historia.
Pero basta con cerrar los ojos aquí, con el viento de diciembre en la cara, para que todo regrese.
El día en que nos presentaron. La forma en que me miraste sin decir mucho.
No fuiste como los otros.
No buscaste impresionarme.
No invadiste mi espacio.
Y eso me desarmó.

Sin darme cuenta, ya te estabas quedando.
No sé si fuimos novios, pareja, locura compartida o todo eso junto...
Solo sé que me perdí en ti. Que me entregué de una forma que hoy me da miedo recordar.
Que te di todo porque tenía miedo de que, como todos los demás, tú también me dejaras.

Contigo bajaba la voz.
Te escribía poemas que nunca le mostré a nadie.
Escuchaba esas canciones que hoy no puedo oír sin apretar los puños:

"Soñé", "Labios Rotos", "Huracán"...
Canciones que aún llevan tu nombre escondido, aunque no quiera.

Pero la verdad siempre termina saliendo.
El pasado volvió, cargado de cosas que yo no supe cómo contarte.
Tú tampoco supiste cómo perdonarlas.

Te fuiste.
Y yo me rompí.

Te rogué —lo admito—, porque perderte dolía más que perderme a mí misma.
Volviste... pero ya no eras el mismo. O tal vez yo ya no era la misma.
Aunque a ratos volvíamos a ser nosotros. Y eso era peor.
Saber que aún podía ser tan real... y que aun así se estaba deshaciendo.

Duramos seis meses de idas y vueltas, de pausas sin sentido, de despedidas mentirosas.
Yo creía que el amor bastaba. Que el amor podía salvarnos.
Qué ingenua.

Pensaba que habría tiempo para abrazarte más, para decirte más, para empezar de nuevo.
Pero aprendí —tarde— que el tiempo no espera.
Que cuando alguien decide irse... ya no hay manera de detenerlo.

Ahora estoy aquí.
Sentada en esta jardinera vieja, viendo este arbolito de flores moradas que florece solo cuando alguien recuerda.
Y yo recuerdo.

A ti.
A mí.
A la chica que fui cuando creía que el amor todo lo podía.

No sé si volverás.
No sé si en el fondo todavía espero que vuelvas.
Solo sé que el viento sopla, que las flores caen...
y que en este lugar donde todo empezó... algo de ti todavía vive.

Aunque ya no seas tú.
Aunque ya no sea yo.

Pero como llegamos a esto era la pregunta, esta es nuestra historia



#5586 en Novela romántica
#556 en Joven Adulto

En el texto hay: drama, ficcion, amor toxico

Editado: 19.07.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.