—¿Entonces no lo conocías? —me pregunta Amanda mientras salimos del salón.
—No… solo escuché su voz. Ni siquiera lo vi bien.
—Pues deberías dar gracias —interviene Sofí, que acaba de alcanzarnos en el pasillo.
—¿Tú sí lo conoces? —le pregunto con sorpresa.
Sofí asiente con una sonrisa divertida.
—Obvio. Se llama Heider, está en quinto semestre, siempre se la pasa en su salón es muy raro q salga de su salón
—No sé quién es Iván —respondo, aún algo confundida.
—No importa. Ven, te lo presentamos. Está por la cafetería.
Siento un pequeño nudo en el estómago. No sé si es nervios o pura inseguridad. Pero mis piernas la siguen. Amanda y Sofí van un poco adelante, hablando entre ellas. Yo camino detrás, mirando al piso, como si eso me ayudara a pensar con claridad.
Cuando llegamos al salón de cómputo, y en el momento que pasamos por el salón del quinto b, sofí me da un codazo
-Es ese chico de ahí el que tiene puesta la hoddie negra- dice en susurros mientras me indica con la mirada un chico en la penúltima fila penúltimo lugar.
Él está ahí. Alto. Moreno, delgado, a simple vista
Sentado, con un audífono en una oreja y una libreta medio abierta frente a él. El sol cae justo en la esquina, y su chamarra oscura contrasta con la luz. Es… distinto. Tiene algo. Una especie de presencia que incomoda y atrae al mismo tiempo.
Sofí se adelanta.
—Heiden-
Él levanta la mirada, y por fin lo veo bien.
Sus ojos son más intensos de lo que imaginaba.
—Ella es mi amiga, la que te iba a presentar —dice Sofí, señalándome.
Él me mira directo, como si ya me conociera de antes. Como si no necesitara más explicación.
—Hola —dice, otra vez.
Y esta vez, su voz no es una sorpresa. Esta vez me eriza la piel de una forma más clara.
—Hola —respondo, tratando de mantenerme serena.
—Ya nos tenemos que ir, pero se querían conocer —añade Amanda como excusa.
—Sí… gracias —murmuro, torpe.
Siento su mirada fija mientras me acomodo el cabello detrás de la oreja.
—¿Cómo te llamas? —me pregunta él.
—Ariadna—.
Él asiente, como si lo supiera ya, como si lo repitiera en su cabeza.
Después de unos segundos incómodamente largos, doy un paso hacia atrás.
—Bueno… ya casi entramos a las clases.
—¿Y si hablamos después? —dice, sin quitarme los ojos de encima—. Cuando termines tus clases.
Lo miro. Algo en su tono es más firme que amable.
Pero asiento.
—Sí… antes de que entren mi taller. Te busco.
Damos media vuelta. Siento su mirada clavada en mi espalda hasta que doblamos por el pasillo. Amanda me lanza una sonrisa burlona.
—¿Y ahora qué?
—No sé —respondo.
Pero sí sé.
Algo empezó a moverse dentro de mí. Como un mecanismo que no controlo, como un imán que me arrastra sin permiso.
Y lo peor es que no estoy segura de querer resistirme.