No lo volví a ver después de aquel día. Me fui a casa con la cabeza llena de cosas, pero con una sensación extraña en el pecho. No sabía por qué lo recordaba tanto, si apenas había hablado con él. Aun así, algo en mí quería volver a verlo, como si me faltara una conversación que no había pasado, un gesto que no se había dado.
Al día siguiente, entre clases, me armé de valor y fui a buscarlo a su salón. No tenía ningún pretexto, solo quería verlo. Cuando lo encontré, estaba riendo con algunos de sus amigos. Me miró, y esa sonrisa suya —esa que parecía segura de todo— hizo que olvidara por completo lo que iba a decir.
Pasamos un rato juntos, hablando de cualquier cosa, hasta que comenzaron las clases y tuve que irme al mío. El resto del día lo sentí más largo de lo normal, como si las horas no pasaran. Hasta que llegó el receso, y me llegó un mensaje suyo:
“Ven, comemos juntos.”
Y fui.
Nos sentamos en uno de los pasillos, con nuestras mochilas al lado y la comida olvidada a medio terminar. La gente pasaba, hablaba, reía… pero en ese pequeño rincón, todo se sintió ajeno, suspendido.
Él me miraba como si buscara algo en mis ojos, y por primera vez no supe si debía sostenerle la mirada o escapar de ella.
—Eres rara —me dijo con una sonrisa ladeada.
—¿Rara? —reí, intentando disimular los nervios.
—Sí, rara… pero me gustas así.
No supe qué contestar. Solo lo miré. El silencio se volvió tan denso que podía escucharse mi respiración.
Entonces se acercó, poco a poco. Sentí su aliento mezclarse con el mío. Todo lo demás se desdibujó: el ruido, el pasillo, el reloj marcando la hora. Solo quedamos él y yo, atrapados en ese instante.
Y me besó.
No fue torpe ni rápido. Tampoco fue perfecto. Fue real.
Suave, cálido… como si en ese beso se mezclara la curiosidad con el miedo, la sorpresa con la necesidad.
Cuando se separó, todavía podía sentir su respiración cerca.
—No sé por qué, pero tenía que hacerlo —dijo, con esa voz grave que todavía me hacía temblar.
Yo no dije nada. Solo sonreí, intentando ocultar el temblor de mis manos.
No sabía cómo describirlo. No era un beso cualquiera, pero tampoco podía explicarlo.
Solo sabía que a partir de ese momento, algo en mí cambió.
Y que ya no había vuelta atrás.