EL RUMOR

Los días siguientes todo parecía seguir igual… al menos en apariencia.
Aún se veían en los pasillos, aún se buscaban con la mirada entre clases, y aún se sonreían como si nada hubiera cambiado. Pero dentro de ella algo se sentía distinto… una sensación extraña, como si algo invisible comenzara a separarlos.

Todo empezó una mañana cualquiera.
Mientras ella acomodaba sus cosas en el pupitre, una de sus amigas se le acercó con el ceño fruncido.
—Oye… ¿ya te enteraste de lo que están diciendo? —preguntó en voz baja, mirando alrededor.
Ella levantó la vista, confundida—. ¿De qué hablas?

La amiga dudó unos segundos antes de responder.
—De ti… y de él. Dicen cosas que no son ciertas, cosas feas. No sé quién lo empezó, pero… ya todos lo comentan.

El corazón se le encogió. Sintió un calor repentino subirle al rostro, una mezcla de vergüenza y enojo. No sabía qué decir. Solo quería que el suelo se abriera y la tragara.

Ese día lo buscó, necesitaba hablar con él, explicarle que nada de eso era verdad.
Cuando por fin lo encontró al final del pasillo, él ya sabía. Su mirada era fría, distante, tan distinta a la de los días anteriores.

—No tienes que explicarme nada —dijo él, sin dejarla hablar—. Ya escuché suficiente.

—Pero no es verdad —le interrumpió, la voz temblorosa—. Tú me conoces, sabes que no haría algo así.

Él la miró por unos segundos… y aunque en sus ojos aún había algo de cariño, también había desconfianza.
—No sé qué pensar —murmuró, dando un paso atrás—. Solo dame tiempo, ¿sí?

Ella asintió, aunque sabía que esas palabras eran el principio de un abismo.
Esa noche, él le escribió. Ya no era el mismo mensaje dulce de antes, no eran las bromas ni los “te extraño” de cada noche. Eran reclamos, frases cortantes, silencios que dolían.

Ella lloró frente a la pantalla, rogándole que le creyera, que no la dejara.
Y aunque sabía que algo dentro de él ya se había roto, seguía allí… porque lo amaba.
Porque, incluso en medio de la tormenta, no podía imaginar su vida sin él.