Ahí estaba yo, parada en el marco de la puerta, con dos tazas en mis manos. Sentía las gotas frías de mi cabello recién lavado resbalar por mis mejillas. Antes de entrar, me detuve unos segundos más, observando la escena que se extendía frente al ventanal gigante. Llevaba puesto un suéter de crochet Negro. La ropa, como el día, de sentía pesada.
—Te quedarás allí observándome por siempre —al escuchar eso salí de mi transe rápidamente, y continúe con mi camino por la grande sala de colores cálidos que la hacían muy acogedor, terminando en un imponente ventanal de cristal.
Mientras caminaba le dije —me gustaba lo que estaba viendo— con voz seductora. Terminé el recorrido y le ofrecí una de las tazas de té que tenia entre mis manos, era de frutos rojos, su favorito, y me dijo:
—Ah.. sí — con una voz y expresión juguetona, reí por su ceja alzada que creaba una atmósfera coqueta, solo le faltaba una rosa entre sus dientes. Cogió la taza con la mano izquierda, — gracias — sonrió.
Procedí a sentarme a su lado, encima de una sábana caliente que se encontraba en el piso. Él llevaba una sudadera blanca, holgada y su cabello castaño oscuro estaba peinado hacia un lado, un intento fallido de orden que solo resaltaba su complexión pálida y su fatiga. Una vez acomodada y con vista al frente del ventanal que tenía dirección al patio trasero de su casa. Era un día nublado, con algo de brisa, excelente para observar como caían las pequeñas gotas de césped; daba una paz inexplicable junto a la chimenea que se encontraba en la habitación, un ambiente perfecto para un maratón de películas de terror con muchos caramelos.
Volteé mi mirada con discreción a mi izquierda. No quería ser obvia. Con mi vista periférica miré que tenía dificultad para beber del contenido de la taza. Pero no podía ofrecerle mi ayuda; de enojaría no conmigo, sino con él mismo. Estas últimas semanas fueron de mucho esfuerzo para él y sí le ofrezco mi ayuda podría sentirse inutil, palabras que es su favorita para referirse a él mismo, y quiero evitar que tenga otra recaída.
— Sé lo que estás pensando —Me quedé inmóvil, mirando el té de frutos rojos burbujeando un poco en la taza. Esperé, conteniendo la respiración, sabiendo exactamente a dónde quería llegar con su comentario.
—Sí puedo, no debes por qué preocuparte, no lo dejaré caer, mi brazo lo siento como nuevos después de las terapias —No le dije nada, solo lo observé. Sabía que dijera lo que dijera lo tomaría a mal, pues cree que todos lo ven con lástima.
Con dificultad, dejo la taza a un lado y por un momento miró a través del cristal, observando como Caían las gotas afuera y cómo los árboles eran empapados. Yo me limité a mirarme los calcetines que tenía; eran rojos con rayas blancas de Elmo, y Lucca llevaba unos idénticos con rayas azules del monstruo comegalletas. Sonreí al recordar que lo obligué a usarlos porque, según él, eran muy feos.
Con su vista aún puesta afuera pronunció: —Extrañaré esto —lo dijo con una voz tan tranquila y suave.
Casi se me cae el té de las manos. La sonrisa que anteriormente tenía se desvaneció por las palabras pronunciadas. Lo volveé a ver con rapidez y tomé su rostro con mi mano para que me mirara: —Sabes que odio que digas eso —lo dije con enojo. Él sabía que esto me afecta mucho, siempre terminamos molestos cuando dice este tipo de cosas.
— Hanna, ya hemos hablado de esto —sentí cómo mis ojos se empezaban a humedecer. Poco a poco empecé a entrar en un estado de intranquilidad, de angustia, y mi respiración empezó a ser más pesada.
—Pero tú no sabes que puede pasar, hay tantas posibilidades, el doctor dijo que no debes ser pesimista, todavía hay esperanzas —lo dije con rapidez, estaba alterada y afectada.
Me miró con una sonrisa en el rostro, esa sonrisa con la que muchas veces me hizo suspirar. Tenía ganas de llorar, y estaba a un paso de hacerlo.
Él se acercó a mí con velocidad, y ahí estábamos cara a cara, con perspectivas diferentes. Yo podía ver tanta serenidad en sus ojos de color azul, su mirada transmitía aceptación, y por otro lado él miraba mis ojos marrones que ya estaban a punto de explotar en un mar de llanto. Lentamente acercó su rostro y, cuando nuestros labios estaban a punto de hacer contacto, se detuvo y me dijo: —No quiero que sufras por mi culpa. —Y él terminó por juntar el poco espacio que nos separaba. Y fue allí donde exploté finalmente.
Nuevamente, por mis mejillas caían gotas, pero esta vez eran lágrimas calientes. El beso duró unos segundos, un consuelo desesperado en medio del dolor. Reaccioné y con rapidez separé mi rostro del suyo, fijé de nuevo mi vista hacia afuera mientras limpiaba con torpeza las lágrimas con mis dedos, pero estás no dejaban de salir; sin embargo, fui interrumpida por una voz grave.
—Quiero sentir la lluvia, ¿me ayudas a salir afuera?, por favor — me obligué a sonreír cuándo por dentro tenía un huracán de emociones. Me levanté del piso, y di pocos pasos para llegar a la silla de ruedas que estaba junto a un mueble de madera que tenía un florero con margaritas. De allí nuevamente lo miré, tan frágil y tan vulnerable. Me dolió verlo así. El Lucca que conocía ya no estaba, o estaba pero tan lastimado y fragmentado. Me apresuré a ayudarlo y me prohibí por el momento pensar en ello, no quería retroceder su avance otra vez. Sentí mis músculos tensarse, mi máscara de autocontrol estaba por caerse de nuevo, pero únicamente me limité a sonreír falsamente y caminé hacia él: — ¿Quién no sé baño y quiere bañarse con la lluvia para disimular? —Él solo río, pero ya no como antes.
"Hay amores que duran lo que un día, pero que son el resumen de toda una vida." — Benito Pérez Galdós.
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Esta es una pequeña parte de la historia, la agregué para ver el recibimiento de las personas, para tomar la decisión de seguir escribiendo la historia o dejar la idea de escribir un libro.