En la orilla del mar me senté una noche,
la luz de la luna abrazaba mi soledad,
y aunque llegué con el alma en derroche,
su brillo calmó mi triste ansiedad.
Llevaba en el pecho tanta angustia,
no sabía qué rumbo debía seguir,
pero en ese instante, en esa penumbra,
sentí que algo empezaba a fluir.
Yo quería ser como la ola inmensa,
libre, fuerte, asombrosa en su andar,
seguir un camino, tener una esencia,
y no temer más al ir o al regresar.
La luna me hablaba con su calma pura,
y en su reflejo encontré claridad.
Sola no me sentía, sentí su ternura,
y en esa orilla hallé mi verdad.
Aquel día, sin buscarlo, comprendí,
que a veces el alma solo quiere escuchar,
y que hay respuestas que vienen por fin…
cuando el corazón se sienta a mirar el mar.