Era un verano atípico en Salt Lake. El sol había desaparecido hacía días, oculto tras un cielo gris que parecía anunciar tormenta, aunque la lluvia nunca llegaba. El aire tenía una pesadez inusual, como si la ciudad contuviera la respiración, esperando algo que nunca terminaba de suceder.
Darcy ajustó la correa de su mochila y salió rumbo al instituto. Su último año en la carrera de Hotelería y Turismo avanzaba más rápido de lo que le gustaría. Entre prácticas, proyectos y exámenes, apenas tenía tiempo para pensar en otra cosa. Pero, aunque lo intentara, había recuerdos que se colaban entre las grietas de su mente en los momentos menos esperados.
El sonido de pasos apresurados la sacó de sus pensamientos. Giró apenas el rostro antes de que una voz familiar la llamara.
—¡Dar, espera! —Lola la alcanzó, con su cabello ondeando al ritmo del viento. A su lado, Ricky caminaba con las manos en los bolsillos, su expresión neutra, como si no terminara de decidir si quería estar allí.
—¿Irás a la fiesta de Dave? —preguntó Lola con entusiasmo, ignorando por completo el semblante indiferente de su novio—. Es su cumpleaños y varios del cole estarán allí.
—O al menos eso se rumorea en el grupo —añadió Ricky con tono desinteresado, aunque sus ojos se mantuvieron fijos en Darcy.
Ella hizo caso omiso a su comentario y se enfocó en su amiga.
—No lo creo. Su casa de vacaciones queda en Pines Lake. Se me complicaría.
—¡Vamos, Darcy! —Lola le dio un pequeño codazo en el brazo—. Puedo pedirle prestado el carro a mi hermano… o sobornarlo para que nos lleve. Así podemos disfrutar tranquilas. Jake y Carter también irán.
Darcy abrió la boca para responder, pero Ricky se adelantó.
—Creo que Carter no irá —dijo con rapidez, con esa manera suya de hablar que siempre parecía calculada—. Dijo que quería ir con Sasha, pero al día siguiente tienen un viaje programado, así que se le complica.
El cuerpo de Darcy se tensó, y Ricky lo notó.
No quería otra conversación incómoda con él. Desde hacía tiempo, su relación con Ricky se había reducido a miradas fugaces y palabras escasas. La amistad que alguna vez existió entre ellos se había desmoronado, dejando solo los escombros de una tolerancia forzada por Lola.
—Chicos, faltan meses para la fiesta de Dave. Apenas estamos en febrero. Cualquier cosa puede pasar —dijo con tono neutro, esperando desviar la conversación.
Al llegar a la plaza mayor, Lola y Ricky tomaron otra ruta, charlando entre ellos, mientras que Darcy siguió caminando unas cuadras más hasta su instituto.
Apretó la correa de su mochila con más fuerza. No le gustaba hablar de Carter. Ni de Sasha. Ni de Ricky. Ni de todo lo que se había perdido entre ellos.
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A la salida, Darcy se sentó en uno de los bancos de la plaza y esperó.
Sabía que él pasaría por allí.
El aire cálido de la tarde hacía que las sombras de los árboles se alargaran sobre el suelo adoquinado. Se alisó la blusa lila y se aseguró de que su coleta estuviera bien amarrada, como si esos pequeños gestos pudieran ayudarla a calmar la inquietud en su pecho.
El reloj de la plaza dio un par de campanadas, anunciando el mediodía. Y entonces lo vio.
Su andar era relajado, sin prisas, como si el mundo no lo afectara en lo más mínimo. Y sin necesidad de llamarlo, él se sentó a su lado, con esa naturalidad que solo compartían los que ya han aprendido a encontrarse en el silencio.
Se miraron y sonrieron.
A pesar de sus agendas ocupadas, siempre encontraban un momento para verse. Un pequeño secreto que solo ellos compartían, guardado entre miradas cómplices y conversaciones a medias.
—Hola —dijo ella, con una sonrisa suave—. ¿Qué tal tu día?
Él no respondió de inmediato. En su lugar, se inclinó y le dio un beso rápido en la mejilla. El rubor en su rostro la delató.
Él se rió suavemente, deslizando su mano sobre la de ella, un gesto fugaz, casi imperceptible para cualquiera que los observara. Pero para Darcy significaba todo.
—Mucho mejor ahora.
Charlaron por unos minutos más, robándose instantes entre el bullicio de la ciudad.
Cuando él se marchó, Darcy se quedó unos minutos más en la plaza, fingiendo revisar su celular mientras intentaba calmar el revoloteo en su pecho. A pesar de la fugacidad de aquellos encuentros, siempre le dejaban una sensación cálida, como si, por un momento, todo estuviera bien.
Suspiró y finalmente se puso la mochila al hombro, emprendiendo el camino de regreso a su habitación. Sabía de memoria la ruta, podía recorrerla con los ojos cerrados si así lo quisiera. Las mismas calles, los mismos edificios, las mismas esquinas donde, a ciertas horas, los negocios cerraban y el tránsito disminuía. A esa hora, el sol se filtraba entre las nubes grises y pintaba la acera con sombras difusas.
Fue en una de esas esquinas donde lo vio.
Ricky la esperaba apoyado contra un poste, con los brazos cruzados y esa expresión de falsa indiferencia que usaba cuando quería ocultar algo. Darcy sintió un escalofrío de fastidio recorrerle la espalda. Apretó la correa de su mochila y fingió no verlo, pero, como si hubiera leído su mente, él se enderezó y la llamó:
—Darcy.
Ella ignoró su voz y aceleró el paso.
—Darcy —insistió, siguiéndola con pasos largos.
No le dio tiempo de alejarse demasiado. En un par de zancadas, Ricky ya estaba a su lado, igualando su ritmo sin esfuerzo.
—¿Podemos hablar? Es importante y lo sabes.
Darcy bufó, sin siquiera mirarlo.
—¿Algo le pasó a Lola? ¿O necesitas consejos para enamorarla? Porque, si aún están juntos, es porque algo bueno tienes… ¿no?
Ricky puso una mano en su pecho, fingiendo dolor.
—Auch. No tienes que ser tan agresiva. Pero bueno, quería hablarte sobre…
—¿Hills? —lo interrumpió ella con desinterés.
—Carter —soltó con firmeza, deteniéndose de golpe.
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Editado: 13.03.2025