Darcy solía tener una rutina estricta: entrar a clases, prestar la mínima atención necesaria, almorzar con Lola, evitar conversaciones innecesarias y marcharse apenas sonara el timbre. Era un sistema eficiente, seguro. Pero últimamente, su rutina había sido invadida.
Ahora, Carter y Ricky formaban parte de su día a día.
Después de clases, cuando Lola se quedaba en el aula poniéndose al día con sus apuntes, Ricky la interceptaba en los pasillos con cualquier excusa para caminar juntos hasta la salida. Y Carter, aunque más reservado, se aseguraba de que entendiera los conceptos básicos de literatura avanzada antes de despedirse.
Sin embargo, no todo era estudiar.
La biblioteca siempre había sido su refugio. No porque amara los libros—de hecho, la literatura no era su fuerte—sino porque ahí encontraba el silencio que los pasillos ruidosos no le ofrecían. Pero en los últimos días, su refugio había sido ocupado por alguien inesperado: Carter Hills.
Él la esperaba en una de las mesas del fondo, con su libreta abierta y un par de libros apilados a un lado. Habían acordado reunirse allí para avanzar en su trabajo sobre el Romanticismo, aunque la mayor parte del tiempo terminaban conversando de otras cosas.
—No puedo creer que hayas crecido en una casa llena de libros y que no te gusten —comentó Carter con una mezcla de sorpresa y diversión.
—No es que no me gusten —se defendió Darcy, hojeando distraídamente las páginas de un libro—. Solo que… no son lo mío. Prefiero los números. Son más exactos.
—Pero la literatura también tiene lógica. Todo sigue un patrón. Es como un código que hay que descifrar.
—Si quisiera descifrar códigos, estudiaría programación.
Carter se rió entre dientes y negó con la cabeza.
—Eres un caso perdido.
Antes de que Darcy pudiera responder, una voz interrumpió su conversación.
—¿Interrumpo una cita?
Darcy rodó los ojos sin siquiera voltear.
—No es una cita, Ricky.
Él se dejó caer en la silla libre con una sonrisa burlona.
—Parecía una cita.
—Es un trabajo de literatura —intervino Carter, como si eso lo explicara todo.
—Claro, claro… un trabajo de literatura en el que Darcy se sonroja cada dos minutos.
—No me sonrojo —masculló ella, fulminándolo con la mirada.
—Lo que tú digas. —Ricky se encogió de hombros—. Entonces, ¿de qué hablan? ¿De poemas cursis o de algún escritor deprimente?
—De Byron —respondió Carter—. Y no es deprimente.
—Claro que lo es. Ese tipo vivía sumido en el drama.
Darcy dejó escapar una risa, y Carter lo miró con resignación.
—¿Por qué estás aquí, Ricky?
—Porque me aburro. Lola está ocupada en su clase de química y no tengo nada mejor que hacer.
Darcy entrecerró los ojos.
—¿Desde cuándo te interesa tanto Lola?
Ricky le dirigió una mirada de advertencia antes de volver a Carter.
—Así que Byron, ¿eh? ¿Cuál es la tarea?
Carter suspiró, dándose por vencido.
—Tenemos que analizar su visión del amor y cómo influenció a la literatura de su época.
Ricky hizo una mueca.
—Paso.
—Nadie te invitó a participar.
—Ouch, Darcy, qué cruel.
La conversación continuó entre bromas y comentarios sarcásticos hasta que el timbre anunció el final del recreo.
—Vamos, amigo, tenemos clase de historia —dijo Ricky, estirándose.
Carter guardó sus cosas y le lanzó una última mirada a Darcy.
—Nos vemos después.
Ella asintió, y cuando los chicos se marcharon, se quedó un momento en su lugar, con una extraña sensación en el pecho. Sin darse cuenta, su círculo comenzaba a abrirse.
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Horas después, al final del día, Darcy caminaba rumbo a la salida cuando escuchó una voz llamándola.
—¡Daniels!
Se giró y vio a Ricky acercándose con su habitual sonrisa confiada.
—Déjame adivinar —dijo ella con cansancio—, ¿otra broma para molestarme antes de que me vaya?
—No esta vez —respondió él con diversión—. Vengo con un tema serio.
Darcy frunció el ceño, sin creérselo.
—Eso lo dudo.
—¿Tan poca fe tienes en mí?
—Bastante.
Ricky fingió estar herido, pero enseguida recuperó su actitud despreocupada.
—Bueno, pues tendrás que soportarme un rato más, porque necesito tu opinión.
Antes de que pudiera continuar, un trueno retumbó a la distancia. Darcy levantó la vista justo cuando las primeras gotas de lluvia empezaban a caer.
—Genial… —murmuró, cruzándose de brazos.
—Y yo que dejé mi paraguas en casa —dijo Ricky, chasqueando la lengua.
—¿Desde cuándo cargas paraguas?
—Desde nunca, pero sonaba como algo responsable que decir. —Encogió los hombros y sacó su celular—. Supongo que tendré que esperar a que pase o robarle un aventón a Carter.
—¿Carter?
—Sí, se queda en un barrio cerca del mío. A veces compartimos el bus.
Como si el destino escuchara su conversación, Carter apareció con su mochila al hombro y un paraguas cerrado en la mano.
—¿Necesitan un rescate?
Ricky levantó una ceja al notar el paraguas.
—¿Siempre cargas con eso?
—Siempre es útil.
Ricky le dio una palmada en el hombro y sonrió.
—Bien, amigo, entonces seré tu problema hoy. Vamos, antes de que el diluvio nos deje atrapados aquí.
Pero antes de avanzar, el celular de Ricky vibró. Lo revisó y dejó escapar una exclamación.
—Cambio de planes, me voy con Lola.
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Editado: 13.03.2025