Después de comer, Darcy y él se acomodan en la sala con los controles en mano. Ella se sienta con las piernas cruzadas en el sofá, mientras que él se apoya en el respaldo con una postura relajada, como si el tiempo no le pesara.
—No sé por qué insistes en que juguemos esto si sabes que soy pésima —dice Darcy, sosteniendo el control con resignación.
—Porque es divertido verte fallar —responde él con una sonrisa burlona—. Además, algún día mejorarás… tal vez en otra vida.
Darcy entrecierra los ojos y lo empuja con el hombro, pero él solo se ríe. Comienzan a jugar y, como era de esperarse, Darcy tiene problemas con los saltos y la sincronización.
—¡Dios, qué haces! —se queja él cuando ella falla un salto y su personaje cae al vacío por quinta vez.
—¡No es mi culpa que esto tenga mala mecánica!
—Claro, culpa del juego, no de la persona que no sabe calcular un simple salto.
—Voy a apagar la consola.
—No te atreverías.
Él le lanza una mirada desafiante, pero Darcy, en lugar de molestarse, suelta una risa. A pesar de sus constantes errores, se siente cómoda y tranquila, disfrutando el momento sin presiones.
Después de varios intentos, finalmente superan un nivel. Darcy levanta los brazos en victoria, y él, con una sonrisa, se inclina un poco hacia ella.
—¿Ves? Solo necesitabas paciencia.
—O un mejor compañero de equipo —bromea ella.
Él la mira con fingida ofensa antes de rodearla con un brazo y atraerla hacia él. Darcy no se aparta. Al contrario, apoya la cabeza en su pecho, dejando que el calor de su cuerpo la envuelva.
Él suspira y le pasa una mano por la espalda en un gesto pausado.
—Sabes que no tienes que esperar a estar rota para contarme lo que te pasa, ¿cierto?
Darcy no responde de inmediato. Juega con la tela de su sudadera, sintiendo la textura entre sus dedos. Como si las palabras fueran un nudo difícil de desatar.
—Lo sé —dice al final, con voz baja.
—Bien —murmura él, dejando un beso en su cabello—. Porque estoy aquí, y no voy a irme.
Darcy cierra los ojos y deja que esas palabras se queden con ella.
La noche avanza entre risas y bromas. Con el control aún en mano, Darcy se deja caer de espaldas sobre el sofá, resoplando con exageración.
—No sé cómo sobrevivimos a ese nivel.
—Porque yo hice todo el trabajo —responde él, acomodándose a su lado.
—Excusa barata.
—Verídica.
Darcy se gira para darle un codazo suave, pero él atrapa su mano antes de que logre su cometido. Entre risas, terminan enredados en el sofá, con su risa entremezclándose en el aire.
Ponen una película para terminar la noche. Una que Darcy elige, pero que él se dedica a criticar escena tras escena.
—Eso no tiene sentido —dice él, señalando la pantalla—. ¿Por qué haría eso?
—Es una película, no todo tiene que tener lógica.
—Eso es exactamente lo que debería tener.
—Debería tener una persona que se calle y solo la vea.
Él la mira de reojo, fingiendo indignación.
—¿Me estás mandando a callar?
—No —Darcy suelta una media sonrisa—. Solo te estoy dando una sugerencia.
Él sacude la cabeza, pero sonríe y la deja en paz… al menos por un rato.
Cuando la película termina y el cansancio empieza a notarse en los párpados de Darcy, decide que es momento de irse a su habitación.
—Creo que ya es hora —murmura, desperezándose.
Él asiente, aunque no parece del todo conforme.
—Te acompaño.
—Estoy bien, en serio —responde Darcy, poniéndose de pie—. Solo caminaré un poco y tomaré aire.
Él la observa en silencio por un momento, como si intentara leerla. Al final, suspira y asiente.
—Escríbeme cuando llegues.
—Lo haré.
Antes de salir, siente la calidez de su mano sujetando la suya por unos segundos. Un gesto silencioso, sin palabras, pero cargado de significado. Ella lo aprieta suavemente antes de soltarla y salir por la puerta.
______________
Darcy deja escapar un suspiro mientras deja el bolso sobre la silla de su escritorio. Su habitación es pequeña pero acogedora, lo justo para una estudiante que pasa la mayor parte del tiempo fuera. No necesita más. Su madre se encarga de prepararle suficiente comida para la semana, y su vecina, una señora amable que vive en el departamento contiguo, le permite usar su refrigerador y microondas a cambio de compartirle algunos platillos. Es una rutina que le funciona.
Se sienta en la cama y se descalza con movimientos lentos. El día ha sido más llevadero de lo que esperaba. Pensó que el encuentro con Ricky la atormentaría más, pero la tarde con él—con quien ahora es parte de su presente—logró apaciguar esos pensamientos. Aunque, ahora que está sola en su habitación, su mente vuelve a divagar.
Quizá debería cambiar su ruta. O tal vez modificar sus horarios en el siguiente ciclo para evitar esos incómodos encuentros. Pero eso significaría alterar su rutina con Lola, y no está segura de querer hacerlo. Desde hace años, ambas acordaron verse en la Plaza de Salt Lake cada mañana antes de ir a clases. No importaba si llovía o hacía frío, ese punto de encuentro se había convertido en una tradición, el último vestigio de la amistad que tuvieron antes del accidente.
Lola y ella solían ser inseparables. Lo compartían todo: los chismes del colegio, las tardes de películas, los planes para el futuro. Pero con el tiempo, algo se fue quebrando. La distancia entre ellas se hizo evidente y, aunque nunca dejaron de hablarse, las cosas ya no eran las mismas.
Aun así, cuando había novedades jugosas, Lola siempre encontraba la forma de llamarla o escribirle, como si en esos momentos la brecha entre ellas desapareciera.
El sonido de su teléfono interrumpe sus pensamientos. Es un mensaje de Lola. Darcy sonríe con cierta anticipación antes de leerlo.
Lola: Dime que vienes a la fiesta de Dave Collins en noviembre. No podemos faltar. Es EL gran reencuentro del año. Y hay chisme.
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Editado: 13.03.2025