Fragmentos De Nosotros

Cinco meses sin ella

es una etapa de mi vida que quiero dejar atrás.

No quiero que me persigan más las dudas ni las confusiones que quedaron.
Quiero poder sanar este dolor.
Quiero que se vayan estas ganas de ella.

Sonó la alarma y me levanté para ir a trabajar.
El día estaba nublado, así que no me quejé.
Por fin era viernes, lo único que me consolaba era saber que al llegar a casa iba a poder hacer absolutamente nada.

Apenas entré, mis compañeros tenían una sonrisa de oreja a oreja. Ya me la veía venir: todavía festejaban que mi cuadro había perdido ayer. No estaba de humor para discutir de fútbol, y menos con alguien de un equipo inferior al mío.

Las horas se hicieron eternas. Solo quería salir de ahí.
Hasta que, al fin, llegó la hora de irme.

—Dale, tenemos que salir hoy. No seas aburrido —escuché detrás mío.
—No. Estoy cansado —respondí sin mirarlo.
—No decías que querías distraerte. Vamos un rato y después nos volvemos —insistió mi compañero más cercano.
—Después te aviso.

No me gusta salir. Ni tomar. Ni todo ese ambiente.
Pero después de ese comentario, admito que tal vez sí necesitaba distraerme, y algo así podía ser lo más parecido a olvidar.
Aún no había tomado la decisión, pero en el grupo mis amigos no paraban de presionarme.

—Es un bar tranquilo, vamos a tomar y pasarla bien.
—Bueno… voy para tu casa —respondí, todavía dudando.

Llegué a la casa de mis amigos y ya estaban listos, así que salimos enseguida.
El bar no quedaba muy lejos de la rambla, lo cual me pareció perfecto.
Si después me quería ir, podía despejarme mirando el mar.

Entramos y no había tanta gente, lo que me dejó más tranquilo.
Había buena música y cada uno estaba en su propio mundo.
Nos sentamos en una mesa que ya habíamos reservado y pedimos algo tranqui para empezar.
La noche recién empezaba.

Todo iba bien, ya iba por mi segundo vaso y, aunque todavía no estaba borracho, me sentía más liviano. A lo lejos vi un pool e invité a mis amigos a jugar por apuestas. Yo era muy bueno, así que la idea de apostar plata me pareció genial. Ya era el turno de mi tercer amigo; según él, no era como los otros, así que apostó el doble. Gané, y la sonrisa de oreja a oreja ahora era mía.

Fuimos a la barra por más tragos y luego regresamos a nuestra mesa. Al sentarnos, me di cuenta de que había más gente que antes; de hecho, seguían entrando.
Y por la puerta la veo a ella. La que quería olvidar, la que quería borrar de mi vida, la que solo quería, por una noche, no pensar. Justo en la noche en que me había decidido a dejarla ir.

Me paré y me fui, y mis amigos, al darse cuenta, me siguieron enseguida. Caminé rápido y sin hablar hasta la orilla del mar, mientras ellos se quedaron más atrás en la rambla; sabían que quería estar solo y lo entendieron.
¿Por qué tenía que estar ella aquí justo hoy? Apareció de nuevo, y para variar, hermosa.

Mi corazón no paraba ni un segundo, no podía tragar bien y mi cabeza no dejaba de pensar. Mi corazón gritaba por ella, pero mi mente me quería lejos.
No sabía qué hacer, pero al menos quería saber cómo estaba. Ella se hizo mucho daño por mi culpa; yo no podía entenderla, pero jamás quise que sufriera.

—¿Estás bien? —la voz de mi amigo llegó desde atrás, rompiendo mi burbuja.
—Estoy bien, pero creo que necesito hablar con ella. Saber que está bien.
—Amigo, acá estamos, con vos. Vamos.

Volvimos al bar y no sabía cómo disimular mis nervios. No sabía cómo empezar una conversación, ni siquiera qué decirle; contar mis sentimientos no era el plan, solo quería preguntar si todo estaba bien.

Nos sentamos en nuestra mesa y la busqué con la mirada; la encontré sentada en la barra. Su mirada estaba perdida, hacía la nada, hasta que alguien le habló desde atrás y ella sonrió. Cómo extrañaba esa sonrisa.

Mi estómago empezó a retorcerse. Aunque quisiera negarlo, esa mujer me volvía loco. Una sensación que solo ella en esta vida había logrado hacerme sentir. Aún la amaba.

No sabía cómo acercarme, no sabía cómo iba a actuar ella. Pasaron cinco meses, y no sabía nada de ella desde la última vez que la vi.

Seguí tomando, quizás con la esperanza de armarme de valor. Al hacer un fondo blanco con el shot que me ofrecieron mis amigos, la escuché; su voz me recorrió todo el cuerpo, haciéndome erizar la piel. Mi corazón quería salirse del lugar.

Era ella. Hablaba con unas mujeres que estaban cerca de mi mesa.
—Me estoy aburriendo, me voy a casa —la escuché decir.
—No te vayas todavía, es temprano, vamos a bailar —no sé quién dijo, y ella se negó, pero igual se puso a bailar con sus amigas.

No podía dejar de mirarla. Era como ver a un ángel y, a la vez, saber que para nada lo era. Su belleza era incuestionable, pero lo que realmente me afectaba era su forma de ser, cómo había sido conmigo. Me volvió a asustar; no quería volver a toda esa mierda, pero, aun así, todo se me olvidaba cuando la veía.

Era mejor irme de ahí; en el fondo sabía que no era bueno volver a comunicarnos, fuera por lo que fuera. Miré a mis amigos y les hice saber con señas que ya me iba, y agarré mis cosas para salir con ellos. Quería verla por última vez, aunque fuera de lejos, pero no la vi.




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