Fueron días peleando conmigo misma, días hundida en una oscuridad que parecía no tener salida.
Cinco meses intentando juntar fuerzas para simplemente abrir la puerta de mi casa.
No quería ver a nadie. Nada me distraía. Nada me tocaba.
Era como si todo lo que me rodeaba estuviera apagado.
Y aunque el dolor siempre estuvo en mí, esta vez tenía otro peso.
Porque esta vez sabía lo que había perdido.
Había conocido la felicidad de verdad...
y me la arrebaté.
Ya no podía seguir así. No podía levantarme de la cama. No podía mirar la vida sin sentir que era un infierno en el que me estaba quemando viva.
Nunca fui de tener amigas; siempre me aferré a mi círculo de confianza y nada más. Pero había alguien que, años atrás, se volvió lo más parecido a una amiga.
Había hecho su vida por otro lado, hacía mucho que no nos veíamos.
Hasta que me llegó un mensaje suyo:
"¿Cómo estás? Hace mucho no sé nada de vos. Te extraño y me gustaría verte."
Ni siquiera lo respondí. No porque no me importara... sino porque yo ya no tenía fuerzas para nada.
Después vinieron mis hermanos a verme de sorpresa. Y aunque odio las visitas inesperadas, ellos siempre fueron una curita para el alma, así que no dije nada.
Cuando me hablaron, pude ver en sus ojos una preocupación que me atravesó. Cada palabra que me decían estaba sostenida por un hilo frágil, como si tuvieran miedo de romperme más.
Yo estaba mal.
Pero verlos a ellos así, sufriendo por mí... eso me dolió más todavía.
Tenía que hacer algo.
No solo por mí, también por los que quiero.
No sabía por dónde empezar, pero al volver a mirar el mensaje de aquella amiga pensé que, tal vez, eso podía ser un inicio.
"Hola, sí... podemos vernos. ¿Puede ser en mi casa? Comemos algo acá."
"Sí, genial. Pasame la ubicación y decime a qué hora, y voy."
No quería hacerlo.
No tenía ganas, ni energía, ni ánimo. Pero yo me estaba obligando a hacerlo.
Cuando llegó, me abrazó. Mi reacción fue fría, torpe. Igual no le importó. Traía comida y también un regalo para mí: una planta.
Todavía podía ser que me conociera.
Nos sentamos afuera, bajo un árbol. Mis gatos se acercaron enseguida, como si quisieran rodearnos.
"Sé que hace mucho no hablamos ni nos vemos, pero tenía ganas de verte. Sabés... me separé, y no la estoy pasando bien. Y me dieron ganas de volver a un lugar seguro. Un lugar que, en un tiempo, vos fuiste para mí."
En ese momento pensé que quizá estábamos igual... solo que mi "lugar seguro" se había vuelto encerrarme en mí misma.
No quería contarle nada. No estaba lista para hablar de él ni de lo rota que me sentía.
Solo pude decirle:
"Puede ser que yo no esté muy bien para sostenerte ni darte consejos. Perdón... pero quizá ya no soy ese lugar seguro."
"Se te nota en los ojos que no lo estás... pero nos podemos ayudar mutuamente. Podemos intentarlo juntas."
Recordé a mis hermanos, a mi familia sufriendo por verme así. Y decidí aceptar.
Decidí intentar salir de esto que llevo adentro, esta oscuridad que me empuja a actuar como no debería, que lastima a los demás y también me lastima a mí.
No sabía si iba a poder.
Pero ya no tenía nada que perder por intentarlo.
"¿Dónde estás viviendo?", pregunté.
"Me tuve que ir de la casa donde vivíamos con mi ex. Estoy por alquilar algo, pero mientras tanto me quedo unos días con mi mamá."
"Si querés, podés quedarte acá. Tengo un cuarto libre, solo tengo que mover las cosas de mi negocio a otro lado."
"No quiero molestarte, ya pronto voy a alquilar."
"No molestás, tonta. Me haría bien tener algo de compañía. Y si las dos queremos estar bien... quizá convivir ayude."
No sabía si realmente iba a ayudar o si podía hacer todo peor, pero no quería que tuviera que salir a alquilar de un día para el otro y empezar de cero sola.
Yo iba a ayudarla, como pudiera.
Al día siguiente llegaron sus cosas. Yo ya había vaciado el cuarto para que pudiera instalarse tranquila. La ayudé a acomodar todo y después bajé a cocinar algo.
Tener a alguien en casa quizá no era tan malo. Capaz me iba a ayudar a no pensar tanto.
Comimos, miramos pelis, hablamos toda la noche.
"¿Y vos? ¿Cómo vas con los novios?"
La pregunta exacta que quería evitar.
"Nada... no tengo."
"Mmm... ¿no hay nadie que te guste?"
Contesté con un nudo en el pecho.
"Aunque me guste... no pudo ser."
Ella quería saber más, la vi en sus ojos. Pero yo esquivé el tema como pude. No podía hablar de él sin que se me quebrara la voz, y no quería que me viera así.