Al volver de las vacaciones con mi hermano, volví distinto. Más liviano, con otra cabeza. Estaba cansado de quejarme, de vivir rodeado de cosas negativas. Me prometí a mí mismo que iba a buscar la felicidad como fuera. Al llegar a casa, mi mamá me abrazó como si hubiera estado un año afuera, y lo mismo hicieron mi hermana y mi viejo. La verdad… también los había extrañado.
Como aún faltaba para empezar a trabajar, decidí aprovechar: comer afuera, pasear, pasar tiempo con ellos. Fueron unos días tranquilos, familiares, y por primera vez en meses me sentía bien. De verdad bien.
Me desperté tarde porque la noche anterior casi no dormí, quedé hasta cualquier hora jugando videojuegos con mis amigos. Apenas abrí un ojo, mi hermana apareció como si quisiera derribar la puerta y soltó:
“Quiero empezar el gym, pero no tengo con quién. Y como estás al pedo básicamente… ya nos anoté en un 2x1. Venís conmigo.”
Y se fue sin dejarme reaccionar. Ni pensar. Me reí solo. Igual, no me molestaba. Ya tenía pensado volver al gym tarde o temprano. Me bañé y salí a buscarla para preguntar cuándo empezábamos. Dijo que sería el viernes. En dos días.
Ese mismo día fui a ver a mis amigos, porque si no iba, eran capaces de caer ellos a mi casa. Jugamos fútbol, jodimos, nos pusimos al día con todo lo que había pasado estos meses. Me hacía falta ese aire.
Volví a casa, cené y me fui directo a dormir. A la mañana siguiente, mi hermana me despertó nuevamente casi tirando la puerta abajo.
Hoy empezábamos el gym.
Me vestí y salimos. El gimnasio quedaba demasiado lejos; todavía no entiendo por qué mi hermana eligió uno que estaba básicamente al otro lado de Montevideo. Pero bueno, ya estábamos en camino.
Al llegar, nos recibió un entrenador que parecía también el dueño. Nos explicó la rutina para empezar. Yo no tenía problema, ya sabía cómo moverme ahí adentro. Mi hermana, en cambio, parecía que iba a dejar los pulmones en el primer ejercicio.
Unos minutos después frené a tomar agua… y ahí pasó.
La vi.
Y no estaba preparado para verla.
Sentí ese golpe seco en el pecho, como si mi cuerpo supiera antes que yo lo que significaba su presencia. Era ella. La mujer que me puso el mundo de cabeza sin pedir permiso. Estaba ahí, golpeando una bolsa de boxeo como si quisiera arrancarle algo al aire.
Se veía diferente, tal vez porque hacía mucho que no la veía. O porque ahora cargaba algo nuevo en los ojos. Pero igual me provocó exactamente lo mismo que la primera vez. Sudada, despeinada, con la cara lavada… y aun así, la más linda que mis ojos han visto.
Me di cuenta de que no dejaba de mirarla. Aparté la vista de golpe, pero de nuevo volví a ella, como si eso pudiera borrar lo obvio. Empecé a pensar mil cosas al mismo tiempo. No sabía cómo iba a reaccionar ella al verme. Capaz la incomodaba. Capaz quería irse.
Pero el que tendría que irse sería yo.
La última vez que nos vimos, después de frenarme, ella se fue. Seguro ya me había superado hacía mucho. Tal vez no tenía ningún problema en que entrenáramos en el mismo lugar. Hasta capaz podríamos… no sé. Llevarnos bien.
Demasiados pensamientos para un solo segundo.
Mi entrenador me llamó la atención y me mandó a otra máquina. Y era obvio por qué: había quedado totalmente ido. Literalmente no podía pensar en nada más que en ella.
Pero… ¿cómo iba a dejar de mirarla, si me era imposible?
Obligado por la mirada asesina de mi entrenador, seguí con mis ejercicios. Pero varios minutos después la volví a ver: hablaba muy motivada con el entrenador, oí algo sobre un campeonato de boxeo. Al notarme, se quedó muda, apartó la mirada y se fue.
Claramente, le molestaba mi presencia.
Ya era hora de irnos, y mi hermana, dándose cuenta de que algo andaba mal, preguntó: "¿Pasó algo? Estás raro". Sabía que no iba a dejar de insistir, así que le dije que había visto a mi ex.
"¿Y qué sentiste?” preguntó. Eso era algo que no iba a contarle, aunque era evidente que verla me había dejado muy impactado. No siguió preguntando, pero me dejó claro que eso no iba a impedirle seguir yendo al gimnasio.
No pude comer. No pude dormir. Volvió su fantasma, el que no me deja respirar bien. No sabía qué hacer. Creía que ella ya había hecho su vida, que me había superado y que no necesitaba volver a hablar conmigo, porque así era mejor… pero tampoco sabía qué hacer con mis sentimientos.
Cómo aguantar las ganas de volver a mirarla, de tocarla. Eso ya se me hacía imposible. Quería volver a verla, aunque solo fuera una vez… pero seguro que ella iba a evitarlo, y eso lo sabría el lunes.
El fin de semana se me hizo eterno. Tenía mil preguntas sobre lo que iba a pasar, sobre ella. No sabía nada, pero estaba claro que ya no era la misma.
Ya era lunes. Vi el asombro en mi hermana cuando vino a despertarme. Burlona, dijo: "¿Tantas ganas de volver a verla tenés?"
La miré serio. No quería admitirle que era verdad.