Fragmentos de un Mundo Roto - La Ciudad Perdida

Episodio 4 - Explorando la Plaza Central

Entre tantas personas, me dirijo hacía los pocos pero grandes locales que tenía la plaza central, pues casi todo era tierra cultivable en este lugar, con vallas de piedra y otras de madera para marcar las parcelas.

Por otra parte, yo ya me estaba acostumbrando al bullicio, y todavía tengo un poco de agua y comida, la cual prefiero no mostrar en público lógicamente.

Escribiendo mi diario y luego revisándolo de nuevo, me doy cuenta que confundo el pasado con el presente, y el presente se me va de las manos por alguna razón, como si el tiempo fuera más rápido que lo que lo relato para mí mismo.

Debo estar atento, enfocarme en este descubrimiento, pero se complica mostrarme entusiasmado cuando todo el mundo en este lugar vive su día a día.

Pero hay tantas dudas y no quiero ir preguntando a estos trabajadores que ni siquiera me conocen, ¿Este lugar es la plaza central o en efecto se llama «Plaza Central»?

La noche estaba llegando, y vuelvo a escuchar los ruidos de madera chocándose entre ellos, esta vez corro hacía la casa en cuestión pese a no ser la misma que había visto antes y le grito;

—¡Hey! ¡Usted! ¡¿Qué es ese ruido?!

Veo como la silueta se queda quieta y no se mueven más las barras de madera.

—Puedo verle, solo quiero saber qué es ese ruido. —Inquiero con un tono más relajado.

Hubo unos segundos de silencio y me respondió;

—Solamente son las persianas. —Respondió la señora.

—¿Persianas? —Susurré, y luego lo dije; —Discúlpeme y… Buenas noches.

—No… Gracias a vos por preocuparte, todos se miran a ellos mismos últimamente, pero esta todo bien aquí.

Eso me hizo apretar el entrecejo, podía ver que todos venían a trabajar y hacían lo que tenían que hacer sin mirarse los rostros, pero ¿A qué se refiere a que necesitamos preocuparnos? ¿De qué?

El caso es que estaba cansado, así que me acosté en la tierra cerca de una pared, usé mi mochila como almohada, ya era hora de dormir.

Escucho el ruido de un grillo a lo lejos, y poco a poco el ruido se va reduciendo, es una buena señal de que estoy a punto de dormirme.

Oh, el reino de los sueños me espera.

—Óyeme, tú, eh ¡Hey! ¡Despierte ahora mismo! —Escuchaba una voz, en mis ojos veían un tono naranjado detrás de mis parpados.

La voz se vuelve más agresiva y a su vez más clara y yo estoy con nada de lucidez y todavía cansado.

Intento sentarme y de pronto;

—¡Ya! —El hombre me da un una bofeteada en la cabeza que me hace abrir los ojos para rápidamente ser encandilado por una llama que lleva una jarra, que se trataba de un farol, pero este era distinto, este era intenso y parecía tener un tubo adentro.

Pero no podía seguir ignorándolo.

—¿Qué sucede? —Pregunte aturdido.

—Esta terminantemente prohibido por norma del Misericordioso dormir en las calles, dame tu identificación.

—No, no tengo identificación, sea lo que eso sea.

—¡Entrega el carnet!

—No tengo un carnet.

—Ya veremos.

Me levanta del suelo y me empuja, me pone mi espalda contra la pared, empieza a revisarme buscando por mis bolsillos. Mi gabardina tapaba el mango de la espada que llevaba en mi cintura así que no la ve.

Agarra mi mochila, se aleja unos pasos sin perderme la mirada y la abre, se topa con las provisiones.

—¿Qué es esto? ¡¿Estás robando?!

—No señor, esto lo traje conmigo cuando vine a la ciudad.

—¿Venir al a ciudad? ¿De qué mierda me estás hablando? ¿Estás drogado o algo así?

—Soy nuevo en est-

Veo que desenfunda una especie de espada similar a la mía.

—Dime, ahora mismo; ¿En. Dónde. Vives?

—No tengo casa.

El guardia se me queda mirando unos segundos, suspira y me dice;

—Esas botellas no se parecen a las que tenemos nosotros… A ver, dime la verdad.

—Llegue a la ciudad recientemente.

—Dije que me digas la verdad. —Me regaña sin subir el tono como antes pero igual de enojado y con la espada en mano.

—Esa es la verdad.

—Ya… Mira, supongamos que REALMENTE no tienes documentos ¿Sí? Te llevare al ministerio.

El guardia guarda su espada.

—Dime donde es y voy.

—¡Escucha! Cuando digo que vas ¡Es porque es una orden! ¡Te voy a llevar a trastabillas si es necesario ¿¡Entendiste!? —Me grita hasta aturdirme.

—Sí, entendí. —Respondo de mala gana.

Ahí es cuando me agarra del brazo cerca del codo y empieza su marcha hacía ese lugar, aun así sigo su ritmo de paso, soy un trotamundos después de todo.

—¿Puedo hacer preguntas?

—Depende.

—¿Puedo?

—Dime.

—¿Ministerio de qué es esto?

—Esa… Es una buena pregunta, es simplemente un ministerio encargado a toda actividad política, como su mismo nombre indica, cada uno tiene su especialidad; hacienda, seguridad, salud, este último se encuentra un poco abandonado, pero sigue vigente.

—¿La salud no es prioridad en esta ciudad?

—La salud es siempre lo mismo, te lástimas o te enfermas y te tratan, no requiere de tanta atención como pordioseros como tú.

Noto que su vocabulario es bastante exquisito para lo que es esta ciudad, aún así evado el contacto visual, no solo por la luz que emana cerca de su mano sino porque intento evitar más problemas.

Además, no es como si me gustase su forma de ver las cosas para seguir hablando.

Al llegar al ministerio me doy cuenta que es bastante pequeño para llevar ese nombre.

Cruzo la cortina que tapaba la puerta, es un poco raro, me hace sentir como que me adentro a un lugar diferente, la sensación del rose de la tela, sumando al olor a incienso y velas aromáticas con su llama recién extinguida es algo que penetra por mi nariz.

—Supongo que Gran Madre estará dormida, dame un segundo, quédate sentado. —Me agarra de los hombros y me sienta en el piso. —Justoooo, ahí.

El guardia me deja en ese lugar claroscuro mientras espero a que vuelva.

Siento pasos descalzos al lado mío, giro la cabeza y veo la silueta de una mujer.




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