Fragmentos de un Mundo Roto - La Ciudad Perdida

Episodio 19 - Las Minas

Usaba mi farol para penetrar la oscuridad.

He ido caminado por los tuéneles de las minas, que llevaban a cavernas con varios huecos en todos lados, como si ya hubiera sido recolectado las piedras encontradas en este lugar.

Algunos túneles estaban menos alumbrados que otros, supuse que eran lugares que ya no tenía sentido avanzar, así que sabía por donde no ir.

De vez en cuando hacía uno que otro gutural para oír el eco del lugar, me distraje tanto haciendo eso que casi me olvido que estaba en este lugar para buscar el material que necesitaba Karim.

Siguiendo uno de los túneles veo una persona de espaldas, picando el suelo al final del túnel que era de un tamaño de dos personas.

—Óyeme, estoy buscando materiales.

Clin, clin, clin.

Su herramienta de trabajo no paraba.

—¿Me escuchas?

Pongo su mano en el hombro, se da vuelta, no puedo ver su rostro porque estaba tapado, pero noto que sobresalta.

Aprieta sus manos y usa su pico para golpear en forma horizontal, la punta rosa mi rostro mientras me tiro para atrás, pierdo el equilibrio y me empiezo arrastrar mientras intento hacer señas.

Pero el sujeto con su traje marrón verdoso, abultado y que cubría también parte de los muslos, acompañados de una máscara con dos vidrios en cada ojo.

Pone sus manos en el extremo del mango y empieza aporrear el suelo para alejarme.

Intento desenfundar mi espada mientras me sigo alejando.

Los golpes se detienen al verme que me aparto de él, pero yo ya había desvainado mi espada.

—¡No me hagas usarlo!

La persona enmascarada hace las mismas señales que les intente hacer yo, como una muestra que entendió.

Se levanta la máscara que estaba agarrada al traje de minero y me dice;

—¿Quién en nombre del rey eres y quién te ha dejado entrar?

—No es como si alguien custodiara la entrada, simplemente entre.

—Casi me matas del susto.

—¿Sabes? Creo que nadie puede morir por el miedo.

—¿Qué quieres?

—Vine aquí a buscar, plomo, no, espera.

Abro mi diario para ver que había anotado.

—Aluminio, un kilo de aluminio.

—¿Y para qué necesitas eso? —Me inquiere mientras me hace una mueca.

—Es para alguien de la plaza central ¿Te suena Karim?

—No.

Hay un momento incomodo de silencio de puro contacto visual, así que decido romper el hielo.

—Entonces ¿Con quién puedo hablar?

—A ver, te guiare a la salida.

—No, necesito el aluminio.

—Bueno, está bien, le preguntare a otros si están interesados en tu propuestas. Sígueme y no te toques la cara, estuve echando químicos en este lugar para minar y es un poco toxico, por eso es mejor usar protección para estar en estos lugares.

Me levanto del suelo y levanto el farol.

—¿Un poco toxico dices?

—Y sí, tampoco es acido, es decir, es acido, pero no tan peligroso, lo puede ser si te lo untas en la cara, es como un disolvente, pero a corto plazo y que no daña la tierra del lugar, a lo que voy es… No te rasques, nada más.

Lo sigo por los distintos túneles, esto parecía un hormiguero humano.

—Entonces ¿Estas son las minas?

—Sí, no sé dónde creías estabas.

—Soy nuevo en esta ciudad, bueno, en realidad estoy aquí hace unos meses, pero llegue desde las afueras.

—¿En serio? Con razón te estás paseando por aquí.

—¿No lo dudas?

—¿Me estás mintiendo?

—No, claro que no.

—¿Y entonces?

—Es que casi todos se me quedan mirando raro cuando respondo eso.

—Ah sí, yo no soy como esas personas entonces.

—Entiendo.

Nos encontramos con otro que tenía ropa parecida, era raro porque cuando hablaban entre ellos empezaban a pronunciar más rápido las palabras, como si conmigo estuviera siendo más acentuado, no los llego a entender, aunque hablen mí mismo idioma, es raro de explicar, pero es como si hablaran en un idioma distinto por decir lo raro que se oían hablar.

Empecé a seguir a los dos mineros, mientras caminábamos el compañero me preguntó.

—Entonces ¿Cómo te llamas?

—Antes que nada, les quería preguntar si ustedes apoyaban el rey o algo así, porque tu compañero lo uso como expresión.

Ambos se miraron las caras y luego de unos segundos se rieron.

—¿Lo dices por lo de ¿«En nombre del rey»?

—Podemos darte nuestra opinión, pero no por eso vamos a ser todos iguales, algunos están contentos, supongamos.

—¿Por qué supongamos?

El primer minero que encontré le responde;

—Digamos la verdad Essoh, el rey dejo de pagarnos por mes y ahora solo nos dan por los aportes que hagamos cada uno, por eso ahora todos ahorramos, aunque nos sigan dando una cama y comida gratis.

El otro compañero gruñe y responde;

—Eso es culpa de los estúpidos que no hacen suficiente, era mejor cuando nos daba por aportes generales, pero por culpa de ellos y que el rendimiento fue bajando ahora nos pagan menos, si sabía eso no hubiera gastado el oro en estupideces.

—¿Y cómo les paga exactamente? —Inquiero a ambos por igual.

—Con vivir en las cuevas, tenemos una habitación para dormir todos juntos, además que no pasamos hambre. —Me explica Dotia. (El primer minero que encontre)

—Me imagino, yo trabajo en el almacén de subsuelo.

—Ah ¿En serio? ¿Tú eres Taleh? —Me pregunta Essoh.

—Eh, no, soy Roto para siempre, Taleh es mi compañero de trabajo.

—Ah, no ni idea, había oído que él solo se lleva casi todo el material a la plaza central, sin ayuda de nadie, pero lo vi de lejos unas pocas veces.

—Bueno, pues ya que ambos se conocieron yo soy Dotia.

—Cállate, a ti no te hablo nadie.

—Primero aprende hacerte el malo que no te sale, Essoh.

Empiezan a carcajearse.

—¿Por qué preguntabas por el rey? —Me inquiere Dotia—. Aparte de que lo mencione ¿No lo conoces?

—Sí, lo conozco y creo que me odia o eso insinúa con sus guardias.

—¿En serio? No nos dijo nada ¿Y por qué te odia?




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