Fragmentos de Vladimir

Etapa 1: El Kínder

🌻 Aprendí que el silencio también era una forma de hablar

Mi historia empieza en el kinder. Un lugar lleno de dibujos mal hechos, plastilina bajo las uñas y tijeras de punta redonda. Me recuerdo pequeño, con una mochila más grande que yo, los zapatos boleados y con los nervios en la garganta.

No decia mucho. Tal vez porque no sabia como, o porque no hacía falta. Preferia observar. Me gustaba ver como caía la luz en el salón, como los crayones se desgastaban en manos temblorosas, como el recreo era una explosion de gritos felices.

La maestra decía que el orden era importante. No gritar, no correr, no hablar sin permiso. Casi como si fuéramos soldados de juguete y ella la comandante. Pero a mi no me molestaba tanto. Yo era bueno en quedarme callado. Había aprendido que a veces, el silencio evitaba problemas.

Aun así, hubo un niño que rompió ese silencio conmigo. William. Su nombre sonaba suave, como si lo hubiera inventado el viento. Jugábamos cuando podíamos: construíamos torres con bloques, dibujamos dragones de colores y compartimos galletas a escondidas de la maestra.

Él me enseñó que hablar podía ser bonito. Que compartir un juguete o una sonrisa podía sentirse como un refugio,

Yo también estaba alegre. Aunque no dijera muchas palabras, siempre encontraba una forma de regalar mi sonrisa. Ayudaba a los demás. Ser pequeño no era excusa para no ser amable. Al menos, eso pensaba.

Pero no todos los días eran así de alegres.

En casa, a veces las paredes temblaban. No por tormentas o terremotos, sino por gritos. La voz de mi padre se volvió como un trueno que no anunciaba lluvia. Decía cosas horribles. Cosas que no entendía, pero que dolían igual.

Una vez vi llorar a mi madre con las manos en la cara. No supe qué hacer ni qué decirle, así que solo la abrace. Tenía miedo, aunque no entendía del todo porque. Solo sabía que esto no estaba bien. Mi padre solía decir que yo era demasiado pequeño para opinar. Pero no era demasiado niño para sentir.

Mis recuerdos de él son borrosos, como si alguien los hubiera mojado con lágrimas. No los busco, pero a veces llegan solos, en suelos o cuando escucho a alguien gritar.

Aun así, había luz. La encontraba en los brazos de mi abuela, en las palabras suaves de mi madre, en las risas que compartía con william. Con ellos, me sentía seguro. Con ellos, sabía que aún podía crecer.

Ahora que miro hacia atrás, me doy cuenta de que en ese pequeño salón, aprendí una gran lección: que el silencio también puede ser un lenguaje. Uno que nace del miedo, si. Pero también de la ternura.



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En el texto hay: reflexion, infancia, poetico

Editado: 06.08.2025

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