🔵 Todo comienza cuando te sueltan la mano por primera vez
El cielo estaba nublado ese día, o al menos así lo recuerdo. Tenía en la mano una lonchera con dibujos de dragones, la mochila colgaba en mi espalda y también tenía dragones, recuerdo que parecía una tortuga por lo grande que me quedaba, y mi madre me tomaba de la mano con fuerza. O tal vez yo era quien la sujetaba con fuerza porque no quería soltarla.
Era la primera vez que la visa me pedía caminar solo… aunque fueran solo unos pasos.
La puerta del kinder era grande, colorida, con dibujos de niños sonriendo. Pero a mi me parecía una boca grande que estaba a punto de tragarme.
Mi madre se agacho frente a mi, me acomodo el cabello y me dijo:
—Vas a estar bien, mi niño. Solo escucha a la maestra, y si te sientes triste… recuerda lo orgullosa que estoy de ti —me dio un beso en la frente, y soltó mi mano.
Ese día conocí a la maestra: recta, seria, con voz firme. Nos sentó en hileras como si fuéramos piezas de dominó. Nos preguntó el nombre, uno por uno. Yo apenas pude decirlo sin que me temblara la voz. “Vladimir” dije, como si no estuviera seguro de que así me llamaba.
La sala olía a madera y colores. Había dibujos colgados en las paredes y una repisa llena de libros gastados y algunos nuevos. Los otros niños hablaban, reían, jugaban con plastilina. Yo me senté en una de las esquinas, observando como todos ya tenían amigos y yo apenas podía formular una palabra.
Mi madre ya no estaba. Y por primera vez, sentí lo que era estar solo en un lugar lleno de gente.
Pero no fue tan malo como pensé.
Y más tarde, cuando tocó el timbre para el recreo, descubrí que el cielo ya no estaba nublado. Tal vez nunca lo estuvo. Tal vez el gris era solo mio.
Ese fue mi primer día. El primero de muchos. Ese día entendí que crecer comienza así: cuando alguien te suelta la mano… y tú decides no correr, sino caminar.