🪟 No era que no hubiera nadie… era que a veces me costaba dejar que me vieran.
A veces jugaba solo. No porque no hubiera niños… Había muchos. Corriendo, gritando, riendo. Y también estaba William. Mi amigo. Mi refugio entre tanto ruido.
Pero incluso… Había días en los que prefería quedarme en silencio. En mi rincón. Donde el sol tocaba la pared y el mundo parecía más lejano.
William entendía. A veces venía conmigo y nos sentábamos sin decir nada. Solo existíamos, juntos. Él dibujaba cosas raras en el piso, y yo simplemente veía.
Pero no siempre podía estar ahí. A veces lo llamaban a otro grupo, la maestra lo movía de lugar o a veces no iba porque se enfermaba. Y entonces el mundo se hacía más grande y yo más chico.
En esos momentos, jugaba solo. No me dolía tanto la soledad como la incomodidad de no saber cómo entrar en los juegos de los demás. Sentía que hablaban un idioma que yo nunca aprendí.
Una vez, una niña me preguntó:
—¿Por qué no juegas con nosotros?
A veces jugaba solo. No porque no hubiera niños…
Había muchos. Corriendo, gritando, riendo.
Y también estaba William.
Mi amigo.
Mi refugio entre tanto ruido.
Pero incluso con él cerca… Había días en los que prefería quedarme en silencio.
En mi rincón.
Donde el sol tocaba la pared y el mundo parecía más lejano.
William entendía.
A veces venía conmigo y nos sentábamos sin decir nada.
Solo existíamos, juntos.
Él dibujaba cosas raras en el piso, yo inventaba dragones que vivían bajo las piedras.
Pero no siempre podía estar ahí.
A veces lo llamaban a otro grupo, o la maestra lo movía de lugar.
Y entonces el mundo se hacía más grande y yo más chico.
En esos momentos, jugaba solo. No me dolía tanto la soledad como la incomodidad de no saber cómo entrar en los juegos de los demás.
Sentía que hablaban un idioma que yo nunca aprendí.
Una vez, una niña me preguntó:
—¿Por qué no juegas con nosotros?
No supe qué responder. Miré a William desde lejos, y deseé que pudiera decir algo por mí. Pero solo me encogí de hombros. Ella solo me miró raro y se fue sin decir nada.
Y yo seguí observando, pensando que quizás, si me quedaba quieto el tiempo suficiente, alguien vendría y me entendería sin que yo tuviera que decir una palabra.
William a veces lo hacía. Con una mirada, con una carcajada, con un empujón suave. Pero el resto del mundo… el resto era una ventana empañada.
Y yo, desde dentro, solo miraba. Con las ganas de gritar, pero con la voz atrapada en la garganta.
Jugaba solo, sí. Aunque no siempre estuviera solo.