Capítulo 6: La noche no siempre dormía

✨ Aunque cerrara los ojos, había pensamientos que seguían encendidos.

Había noches en las que no podía dormir. Tenía los ojos cerrados, las cobijas hasta la nariz, el cuerpo quieto y echo bola… pero por dentro, algo se movía. Como si mi mente no supiera apagar la luz.

A esa edad no sabía lo que era la ansiedad. Solo conocía la sensación de tener el corazón haciendo ruido en el pecho. Como si quisiera decir algo que yo aún no entendía.

Una noche. Llovía afuera. Mi madre ya se había quedado dormida a mi lado. Yo abrí los ojos, en medio de la oscuridad, y me pregunté por qué me sentía así… tan despierto, tan solo, tan lleno de pensamientos.

Me levanté de la cama lentamente sin hacer ningun ruido. Caminé hasta la ventana. Y ahí la vi. Una sola luciérnaga, flotando cerca del cristal. Su luz era tenue, como un suspiro. Pero suficiente. Me quedé viéndola un rato, imaginando que era una estrella que se había perdido y venía a preguntarme si también me sentía así.

Y sí… Me sentía así. Como si estuviera lejos de todo, incluso de mí mismo. Demasiado chico para entenderme. Demasiado callado para decirlo.

Pensaba en mi papá. En los gritos. En el miedo. Pensaba en William. En cómo se reía con los demás. Pensaba en mí. En lo mucho que quería que alguien supiera lo que pasaba por mi cabeza… aunque ni siquiera yo lo supiera muy bien.

A veces solo quería que alguien me preguntara:

—¿Estás bien?

No con prisa. No como saludo. Sino con pausa. Con interés.

Esa noche me senté en el suelo, frente a la ventana. La luciérnaga se fue, pero yo seguí ahí, con las piernas cruzadas, y una conversación imaginaria con alguien que no existía.

Después de un rato, regresé a la cama. La noche seguía ahí, grande y pesada. Pero dentro de mí, algo se había calmado.

Aprendí que a veces no dormía… porque algo en mí quería ser escuchado. Y aunque no tuviera palabras para explicarlo, el simple hecho de reconocerlo, ya era suficiente.