Fragmentos del alma

Grieta del alma

El sol apenas comenzaba a filtrarse entre las copas de los árboles cuando Aura llegó a la entrada de la escuela.

Como cada mañana, se detuvo junto al portón principal, sosteniendo su mochila contra el pecho y mirando hacia la esquina por donde solía aparecer Gabriel.

Ese día, la mañana se sentía más pesada que de costumbre, como si la gravedad hubiera aumentado.

La rubia miraba su reloj de pulsera una y otra vez; su amigo ya se había tardado demasiado en aparecer.

Por un momento pensó: ¿acaso no vendrá hoy?

Ya estaba a punto de rendirse e irse al aula, cuando lo vio doblar por la esquina.

Gabriel caminaba con paso lento, la mochila colgando de un hombro y la mirada perdida.

Aura sonrió apenas lo reconoció y sonrió de verlo, pero esa sonrisa se borró al instante.

Tenía ojeras profundas, los ojos rojos y un aire de agotamiento que lo hacía parecer recién salido de una guerra.

—Gabo… ¿estás bien? —preguntó, mirándolo directamente.

—Sip… —respondió él, intentando sonar alegre—. Es solo que anoche… —hizo una pausa, recordando la pesadilla— no fue una buena noche.

Aura iba a insistir, pero el timbre escolar sonó, interrumpiéndolos.

Ambos se miraron y, sin decir más, caminaron hacia el aula.

En clases, todo parecía normal… al menos en apariencia.

Gabriel estaba callado, pensativo, pero cuando el profesor le hacía una pregunta respondía con precisión.

Su voz sonaba ronca, apagada, y cada palabra parecía pesarle.

Aura lo observaba de reojo; cuanto más lo miraba, más convencida estaba de que algo no andaba bien.

Cuando llegó la hora del descanso, caminaron en silencio hasta el comedor. Aura intentó buscar una forma suave de hablar, pero el silencio entre ellos se hacía insoportable.

—Y… ¿me contarás qué hizo tu noche tan mala? —preguntó con tono ligero, esperando una respuesta sincera.

No hubo respuesta.

Solo un largo silencio.

—¡Oye! —exclamó, alzando la voz.

Gabriel parpadeó, sorprendido.

—¿Por qué me gritas? —preguntó, desconcertado.

—Pues aterriza, te hice una pregunta —replicó, cruzando los brazos.

El chico se rascó la nuca, avergonzado.

—Lo siento… —dijo, haciendo una leve reverencia, un gesto tan suyo que a Aura casi le da ternura—. ¿Me repites la pregunta?

—Dijiste que fue una mala noche. ¿Por qué? —repitió, más seria.

Él apartó la mirada, concentrándose en su plato.

—Solo me costó dormir —murmuró.

—¿Por qué? —insistió ella.

—No lo sé —dijo, llevándose un bocado a la boca—. Simplemente… no podía.

Aura quiso seguir presionando, pero él cambió el tema de inmediato.

—¿Hiciste el proyecto de ciencias? —preguntó con fingido interés.

La rubia palideció.

—¿Para cuándo era? —preguntó, con el rostro en blanco.

Gabriel soltó una risa leve, genuina por primera vez en días.

Esa sonrisa le devolvió algo de vida… pero Aura supo que era una máscara.

Pasaron el resto del descanso hablando del proyecto, aunque ella apenas escuchaba. Sabía que él había desviado el tema a propósito, y eso solo reforzó su sospecha: Gabriel ocultaba algo.

Cuando finalmente sonó el timbre del final de clases, Aura ya tenía decidido enfrentarlo.

Sin embargo, Gabriel fue más rápido. Tomó sus cosas y salió del aula sin mirarla siquiera.

Ella lo vio marcharse, inflando las mejillas de frustración.

—No te vas a librar tan fácil, Gabo… —murmuró para sí misma, tomando también sus cosas y siguiéndolo fuera del salón.

Gabriel salió de la escuela, perdiéndose entre la multitud de estudiantes.

Aura lo siguió tan rápido como pudo para no perderlo de vista. Al fin, logró salir del bullicio y verlo a la distancia.

Los pasos de Gabriel no lo llevaban a casa, sino a otro lugar. Caminaba con los hombros caídos, la mirada perdida y la mochila colgando de un solo hombro.

—¿A dónde vas, Gabo…? —susurró apenas para sí la rubia, con una mezcla de preocupación y curiosidad.

El camino la llevó hasta el parque que quedaba unas cuadras más abajo de la escuela.

El lugar estaba casi vacío; solo se oían las hojas movidas por el viento y el rumor lejano del tráfico.

Gabriel se dejó caer en uno de los bancos, hundiendo los codos en las rodillas y cubriéndose el rostro con las manos.

Desde donde estaba, Aura sintió una punzada en el pecho.

Por un momento dudó si acercarse o no, pero el silencio del parque parecía pedirle que lo hiciera.

Aura se aproximó y se sentó frente a él.

—Gabo… —su voz sonó dulce, casi como si quisiera acariciarlo con ella.

El chico levantó lentamente la cara. Por primera vez en todo el día, la miró directamente a los ojos.

Aura se estremeció.

Sus ojos, normalmente llenos de vida, ahora parecían un pozo sin fondo… vacíos. Era como si lo que tenía delante no fuera Gabriel, sino un cascarón vacío.

La chica lo tomó del rostro.

—Por favor… dime qué te está pasando.

El silencio fue su única respuesta.

Ese silencio pesó más que cualquier palabra.

Ella intentó acercarse, pero él se levantó.

—Lo siento —murmuró, tomando su mochila—. Me tengo que ir. Mañana hablamos.

Le regaló una sonrisa…

Una sonrisa tan rota que dolía mirarla.

Aura, desesperada, se aferró a la mochila, negándose a dejarlo ir. Pero con un leve movimiento, él se zafó y siguió caminando, con la vista clavada en el suelo.

No notó que una libreta había caído de su mochila.

La misma con las notas del proyecto Mnemosyne.

Aura la recogió, confundida. Su amigo nunca había sido así. Algo andaba muy mal, pero no sabía qué.

Ya en su habitación, abrió el cuaderno de Gabriel. Entre fórmulas, dibujos y frases sin sentido aparente, distinguió una dirección…

Todo había cambiado desde que empezó con esto, y pensaba que acabaría con esto.

Si quería entender qué le estaba pasando, tenía que ir allí.



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En el texto hay: traumas, drama, transformaciones

Editado: 12.12.2025

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