Fragmentos del Corazón

Capítulo 2: Silencios compartidos

Luna sostiene una taza de té caliente en el pequeño café apartado donde solía encontrarse con Kai. Afuera, la nieve cae lentamente, cubriendo las calles y los recuerdos que aún se aferran a su mente. Dentro, el calor del lugar contrasta con el frío que siente en su interior.

En la mesa de enfrente, una pareja ríe mientras comparten un postre. Luna no puede evitar recordar cómo Kai solía hacerla reír, cómo sus manos entrelazadas parecían encajar perfectamente. Se recrimina por seguir pensando en él, pero es inevitable. Todo en ese lugar le recuerda a los silencios compartidos, esos momentos en los que no hacían falta palabras para entenderse.

Mientras juega distraída con la cuchara, el sonido de la campanilla en la entrada la saca de su ensimismamiento. Por un segundo, cree ver a Kai entrar, pero es solo su imaginación jugando con ella. Suspira, y en ese momento, siente el peso de la soledad caer sobre sus hombros.

En otro punto de la ciudad, Kai camina por un parque cubierto de nieve. Las luces navideñas parpadean, pero no logran iluminar el vacío que siente. Sabe que ha cometido errores, sabe que ha perdido algo invaluable. Pero la culpa lo consume, y no encuentra el valor para enfrentar a Luna. ¿Cómo podría mirarla a los ojos y pedirle perdón? ¿Cómo podría recuperar lo que dejó escapar?

Mientras Kai sigue caminando, su mente se inunda de recuerdos: las noches que pasaron hablando hasta el amanecer, las promesas que se hicieron y las palabras que nunca llegaron a decirse. En su bolsillo, lleva una carta que ha escrito y reescrito mil veces. Una carta que nunca tuvo el valor de entregar. Una carta que, tal vez, podría cambiarlo todo.

Luna sostiene una taza de té caliente en un pequeño café apartado. Kai dibuja figuras abstractas en la mesa con una cucharilla. Afuera, la nieve cae lentamente, borrando los contornos del mundo.

En ese momento, ambos sienten el peso de los obstáculos que han enfrentado: las diferencias de carácter, los miedos no expresados, las distancias autoimpuestas. Pero entre cada silencio, también descubren cómo, a veces, el simple acto de permanecer juntos es un acto de valentía.




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