Frankenstein

capitulo 3

Transcurrió algún tiempo antes de que conociera la historia de mis amigos. Era tal que no podía dejar de producir una profunda impresión en mi mente, pues desvelaba innumerables circunstancias, todas especialmente interesantes y maravillosas para alguien tan absolutamente ignorante como yo.

El nombre del anciano era De Lacey. Provenía de una buena familia de Francia, donde había vivido durante muchos años, en la riqueza, respetado por sus superiores y amado por sus iguales. Su hijo fue educado para servir a su país, y Agatha se había relacionado con las damas más distinguidas. Pocos meses antes de mi llegada, habían vivido en una ciudad grande y esplendorosa llamada París, rodeados de amigos y disfrutando de todos los placeres que pueden proporcionar la virtud, el refinamiento intelectual y el gusto, junto a una aceptable fortuna.

El padre de Safie había sido la causa de su ruina. Era un mercader turco y había vivido en París durante mucho tiempo, cuando, por alguna razón que no pude comprender, se granjeó el odio de los gobernantes. Lo detuvieron y lo metieron en la cárcel el mismo día en que Safie llegaba de Constantinopla para reunirse con él. Fue juzgado y condenado a muerte. La injusticia de aquella sentencia era de todo punto evidente. Todo París estaba indignado, y se consideró que habían sido su religión y su riqueza, y en absoluto el crimen del que se le acusó, las razones de su condena. Felix estuvo presente en el juicio; no pudo controlar su espanto e indignación cuando oyó la decisión del tribunal. En aquel momento hizo una promesa solemne de liberarlo y luego se ocupó de buscar los medios para conseguirlo. Después de muchos intentos infructuosos para conseguir acceder a la prisión, descubrió una ventana sólidamente enrejada en una parte poco vigilada del edificio, desde la cual se veía la mazmorra del desafortunado mahometano, el cual, cargado de cadenas, aguardaba desesperado la ejecución de aquella bárbara sentencia. Felix acudió a la ventana enrejada por la noche y le hizo saber al prisionero sus intenciones de liberarlo. El turco, asombrado y esperanzado, intentó encender aún más el celo de su liberador con promesas de recompensas y riquezas. Felix rechazó sus ofertas con desprecio. Sin embargo, cuando vio a la encantadora Safie, a la que le habían permitido visitar a su padre y quien, por sus gestos, le

demostraba su más viva gratitud, el joven tuvo que admitir que el cautivo poseía un tesoro que realmente podría recompensar el esfuerzo y el peligro que iba a correr.

El turco inmediatamente percibió la impresión que su hija había causado en el corazón de Felix, e intentó asegurar su colaboración con la promesa de concederle su mano en matrimonio. Felix era demasiado noble como para aceptar aquella oferta, aunque observaba aquella posibilidad como la culminación de toda su felicidad.

A lo largo de los días siguientes, mientras proseguían los preparativos para la fuga del mercader, el entusiasmo de Felix se encendió aún más por varias cartas que recibió de aquella encantadora muchacha, que halló el medio para expresar sus pensamientos en la lengua de su amante con la ayuda de un anciano, un criado de su padre que sabía francés. Le agradecía a Felix, en los términos más vehementes, su bondadoso gesto, y al mismo tiempo lamentaba discretamente su propio destino. Tengo copias de aquellas cartas, porque durante mi estancia en el cobertizo encontré medios para procurarme recado de escribir, y a menudo esas misivas estuvieron en manos de Felix y Agatha. Antes de separarnos, os las entregaré; así quedará probada la veracidad de mi historia; pero por el momento, como el sol ya comienza a declinar, solo tendré tiempo para repetiros lo sustancial de las mismas. Safie le explicaba que su madre era una árabe cristiana que había sido apresada y convertida en esclava por los turcos. Por su belleza, se ganó el corazón del padre de Safie, que se casó con ella. La joven muchacha hablaba en los términos más elogiosos y entusiastas de su madre, pues, habiendo nacido libre, despreciaba la esclavitud a la que ahora se veía sometida. Instruyó a su hija en los principios de su religión y le enseñó a aspirar a una altura intelectual y a una independencia de espíritu superiores y prohibidas para las mujeres que siguen a Mahoma. Aquella mujer murió, pero sus enseñanzas quedaron impresas indeleblemente en la mente de Safie, que enfermaba ante la idea de regresar de nuevo a Asia y ser enclaustrada entre los muros de un harén, solo con permiso para ocuparse en pueriles entretenimientos que se acomodaban mal al temperamento de su alma, ahora acostumbrada a las ideas elevadas y a la noble emulación de la virtud. La perspectiva de casarse con un cristiano y permanecer en un país donde a las mujeres se les permitía tener un puesto en la sociedad le resultaba especialmente atractiva.

Se fijó el día para la ejecución del turco; pero la noche anterior pudo escapar de la prisión y, antes de que amaneciera, ya se encontraba a muchas leguas de París. Felix se había procurado pasaportes con el nombre de su padre, de su hermana y de sí mismo. Le contó su plan al primero, que colaboró en la añagaza abandonando temporalmente su casa con el pretexto de un viaje y se ocultó con su hija en un lugar apartado de París. Felix condujo a los

fugitivos por toda Francia hasta Lyon y luego cruzaron Mont-Cenis hasta llegar a Livorno, donde el mercader había decidido esperar una oportunidad favorable para pasar a África. No pudo negarse a sí mismo el placer de permanecer algunos días en compañía de la árabe, que le manifestó el cariño más sencillo y tierno. Hablaban con la ayuda de un intérprete, y Safie le cantaba las celestiales melodías de su país natal. El turco consintió aquella relación y alentó las esperanzas de los jóvenes enamorados, pero en realidad tenía otros planes bien distintos. Le repugnaba la idea de que su hija pudiera casarse con un cristiano, pero temía las represalias de Felix si se mostraba un tanto tibio, porque era consciente de que aún se encontraba en manos de su libertador, ya que podría denunciarlo a las autoridades de Italia, donde se encontraban en aquel momento. Ideó mil planes que le permitieran prolongar el engaño hasta que ya no fuera necesario… y entonces se llevaría a su hija a África. Las noticias que llegaron de París facilitaron enormemente sus planes.



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Editado: 10.01.2021

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