Me sentía cansado, como si llevara mucho tiempo caminando, no podía recordar cuánto tiempo había pasado desde que salí de casa. Se sentía como una caminata sin fin, entre la oscuridad y el frío de la noche. Después de mucho camino, ya podía ver el teatro, se encontraba cruzando la calle.
Había llegado justo a tiempo, pude notar muchas personas aún en la fila, se estaban organizando lentamente en las sillas asignadas por los boletos. La hora acordada para dar inicio a la función era bastante difícil, casi de madrugada, lo que la hacía que se pudiera llegar fácilmente, pero mucho más complejo el regreso a casa, había un toque mágico en dicha hora, nadie puede negar la calma que emana la noche, sin embargo, esta misma razón hizo que me exaltara, pues me pareció extraño la cantidad de personas que habían asistido. La noche hacía que el ambiente fuera demasiado frío, todos llevaban sus abrigos y gorros, las personas parecían osos caminando en dos patas.
Después de un rato pude llegar a mi asiento en el centro del teatro, donde más me gustaba. Todo estaba preparado perfecto, la silla y el violín esperaban ansiosos en el centro del escenario al vil monstruo que les diera vida. El aroma del teatro daba la sensación de calidez, en contraste con el exterior. Era abrumador.
Se abrieron las cortinas y ahí estaba él. El violinista. Lo primero que pensé, es que era demasiado bajo a como me lo imaginaba, pero esto no era un problema. Un buen violinista no se define por su estatura. Su traje estaba impecable, a la altura del evento. Le dí la oportunidad que empezara a tocar. Seguidamente, después de una leve reverencia, empezó el espectáculo.
La primera nota fue sabrosa. Me erizó la piel en solo un segundo, cada nota comenzó a volverse puro placer para mis oídos. No podía quitar la mirada de él, quedé aturdido por lo que estaba escuchando. Era tal goce, que cerré los ojos casi por reflejo. Todo era alegría y pura felicidad. Se sentía en el aire, todos estaban felices. Podía imaginarme las nubes blancas, con el cielo resplandeciente aunque fuera noche profunda.
Sin darme cuenta, en una lenta transición, la felicidad se fue desvaneciendo conforme a las notas sonaban, pasó un rato hasta que noté que el mismo entorno cambió, cruzó de la calidez a unirse con la noche. Yo seguía con mis ojos cerrados, mientras intentaba encontrar el origen del fin de mi ensueño. Decidí abrir mis ojos, fue cuando noté que me encontraba completamente solo en la mitad del teatro. Me volví a poner mi abrigo.y miré directo al violinista, que seguía tocando solo para mí.
¿Cómo no pude notarlo antes? El traje del violinista era completamente negro, su cara estaba tapada con una máscara blanca, donde solo se podían ver sus ojos. Bailaba sentado según el ritmo de las notas que emitía. Saltaba y bailaba mientras emitía felicidad, y se quedaba casi inmóvil cuando emitía tristeza. Era un contraste hermoso y perturbador al mismo tiempo.
Un par de horas de concierto después, cuando acabó, el violinista se levantó y, después de una leve reverencia, se sentó de nuevo plasmando la mirada en mí. No sabía qué hacer, pues estaba solo y no quería aplaudir. El silencio que se creó cuando dejó de tocar era abrumador. Después de unos minutos mirándonos fijamente, decidí gritarle desde donde me encontraba: ¿Quien eres? Se movió como si se estuviera riendo en silencio, y lentamente llevó su mano hasta la máscara, y se la quitó.
Era mi hijo.
Le empecé a gritar todas las dudas que me surgieron sin dejar contestar alguna: ¿Dónde habías pasado estos 10 años?¿Por qué nos abandonaste?¿Te olvidaste de cuanto te amaba tu madre?¿No te acuerdas de mí?
Al entrar en el teatro ví muchas personas y ahora me encuentro solo. No era común que eso pasara en la realidad. Debe ser un sueño, sí. Todo se empezó a nublar de nuevo. La oscuridad se come el teatro lentamente. Pero necesito las respuesta. Salté alterado por cada una de las filas de sillas que habían, intentando llegar al escenario y abrazarlo una vez más.