El sol apenas asomaba y el aire fresco de la mañana le golpeó la cara cuando salió del edificio. Enzo no era de los que se despertaban con pereza; le gustaba llegar antes que el resto del mundo. Puntualidad, sí, pero también un poco de control sobre el día antes de que todo se desordenara.
Bajó los escalones con la llave de la tienda en la mano, y lo vió.
Julien, el veterinario, saliendo de su portal al mismo tiempo. Mismo paso rápido, mismo rumbo hacia sus respectivos locales. Se cruzaron a media calle. No hubo palabras, ni siquiera un gesto de cabeza. Solo ese breve intercambio de miradas que no decía nada, pero que pesaba más de lo que Enzo quería admitir.
Tenían algo en común, aunque ninguno lo reconocería: no soportaban llegar tarde a ningún lado. Ambos preferían estar listos media hora antes que correr contra el reloj.
Enzo giró la llave de la boutique y entró, inhalando el aroma familiar de madera y tela. Sobre la mesa había una carpeta con los primeros detalles de la boda que tenía que planificar. Una pareja joven, Andrea y Martín, que querían algo elegante pero no tradicional. Esa frase lo dejaba en un terreno delicioso para crear.
Mientras encendía las luces, ya tenía en la cabeza un esquema: tonos marfil y oro pálido para ella, un traje de corte moderno con detalles clásicos para él. Tal vez una chaqueta cruzada con botones forrados en seda.
Se sentó con un café en mano, sacó su cuaderno de bocetos y empezó a dibujar. La boda lo mantenía ocupado, pero no era lo único en lo que pensaba. También tenía en mente la nueva colección: vestidos fluidos con espaldas descubiertas y trajes de hombre con siluetas menos rígidas. Quería probar una mezcla de lino y lana para primavera.
Leo llegó unos minutos después, dejando sobre el mostrador una caja con nuevos muestrarios de tela.
—Buenos días, jefe.
—Buenos días —respondió Enzo, sin levantar la vista del cuaderno—. ¿Te gusta el gris perla para un traje de boda?
—Depende del novio —respondió Leo con media sonrisa.
Mientras revisaban telas, Enzo intentó no mirar por el escaparate. Pero lo hizo. Y lo vio. Julien, al otro lado, subiendo la persiana de la clínica. Puntual, impecable… y, por supuesto, sin mirarlo.
Enzo volvió al boceto, pero el trazo se le escapó un poco más fuerte de lo necesario.