Frente A Nosotros

CAPÍTULO 5. Perros, vestidos y otras emergencias.

La mañana en la boutique comenzó como cualquier otra: luces encendidas, escaparate impecable, y el olor de café recién hecho flotando desde la pequeña cafetera detrás del mostrador. Enzo estaba de pie junto al maniquí principal, ajustando el drapeado de un vestido de seda azul noche, cuando Leo entró cargando una caja enorme de flores artificiales.

—Llegaron las decoraciones para la boda de Dalane —anunció, dejando la caja en la mesa central—. Y pesan como si fueran reales.

Dalane era una chica con la que había preparado su boda mucho antes de mudarse y ahora seguía con el tema en su nueva boutique.

Enzo apenas lo miró.
—Cuidado con esa esquina, la seda se engancha fácil.
—Lo sé, lo sé —respondió Leo, rodando los ojos.

Enzo estaba de buen humor, aunque no lo reconociera en voz alta. Esa boda estaba preparada, la boda que estaba diseñando era la oportunidad perfecta para experimentar con nuevas ideas, y tenía bocetos frescos para la colección de primavera que lo mantenían ocupado hasta entrada la noche. Sin embargo, había algo… o alguien, que interrumpía su concentración de vez en cuando.

No lo admitía ni a sí mismo, pero desde aquella mañana en que él y Julien salieron al mismo tiempo de sus casas, se había sorprendido calculando mentalmente a qué hora debía salir para evitar encontrárselo. No porque le incomodara exactamente… sino porque no quería pensar demasiado en lo que ese incómodo silencio decía de ambos.

La campana de la puerta sonó y Dalane, la futura novia, entró acompañada de su madre. Ambas venían cargadas con bolsas y sonrisas.

—¡Hola Enzo! Tengo algo importante que decirte —empezó Dalane, dejando su bolso sobre la mesa—. Max, mi perro, va a ser parte de la ceremonia.

Enzo parpadeó.
—¿Parte…? ¿Como?
—Acompañara a la portadora de los anillos —respondió Dalane con toda la seriedad del mundo—. Y quiero que combine con mi vestido.

Leo soltó una carcajada desde el otro extremo de la sala, pero se calló de inmediato al ver la mirada que Enzo le lanzó.

—De acuerdo —dijo el diseñador—. Podemos hacerle un lazo a juego. Algo elegante.

La madre de Dalane sonrió, pero su expresión se tensó de pronto.
—Hablando de Max… Tu le programaste una cita en una clínica veterinaria, ¿Cierto? Es que está raro. No comió esta mañana.

Dalane se agachó para acariciar al perro, que estaba echado junto a la silla, respirando más rápido de lo normal.

—Pues están de suerte, justo la clínica veterinaria abre ahora mismo.
—¿La cita que programaste es con la clínica veterinaria de enfrente? —preguntó la madre de Dalane.
—Sí —respondió Dalane.

—Las acompaño —dijo Enzo.

Cruzaron la calle a paso rápido. La puerta de la clínica se abrió y, para desgracia de Enzo, fue Julien quien salió a recibirlos. Estaba en mangas de camisa bajo la bata verde, con el cabello un poco despeinado y esa expresión tranquila que parecía inamovible.

—¿Qué ocurre? —preguntó, mirando al perro.

Enzo, por instinto, fue quien contestó.
—Max no ha comido y respira rápido. Puede ser algo serio.

Julien lo miró con una leve sorpresa, como si no esperara que un diseñador supiera identificar un síntoma.
—Traiganlo a la sala de revisión. Clara, prepara la mesa.

La ayudante apareció enseguida, sonriendo a Dalane y su madre mientras tomaba al perro con cuidado. Enzo, sin saber por qué, se quedó de pie en la entrada, observando.

—Puedes esperar afuera —dijo Julien sin mirarlo.
—Prefiero quedarme —respondió Enzo.
—Eres el diseñador, no el dueño.
—Y soy el que los acompañó —replicó Enzo, cruzado de brazos.

Julien suspiró y no discutió más.

La revisión fue rápida: temperatura alta, inflamación leve en la garganta, y diagnóstico de una infección que podía controlarse con medicación. Julien explicó todo con calma, usando un tono que, para Enzo, sonaba casi amable.

—Nada grave —dijo al final—, pero hay que cuidarlo. Le voy a recetar antibióticos y una dieta blanda.

Dalane suspiró de alivio y abrazó a su perro. La madre le dio las gracias varias veces, pero Julien solo asintió. Cuando salieron, Enzo se quedó un segundo más en la puerta.

—Gracias —dijo, bajando la voz.
—Solo hago mi trabajo —respondió Julien.

Podía haber terminado ahí, pero Enzo, contra toda lógica, agregó:
—Te sorprendería saber cuántas veces termino arreglando vestidos destrozados por perros.
—Y a mí cuántas veces termino curando perros intoxicados por adornos de boda —contestó Julien, con una leve curva en los labios que casi era una sonrisa.

Enzo no respondió. No quería admitir que aquella chispa de humor le había gustado.

De regreso en la boutique, Dalane se disculpó por el susto y retomaron la prueba del vestido. Pero Enzo tenía la cabeza en otro lado. Había algo extraño en cómo Julien había manejado todo: firme, profesional, pero con una atención genuina. Y eso… lo desarmaba un poco.

—¿En qué piensas? —preguntó Leo, notando que el lápiz de Enzo llevaba varios minutos inmóvil sobre el papel.
—En el lazo para Max —mintió Enzo.

Por la tarde, Enzo salió un momento a comprar café. Al pasar frente a la clínica, vio a Julien y Clara hablando en la recepción. Algo en su postura, en cómo inclinaba la cabeza para escucharla, le hizo preguntarse si sería igual de atento con todo el mundo… o si había algo más.

Sacudió la cabeza. No era asunto suyo.

Pero cuando volvió a la boutique y encontró a Leo hojeando una revista con trajes de gala, la curiosidad lo traicionó.
—¿Conoces a Clara? —preguntó, intentando sonar casual.
Leo levantó la vista.

—Un poco. Hemos coincidido un par de veces por ahí.
—¿Y?
—Es simpática. ¿Por qué?
—Por nada.

La noche cayó temprano. Enzo cerró la tienda y guardó los bocetos de la boda, pero antes de irse miró por la ventana. Julien estaba en su balcón, regando su planta. Por un instante, sus miradas se cruzaron, y ninguno apartó la vista de inmediato.



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En el texto hay: amistad, romance bl

Editado: 26.08.2025

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