Frente A Nosotros

CAPÍTULO 7. Flores, cintas y finales que empiezan.

El despertador sonó antes de lo habitual. No porque lo necesitara, su cuerpo ya se había adelantado, sino porque era uno de esos días que se graban en la memoria. Enzo se sentó en la cama y miró la luz gris de la mañana filtrarse por la ventana. Tenía la sensación de estar entrando en una coreografía precisa: cada paso, cada gesto, cada mirada debía estar calculada.

Hoy Andrea y Matías se casaban.

Respiró hondo y se levantó. La cocina todavía tenía cajas que no había terminado de desempacar desde su mudanza, pero eso no importaba. Encendió la cafetera y, mientras el aroma se extendía, repasó mentalmente la lista: vestido listo y entregado en el hotel, traje y chaleco impecables, botones de repuesto en un sobre de tela, la cinta azul que Andrea había pedido de última hora "porque mi abuela siempre decía que había que llevar algo azul".

Claro que Dalane, otra de sus clientas, había recogido su vestido dos semanas antes, ya terminado para ella, su boda sería más adelante.

Andrea… Andrea era especial. No solo por la magnitud del evento, sino porque su historia con Matías le recordaba a algo que Enzo pensaba perdido: la fe en que dos personas podían mirar en la misma dirección y encontrar el mismo horizonte.

A las siete en punto, Leo llegó al apartamento para ayudar con el traslado de los últimos detalles. Traía dos cafés y un humor sorprendentemente alegre para esa hora.
—Hoy es el gran día —dijo, dejando los vasos en la mesa—. Y, por cierto, he pasado por delante de la clínica y tu vecino veterinario estaba abriendo.
—¿Y? —preguntó Enzo, fingiendo indiferencia.
—Y nada… solo que parece que madruga tanto como tú.

Enzo sonrió, pero no respondió. Ya había decidido que Jules no sería su primer pensamiento del día. Ni siquiera el segundo.

El hotel donde se celebraría la boda era un edificio antiguo restaurado con gusto: paredes de piedra clara, arcos de madera y un patio interior donde ya se colocaban flores blancas y lilas. Cuando llegaron, Andrea estaba en la suite, rodeada de damas de honor y con una energía que mezclaba nervios y felicidad.

—Enzo —dijo al verlo—, por favor dime que no has olvidado la cinta azul.
Él sonrió, sacando la delicada cinta de seda de una caja.
—Nunca olvido un detalle, Andrea. Y hoy menos que nunca.

El vestido colgaba en una percha acolchada, protegido por una funda que parecía custodiada como si fuera una obra de arte. Seda natural, encaje francés, botones forrados a mano. Lo había diseñado para moverse con ella, para que cada paso fuera como una línea de música.

—¿Puedo verlo otra vez? —preguntó Andrea, como si no lo hubiera hecho ya decenas de veces.
—Claro —respondió Enzo, retirando la funda.

Las damas de honor suspiraron al unísono. Andrea se acercó y acarició la tela como quien reconoce un tesoro.
—Es perfecto. Tú eres perfecto.
—El vestido es perfecto porque tú lo haces perfecto —dijo él, sincero.

Leo, mientras tanto, revisaba el traje de Matías en otra habitación: chaleco de corte clásico con un giro moderno, solapas ligeramente más estrechas, un pañuelo de seda que combinaba con el ramo de Andrea. Todo debía estar en armonía.

A media mañana, Enzo salió al patio para supervisar la disposición de las mesas y se encontró con un pequeño contratiempo: el florista había mezclado cajas y parte de las flores que debían estar en el altar estaban en el salón interior. Sin perder la calma, reorganizó al equipo, reubicó centros de mesa y dio instrucciones precisas.

—Es increíble cómo te transformas en modo comando —comentó Leo, siguiéndolo con una carpeta.
—Cuando tienes a novias, fotógrafos y suegras al acecho, no puedes mostrar fisuras —dijo Enzo, sonriendo de lado.

Por un momento, se detuvo en el arco floral que enmarcaría a la pareja. Era sencillo, elegante y lleno de detalles discretos que hablaban más que cualquier ornamento ostentoso. Y ahí, mirando el altar vacío, Enzo se dio cuenta de que ya no sentía esa punzada que lo había acompañado los últimos meses. No pensó en su ex, no sintió el vacío. Solo una calma distinta.

La ceremonia comenzó puntualmente. Andrea apareció radiante, con la cinta azul anudada al ramo, y Matías no pudo evitar contener las lágrimas. Enzo, desde el lateral, observó cómo se miraban. Esa mirada que no necesita traducción.

Durante el banquete, varios invitados se acercaron a felicitarlo por el diseño del vestido y el traje. Algunos pidieron tarjetas, otros hicieron comentarios como "cuando me case, te buscaré a ti para organizar mi boda". Leo, con una copa de vino en mano, le guiñó un ojo.
—Trabajo asegurado para años.

Andrea y Matías bailaron bajo una lluvia de pétalos. Y, por un instante, Enzo sintió que estaba presenciando no solo un final feliz, sino también un comienzo.

Al caer la tarde, mientras recogían y guardaban los últimos elementos, Leo señaló hacia la entrada del hotel.
—Mira quién está ahí.

Enzo se giró y, a lo lejos, vio a Jules cruzando la calle con una bolsa de papel. No estaba invitado, claro, pero parecía que la clínica estaba cerca de allí. Por un momento, sus miradas se cruzaron. Jules levantó la mano en un saludo breve, casi mecánico, y siguió su camino.

Enzo no supo si interpretarlo como cortesía o simple coincidencia. Pero algo en esa mirada fugaz le dejó una sensación extraña.

De regreso a casa, guardó en su estudio las carpetas y bocetos. Había cumplido. Andrea y Matías se habían casado como lo habían soñado. Y él había comprobado que podía crear belleza incluso cuando su vida personal no estaba perfecta.

Se preparó un té, se sentó junto a la ventana y, mientras la ciudad se teñía de luces nocturnas, pensó que quizá, solo quizá, estaba listo para su propio "final que empieza".



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En el texto hay: amistad, romance bl

Editado: 26.08.2025

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