La mañana empezó gris y con un aire de humedad que hacía que la calle oliera a tierra mojada. Jules caminaba hacia la clínica con pasos medidos, como siempre, intentando mantener la calma y no dejar que la presencia de Enzo perturbara su rutina. Todavía no podía acostumbrarse a verlo por la ciudad con tanta naturalidad, como si su mundo no hubiera sido sacudido por el choque de personalidades que compartían.
Clara caminaba a su lado, ligera, con la energía de alguien que no se dejaba atrapar por la rutina. Jules la escuchaba hablar sobre temas triviales: un nuevo gato rescatado en el vecindario, una clienta que quería esterilizar a su perra antes de mudarse. Intentaba concentrarse en sus palabras, pero su mente regresaba una y otra vez a la figura de Enzo, que parecía moverse por la ciudad con la facilidad de quien no deja rastros de pasado.
—Jules, ¿alguna vez te ha pasado que… sientes algo por alguien que apenas conoces? —preguntó Clara de repente, con una sonrisa curiosa.
Jules frunció el ceño, sorprendido por la pregunta.
—No... no creo —respondió con cautela, como si decirlo en voz alta pudiera abrir una puerta que prefería mantener cerrada.
Clara se rio suavemente, sin presionar, pero Jules notó un brillo en sus ojos, ese brillo de quien sabe que tiene un secreto y disfruta de la incertidumbre ajena.
—Solo curiosidad —dijo Clara—. A veces uno siente atracción y ni siquiera sabe por qué.
Jules desvió la mirada hacia el cielo gris, pensando en cómo debía concentrarse en su trabajo y no en reflexiones que lo hacían sentir vulnerable.
Mientras tanto, a unas cuadras de allí, Leo caminaba al trabajo con Enzo, silencioso, observando la ciudad que despertaba. Su mente estaba en otro lugar: Clara. Pensaba en su sonrisa, en cómo podía iluminar cualquier conversación, y en la facilidad con que podía hacer que alguien bajara la guardia.
—¿En qué piensas? —preguntó Enzo de repente, rompiendo el silencio.
Leo dudó unos segundos, luego decidió confiar en él:
—En Clara —dijo con una sonrisa tímida—. Quiero invitarla a salir, pero… no sé cómo.
Enzo sonrió con ese aire de complicidad que tenía para las cosas que solo ellos compartían.
—Sé directo. Nada de rodeos —dijo—. Si te gusta alguien, actúa antes de que otro lo haga. Además, se nota mucho que te gusta.
Leo asintió, agradecido y algo sonrojado, pero su mente ya estaba planeando cada escenario posible: cómo invitarla a tomar un café, cómo sugerir algo más informal, cómo asegurarse de no parecer demasiado desesperado. Todo mientras caminaba al trabajo, con Enzo a su lado, ajeno a que cada pensamiento de Leo estaba cargado de timidez y emoción.
Jules, en la clínica, comenzó su jornada con revisiones rutinarias, vacunas y limpieza de jaulas. Intentaba concentrarse en los animales, en cada detalle que requería atención, pero su mente no dejaba de revisar mentalmente la ruta de Enzo esa mañana. Había algo en cómo su presencia parecía moverse como una sombra que no se podía ignorar, y aunque intentaba no admitirlo, no podía negar que sentía una curiosidad incómoda.
—¿Sabes? —dijo Clara, dejando escapar una risita—. Creo que tu "desagrado" hacia Enzo es más entretenido de lo que quieres admitir.
Jules levantó la vista, tratando de mantener una expresión neutra.
—No es eso. Solo… no me gusta sentirme desplazado —respondió, y luego bajó la mirada, sintiendo que incluso él mismo no estaba completamente convencido de sus palabras.
—Mm, ya veo —dijo Clara, sonriendo—. Pero no puedes negar que hay algo en él que bueno, no sé, que llama la atención.
Jules suspiró y volvió a concentrarse en el perro, mientras un pensamiento fugaz se le cruzaba: ¿Qué pasaría si algún día nos cruzamos de verdad, sin el silencio incómodo y las coincidencias?
Mientras tanto, Leo, sentado con Enzo en el café de siempre, decidió que era el momento de actuar.
—Mañana le pregunto —dijo, más decidido—. No puedo seguir pensando en eso sin hacer nada.
Enzo levantó la ceja, divertido:
—Bien. Me gusta ver que alguien toma decisiones. No seas demasiado nervioso, solo sé tú.
Leo sonrió, con una mezcla de miedo y emoción, y bebió su café mientras observaba cómo la ciudad comenzaba a moverse. Por un momento, todo parecía más simple, aunque él supiera que los sentimientos nunca eran tan lineales como un horario de oficina.