La mañana comenzó silenciosa en la clínica. Jules ya estaba en su rutina habitual: revisar historiales, preparar vacunas, limpiar mesas. Pero algo en el aire parecía diferente. Tal vez era la calma que había dejado el sol al filtrarse por las persianas, o tal vez era el pensamiento persistente de Nimsu, el gato que Enzo había rescatado con él y había adoptado hace unos días.
Mientras ordenaba las cajas de medicinas, Jules no podía evitar recordar la escena de días atrás: Enzo acurrucado junto al pequeño Nimsu, acariciándolo con cuidado, hablándole con suavidad mientras el gato se acurrucaba confiado sobre su regazo. Ese recuerdo, inesperadamente, lo había conmovido más de lo que quería admitir. Se obligó a sí mismo a desviar la mirada hacia la ventana, respirando hondo.
—¿Estás bien, Jules? —preguntó Clara, entrando en la sala de revisión con una bandeja de jeringas limpias.
—Sí, solo… pensando —respondió él, intentando sonar despreocupado.
Un recuerdo lo golpeó sin previo aviso. Recordó a su ex prometida, Jenna, cómo se había marchado sin aviso, dejando un vacío que todavía dolía. Las promesas rotas, las palabras que quedaron suspendidas en el aire, y la sensación de traición que había llevado meses superar. Jules suspiró, y por un instante permitió que la memoria lo envolviera: la conversación final, el silencio incómodo, y la risa de Jenna al marcharse con alguien más. Todo se sentía lejano, pero no olvidado.
Y sin embargo, allí estaba Nimsu, y Enzo, otra vez recordándole que no todo lo que se pierde está destinado a permanecer perdido. La ternura del gato y la paciencia de Enzo con él provocaron algo que Jules no esperaba: un sentimiento cálido, casi olvidado, que se filtraba lentamente entre la rutina y los recuerdos dolorosos.
Más tarde, Jules escuchó un golpe leve en la puerta. Era Enzo, con Leo detrás, ambos con la habitual puntualidad que Jules respetaba en secreto.
—Buenos días —saludó Enzo, con esa sonrisa tranquila que hacía que Jules sintiera un hormigueo en el pecho que no entendía del todo.
—Buenos días —respondió Jules, intentando sonar neutral, aunque la presencia del diseñador lo dejaba inquieto.
Nimsu se acercó a la puerta, maullando suavemente. Jules se agachó para acariciarlo y notó cómo el gato se frotaba contra Enzo, confiando en él sin reservas. Algo en esa escena, la manera en que Enzo lo sostenía, cómo le hablaba, hizo que Jules bajara la guardia por un segundo y sonriera.
—Creo que Nimsu ya te tomó cariño —dijo Enzo, con un brillo divertido en los ojos.
—Sí… parece que sí —admitió Jules, aunque en su interior sentía un revuelo extraño, como si la calidez de Enzo y la ternura del gato despertaran algo que había estado dormido demasiado tiempo.
Mientras revisaban juntos la condición de Nimsu, Jules se encontró pensando en cosas que no había pensado en meses: cómo sería confiar de nuevo, cómo sería permitir que alguien entrara en su vida sin miedo. Recordó los días oscuros tras la partida de Jenna, los momentos en los que se encerraba en sí mismo, evitando acercarse demasiado a nadie. Y de repente se dio cuenta de algo: no sentía miedo, solo curiosidad y una especie de esperanza cautelosa.
Leo, mientras tanto, observaba desde un rincón cómo Enzo y Jules interactuaban con Nimsu, y no pudo evitar sonreír ante la escena.
"Creo que Jules se está suavizando", pensó, y un impulso lo llevó a considerar invitar a Clara a salir más tarde. Tal vez hoy sería un buen día para eso, pensó, mientras miraba de reojo a la veterinaria sin perder detalle de la interacción entre Enzo y Jules.
Jules terminó de revisar a Nimsu, asegurándose de que la pequeña lesión en la pata estaba bien cuidada. Mientras Enzo lo miraba trabajar con calma y precisión, Jules no pudo evitar recordar cómo, en su pasado reciente, había estado cerrado a todo, cómo cada gesto de cuidado parecía imposible de compartir. Y ahora, ver a Enzo con Nimsu lo hizo comprender algo: había belleza en el cuidado, en la paciencia, en el dejarse llevar un poco.
Cuando Nimsu finalmente se acomodó en los brazos de Enzo, Jules notó cómo su propio corazón se aceleraba. Se preguntó por qué ese simple gesto le afectaba tanto. Tal vez era porque ver a alguien tan genuinamente amable y paciente despertaba recuerdos de lo que había perdido y lo que todavía podía ganar.
—Bueno, parece que Nimsu está listo para su siesta —dijo Enzo con una sonrisa tranquila, sosteniendo al gato con cuidado.
—Sí… gracias por traerlo —respondió Jules, con una mezcla de gratitud y algo que no estaba listo para nombrar.
Mientras los dos se despedían, Jules no pudo evitar un pensamiento fugaz: "Quizás no era tan malo. Quizás no todo está perdido. Quizás puedo volver a confiar."
Ese día, mientras Jules retomaba su trabajo, no podía dejar de sonreír ante la imagen de Enzo con Nimsu, ni ignorar la sensación extraña pero reconfortante que le recorría el pecho. Por primera vez en mucho tiempo, el pasado dolía menos y el futuro parecía un poco más prometedor.
Y aunque nadie lo decía en voz alta, tanto Enzo como Jules sentían que algo nuevo comenzaba a florecer, silencioso, tierno, y lleno de posibilidades.