La mañana comenzaba con un aire fresco y la luz suave del sol entrando por las ventanas de la clínica. Jules caminaba con paso firme, aunque su mente estaba más ocupada en un pequeño paquete que sostenía cuidadosamente entre sus manos. Había pasado la noche pensando en cómo reaccionaría Enzo al recibirlo: un collar dorado con una chapita grabada con el nombre de Nimsu. No era solo un regalo para el gato; era un gesto sutil, casi simbólico, para acercarse a alguien que hasta hacía poco le resultaba indiferente, incluso molesto.
Al llegar, vio a Enzo entrando acompañado de Leo. Jules notó, sin pensar mucho en ello, la manera en que Enzo caminaba con seguridad, pero también con una calma inesperada, mientras Leo parecía relajado, charlando de cosas triviales. Jules respiró hondo y ajustó el paquete detrás de su espalda, intentando que el regalo no delatara el pequeño nerviosismo que sentía.
—Buenos días, Julien —dijo Enzo, con su voz habitual, tranquila pero directa.
—Buenos días... —respondió Jules, notando por un instante cómo Enzo desviaba ligeramente la mirada cuando sus ojos se encontraron—.
Leo, con su habitual sonrisa discreta, parecía darse cuenta de algo que Jules aún no comprendía del todo: un pequeño sonrojo en las mejillas de Enzo. Pero Jules estaba demasiado concentrado en el momento, en el paquete, como para notarlo.
—Pensé que… tal vez Nimsu podría usar esto —dijo Jules finalmente, extendiendo el regalo hacia Enzo.
Enzo lo recibió con sorpresa, sus manos sosteniendo cuidadosamente el paquete mientras lo abría. La luz del sol se reflejaba en el collar dorado, haciendo brillar la chapita con el nombre grabado: Nimsu. Jules sintió un pequeño escalofrío de satisfacción al ver cómo Enzo sonrió genuinamente, sin notar que Jules también sentía una mezcla de nervios y alegría.
—Es perfecto —dijo Enzo, con un brillo casi imperceptible en los ojos—. Gracias, Jules. No puedo creer que hayas pensado en esto.
Mientras colocaba el collar en el pequeño Nimsu, Jules se permitió observar más detenidamente. El gato se movía con agilidad, pero se acurrucó entre los brazos de Enzo, ronroneando con fuerza. Jules se sorprendió al notar la ternura en los gestos de Enzo: la manera en que acariciaba suavemente al gato, cómo sus dedos rozaban la suave pelusa sin prisa, cómo sus labios se curvaban en una sonrisa casi instintiva. Y por un instante, Jules se sintió impresionado, conmovido incluso. Enzo, con ese simple gesto, parecía otra persona: cálido, atento y genuinamente afectuoso.
Leo, mientras tanto, decidió aprovechar un momento de tranquilidad para acercarse a Clara. Sus palabras salieron de manera torpe, pero decidida:
—Clara, he estado pensando… ¿te gustaría salir conmigo a una cita esta tarde?
Clara, sorprendida pero visiblemente emocionada, no dudó:
—¡Claro que sí! Me encantaría —respondió, con una sonrisa que hizo que Leo sintiera cómo su corazón se aceleraba de forma inmediata.
La emoción de la chica era contagiosa. Mientras ellos intercambiaban detalles sobre la cita, Jules no pudo evitar sonreír ante la escena: incluso los pequeños momentos de la vida podían ser hermosos, pensó, mientras regresaba la atención a Nimsu y Enzo.
El gato parecía disfrutar de su nuevo collar y del contacto cercano con Enzo, y Jules observaba cada gesto con una mezcla de curiosidad y admiración. Notó cómo Enzo, sin darse cuenta, se inclinaba ligeramente hacia él, cómo su respiración se volvía más pausada mientras acariciaba al gato. Y Jules, aunque todavía un poco distante emocionalmente, empezó a sentir que sus propias barreras se debilitaban.
—Nimsu tiene suerte de tener un amigo como tú —dijo Jules, con una sonrisa tímida—. Y creo que tú también tienes suerte de tenerlo.
Enzo levantó la vista y sus ojos se encontraron. Durante un instante, un silencio cómodo se instaló entre ellos, ni incómodo ni forzado. Jules no notó el leve sonrojo que todavía persistía en las mejillas de Enzo, pero el pequeño gesto, junto con la forma en que sostenía al gato, hablaba por sí mismo.
Y sin que pasara más, Jules se acercó y extendió la mano para acariciar a Nimsu. Su mano rozó la de Enzo por unos segundos y aunque no las apartaron, se sintió nuevo, cálido.
El resto de la mañana Enzo decidió quedarse con Leo en la veterinaria, haciendo bocetos sentado en una silla. También la mañana siguió entre risas suaves, pequeñas conversaciones sobre la rutina de la clínica, y Nimsu moviéndose con curiosidad entre ellos, a veces acariciado por Jules, otras por Enzo. Cada interacción era un hilo que lentamente tejía algo más que una simple amistad.
Al final de la jornada, cuando Jules se despidió y Nimsu se acomodó en los brazos de Enzo, sintió un calor inesperado en el pecho. Tal vez las cosas no eran tan complicadas como parecía. Quizá, con pequeños gestos, paciencia y tiempo, podían construirse puentes donde antes había desconfianza y distancia.
Ese día, cada uno comprendió, aunque silenciosamente, que los detalles simples, un collar dorado, una sonrisa, una invitación, podían abrir caminos hacia nuevas conexiones. Y, mientras Jules se alejaba con una ligera sonrisa, Enzo acariciaba a Nimsu, sin saber que había dejado un pequeño rastro de cercanía en alguien que hasta hace poco era un completo desconocido.