Cuando Enzo le ofreció llevarlo en coche, Jules dudó un segundo. No era que no confiara en él, bueno, tal vez un poco, pero más por costumbre que por otra cosa. Sin embargo, Nimsu estaba en sus brazos, ronroneando y completamente dormido, y la idea de molestarlo y no acariciarlo no le agradó así que aceptó.
—Está bien —respondió finalmente, intentando que sonara casual.
El trayecto fue breve; apenas cinco minutos, pero en ese silencio de coche, con la radio sonando bajito y las luces de la calle pasando como sombras suaves por el parabrisas, Jules sintió algo distinto. No era incomodidad. Más bien, una especie de calma inesperada. Cuando llegaron, Enzo aparcó frente a su portal y le dirigió una sonrisa ligera.
—Buenas noches, vecino.
—Buenas noches —contestó Jules, bajando con Nimsu todavía entre sus brazos y pasándoselo suavemente a Enzo.
Ya Enzo en su apartamento, dejó al gato sobre el sofá y se preparó una cena ligera. Lo mismo, probablemente, estaba haciendo Jules al otro lado de la calle. Esa idea le arrancó una media sonrisa. Después de cenar y darse una ducha rápida, se tumbó en la cama, dispuesto a dormir.
Jules en su casa también intentaba dormir, no supo cuánto tiempo había pasado cuando algo suave y tibio se metió entre sus brazos. Medio dormido, abrió un ojo y se encontró con Nimsu, acomodándose descaradamente contra su pecho. El gato lo miró con esos ojos grandes, como si fuera lo más normal del mundo haberse colado en su casa.
—¿Qué haces aquí, pequeño fugitivo? —susurró Jules, acariciándole la cabeza.
No tuvo el valor ni el ánimo para devolverlo en ese momento. Al contrario, lo dejó quedarse, sintiendo el ronroneo contra su brazo. El sonido le resultó extrañamente reconfortante.
Al amanecer, fue Nimsu quien lo despertó del todo, restregándose contra su cara. Jules se incorporó, con el cabello revuelto y la voz grave del sueño, y decidió que lo mejor era llevar al gato de vuelta antes de que Enzo lo buscara.
Todavía en pijama y Nimsu en brazos, llamó suavemente a la puerta del vecino. Al cabo de unos segundos, Enzo apareció, igual de adormilado, con una camiseta amplia y pantalones sueltos. Ambos se miraron un momento, como reconociéndose en ese estado natural y sin pretensiones.
—Creo que anoche se escapó —dijo Jules, extendiendo al gato.
Enzo rió, rascándose la nuca.
—O quizá decidió que prefería tu cama.
Jules estaba a punto de responder cuando Enzo, casi sin pensarlo, dijo:
—¿Quieres pasar a tomar un café? Ya que estamos despiertos…
A Jules le sorprendió lo mucho que le apetecía aceptar.
—Claro —dijo, y siguió a Enzo al interior.
La cocina olía a café recién hecho. Se sentaron en la mesa pequeña, Nimsu saltando entre ellos como si la visita fuera lo más natural del mundo. El silencio no era incómodo; más bien, estaba lleno de pequeños sonidos domésticos: el goteo de la cafetera, el ronroneo del gato, el roce de las tazas contra la madera.
Cuando terminaron, casa uno se vistió en sus casas para sus trabajos y, como si fuera lo más normal, salieron juntos de casa al mismo tiempo, caminando hacia sus respectivas rutinas con la sensación de que la mañana había comenzado de una forma inusualmente buena.