Jules nunca se imaginó que terminaría reorganizando su casa por culpa de una gata que no era suya. Hari, con su pelaje suave y su panza redondeada, se había instalado como si hubiera vivido allí toda la vida. Desde que apareció con Nimsu aquel día, parecía decidida a convertir su hogar en el suyo.
Había preparado un pequeño rincón junto a la ventana para que ella descansara. Una manta limpia, un cojín mullido y una caja baja por si prefería estar resguardada. Hari lo inspeccionó todo con ese aire independiente que solo los gatos tienen, antes de decidir que la manta sobre el sillón era mucho más cómoda que cualquier cosa que él hubiera pensado para ella.
Mientras tanto, Nimsu seguía en casa de Enzo. O al menos en teoría. Porque desde que supo que Hari estaba cerca, el gato hacía visitas constantes, algunas autorizadas, otras no tanto. Era como si ambos tuvieran una agenda secreta que ni Enzo ni Jules conocían del todo.
Aquella mañana, Jules estaba tomando un café mientras revisaba unos informes en la mesa de la cocina, cuando escuchó un golpe sordo en la ventana del comedor. Levantó la vista y ahí estaba: Nimsu, con el pelaje ligeramente alborotado y una expresión de "abre ya" pintada en el rostro.
—No puede ser… —murmuró Jules, dejando la taza en la mesa y abriendo la ventana.
El gato entró con total naturalidad, se paseó por la cocina y fue directo hacia el sillón, donde Hari dormía. Le dio un par de toques con la pata y luego se acurrucó junto a ella como si no hubiera pasado nada.
Diez minutos después, el timbre sonó. Era Enzo, con una sonrisa resignada.
—¿Otra vez? —preguntó, mirando a Nimsu y Hari juntos como si fueran una pareja de veteranos en una comedia romántica.
—Sí. ¿Sabes que trepó por el seto para llegar a la ventana? —Jules alzó una ceja.
—No me sorprende —respondió Enzo, entrando en la casa como si fuera lo más natural del mundo—. Ese gato tiene más determinación que yo antes de un desfile.
Durante las siguientes semanas, las idas y venidas se volvieron parte de la rutina. Un día Nimsu aparecía con una ramita que dejaba en la alfombra de Jules; otro, Hari desaparecía por la tarde y Enzo la encontraba durmiendo en la terraza de su casa. Al final, para evitar escapes peligrosos, ambos acordaron que podían turnarse para que los dos gatos pasaran tiempo juntos.
Ese acuerdo trajo consigo algo inesperado: más tiempo compartido entre Enzo y Jules. Si antes apenas cruzaban un par de frases, ahora tenían que coordinar horarios, compartir anécdotas felinas y, en ocasiones, ayudarse mutuamente cuando los dos gatos decidían causar caos.
Un jueves por la tarde, Jules estaba en la cocina preparando un bol de comida para Hari cuando escuchó un ruido sospechoso. Salió al salón y encontró a Nimsu… sobre la estantería más alta, intentando alcanzar una planta colgante.
—¡No! —corrió hacia él, pero en ese momento, el gato tiró la maceta, que por suerte cayó sobre el sillón.
—¿Necesitas ayuda? —la voz de Enzo apareció detrás. Llevaba en la mano un sobre grande con bocetos, probablemente de su trabajo.
—¿Tú qué crees? —Jules señaló la estantería.
Enzo dejó el sobre a un lado y se acercó, levantando los brazos para alcanzar a Nimsu. El gato se dejó coger con una tranquilidad sospechosa, como si todo fuera parte de su plan.
—Listo. Y para que conste, no fue idea mía —dijo Enzo, acariciando al gato.
Jules suspiró, pero no pudo evitar sonreír un poco.
—Estos dos van a volvernos locos.
Enzo sonrió también, aunque había algo más en su mirada. Tal vez era el hecho de estar en la cocina de Jules, con el olor a café flotando en el aire y los dos gatos mirándolos desde el sillón. O quizá que, sin darse cuenta, las conversaciones entre ellos ya no tenían esa tensión inicial.
Un sábado por la mañana, fue el turno de Jules de llevar a Nimsu a casa de Enzo. Había prometido dejarlo allí para que pasara el día con él mientras Hari descansaba.
Cuando llegó, Enzo estaba de pie junto a la mesa del comedor, dibujando en un gran cuaderno de bocetos. Vestía ropa cómoda y tenía un mechón de pelo rebelde que parecía empeñado en caerle sobre la frente.
—Gracias —dijo Enzo al recibir al gato—. Justo estoy trabajando en el diseño de un vestido para una boda en primavera.
Jules se inclinó para mirar.
—Es bonito. ¿Siempre haces tantos detalles en las mangas?
—Depende de la persona —respondió Enzo, sin dejar de trazar líneas—. Pero sí, me gusta que cada vestido cuente una historia.
Hubo un momento breve de silencio. Nimsu saltó a la mesa, esquivando hábilmente los lápices, y se acomodó junto al cuaderno como si quisiera dar su aprobación.
—Vas a tener que enseñarme algún día —dijo Jules de pronto, sorprendiéndose a sí mismo por la frase.
—Cuando quieras —Enzo levantó la vista y sonrió.
Con el paso de los días, las visitas se hicieron casi inevitables. A veces, Enzo pasaba por la veterinaria para dejar algo de comida especial para Hari; otras, Jules aparecía en la tienda con una caja de galletas "para el café", aunque ambos sabían que era más por tener una excusa para charlar que por otra cosa.
Un martes cualquiera, la "excusa" vino de los propios gatos. Jules estaba leyendo en el sofá cuando escuchó un ruido extraño en la cocina. Al llegar, encontró a Hari y Nimsu dentro de la misma caja de cartón, como si fuera su guarida personal.
—¿En serio? —murmuró, y en ese momento sonó su teléfono. Era Enzo.
—Creo que me falta un gato —dijo él al otro lado.
Jules se rio.
—No te preocupes, está en buena compañía.
Y así, casi sin proponérselo, Enzo y Jules empezaron a formar una rutina no planeada. El café de la mañana, los intercambios de gatos, las conversaciones sobre cualquier cosa que no fueran solo felinos… Todo eso se colaba entre ellos como si siempre hubiera estado ahí.
Hari y Nimsu parecían satisfechos. Al fin y al cabo, eran los verdaderos artífices de todo.