La mañana comenzó con un silencio suave en la casa de Jules. Hari estaba acurrucada sobre una manta en el sofá, con la barriga redondeada que subía y bajaba al ritmo de su respiración tranquila. Jules, en una de sus raras mañanas sin prisas, estaba revisando en su tablet artículos sobre cuidados para gatas preñadas. No lo admitiría en voz alta, pero se había vuelto casi un experto en las últimas semanas.
Un suave maullido interrumpió la calma. Al levantar la vista, Jules vio una mancha gris y blanca moviéndose por la ventana. Nimsu, con esa mirada descarada de "yo paso donde quiero", estaba en el alféizar, esperando que le abrieran.
—Vaya, el señorito ha decidido honrarnos con su presencia —murmuró Jules, mientras se levantaba para abrirle.
Nimsu entró como si fuera su propia casa, caminando directamente hacia el sofá y olfateando a Hari, que abrió los ojos y le dedicó un ronroneo suave. Jules sonrió, no por Nimsu, sino por la reacción de Hari. Desde que el gato había empezado a visitarla, parecía más animada.
Mientras observaba cómo ambos gatos se acomodaban juntos, Jules sintió una calma extraña. No estaba acostumbrado a compartir el espacio, ni siquiera con personas. La última vez que lo había hecho… su mente se lo llevó, sin permiso, a un recuerdo que siempre intentaba enterrar.
_RECUERDO_
Su ex prometida, estaba sentada en el comedor, hojeando una revista de decoración. Su sonrisa era hermosa, pero ese día estaba vacía.
—Tenemos que hablar, Jules —había dicho, sin mirarle a los ojos.
Lo que siguió fue una conversación que se le clavó como espinas: no era él, era que había conocido a otra persona… No había gritos, ni reproches. Solo una despedida fría, limpia y devastadora.
Sacudió la cabeza, regresando al presente, al suave ronroneo de Hari y Nimsu. No quería volver allí.
Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos. Abrió y se encontró con Enzo, sosteniendo una bolsa de papel en una mano y un termo en la otra.
—Hola, Jules —dijo Enzo, con una sonrisa ligera—. Traje la comida de Nimsu y café. Pensé que tal vez querrías.
—¿Y qué te hace pensar eso? —replicó Jules, arqueando una ceja.
—Nada, pura intuición —respondió Enzo, entrando como si ya supiera que no le cerrarían la puerta.
Los gatos se levantaron para recibirlo, y Enzo se agachó para acariciarlos. Jules no pudo evitar fijarse en cómo el cabello de Enzo caía un poco hacia adelante, en el gesto delicado con el que tocaba a Hari, evitando presionar su vientre.
—Se ve más tranquila —comentó Enzo, levantando la vista.
—Sí, supongo que Nimsu le hace bien. Aunque tu gato tiene un talento especial para meterse en todas partes.
—Es curioso —rió Enzo—, lo mismo dicen de mí.
Se acomodaron en el salón, con el café humeante en la mesa baja. Al principio la conversación fue ligera: el clima, el trabajo, alguna anécdota graciosa de clientes de Enzo que pedían cosas imposibles para bodas. Jules se descubrió riendo más de lo que habría pensado.
En un momento, Hari decidió que la manta del sofá no era suficiente y saltó al regazo de Jules, acomodándose con un suspiro. Nimsu no tardó en imitarla, solo que su objetivo fue Enzo. La escena, vista desde fuera, habría parecido la de dos amigos compartiendo una tarde tranquila, cada uno con un gato dormido en el regazo.
—Debo admitir que no eres tan insoportable como pensé al principio —dijo Jules, medio en broma.
—¿Eso es un cumplido o una declaración de guerra? —preguntó Enzo, sonriendo de lado.
—Tómatelo como quieras.
Había algo en esa sonrisa que Jules no quería analizar demasiado.
Pasaron la tarde así, hablando de cosas y de nada. A veces el silencio no era incómodo; se llenaba con los ronroneos, el sonido del viento y el aroma del café. Cuando se hizo hora de irse, Enzo se levantó para llamar a Nimsu, pero el gato estaba demasiado ocupado jugando con Hari como para moverse.
—Creo que estos dos están conspirando para que nos veamos más —dijo Enzo, resignado.
—O tal vez eres tú el que está usando a tu gato de excusa —contraatacó Jules.
Ambos rieron, pero en el fondo sabían que no era tan falso como sonaba.
En la terraza, mientras intentaban convencer a los gatos de volver a sus respectivas casas, ambos se inclinaron al mismo tiempo para recoger un juguete que Nimsu había derribado. Sus manos se rozaron, y aunque fue apenas un segundo, Jules sintió un calor inesperado recorrerle los dedos.
—Gracias por traer el café —dijo Jules, apartando la mirada.
—Gracias por cuidar de estos dos —respondió Enzo, con una sinceridad que desarmó cualquier sarcasmo.
Cuando Enzo se marchó, Jules se quedó en la terraza, viendo a los gatos jugar a través de la ventana del vecino. No podía evitar pensar que, poco a poco, las barreras que había levantado empezaban a tambalearse.