La mañana comenzó más fría de lo habitual, con un cielo nublado que prometía lluvia, aunque en la pequeña ciudad eso no siempre significaba que llegaría a caer una gota. Jules ajustó la bufanda en su cuello mientras cerraba la puerta de su casa, asegurándose de que Hari y Nimsu estuvieran tranquilos en el salón. La gata apenas se movía, descansando con las patas delanteras recogidas, y su respiración lenta y profunda era una clara señal de que sus días de embarazo estaban llegando al final. Nimsu, como si entendiera todo, no se alejaba de ella más de un par de metros.
—No me pongas esa cara —murmuró Jules, dándole una última caricia a la cabeza de Nimsu—. Voy a volver antes de que lo notes.
Salió con paso firme hacia la clínica veterinaria, que quedaba justo enfrente de la tienda de Enzo. Como casi todos los días, coincidió con él en la calle. Enzo llevaba en una mano una carpeta de bocetos y en la otra un café humeante. Vestía con ese aire elegante y relajado que parecía natural en él, como si se hubiera despertado con la ropa perfectamente planchada y el cabello en orden.
—Buenos días —dijo Enzo, sin perder el paso.
—Buenas —respondió Jules, ajustando su bufanda. Sus miradas se cruzaron apenas un instante antes de que cada uno se dirigiera a su respectiva puerta.
El día transcurrió con la rutina habitual: consultas para Jules, entre vacunas, revisiones y un par de urgencias menores; Enzo, por su parte, atendía a dos clientas para pruebas de vestidos, dibujaba nuevos diseños y revisaba telas que habían llegado esa mañana. Entre pacientes y costuras, los dos encontraban un momento para enviarse mensajes cortos sobre Hari.
"Comió bien esta mañana." —mensaje de Jules.
"Perfecto, si quieres le paso a dejar un juguete nuevo al mediodía." —respondía Enzo.
Era jueves, un día intermedio que se sentía eterno. Cuando terminó la jornada, Jules se cruzó con Clara, que salía con una sonrisa inusual.
—¿Buenas noticias? —preguntó él.
—Leo me invitó a tomar algo este fin de semana —respondió ella, intentando sonar casual, pero no podía ocultar el brillo en los ojos—. No sé me gusta mucho estar con él.
Jules alzó una ceja, divertido.
—Pues ya era hora. Me alegro por ti, Clara.
Ella sonrió antes de despedirse, y Jules regresó a casa pensando que, quizá, las cosas estaban empezando a moverse no solo para Hari, sino para todos ellos.
El viernes amaneció con un cambio en el aire. Hari estaba más inquieta, y aunque aún no parecía que el parto fuera inminente, Jules decidió no quitarle el ojo de encima. Nimsu la seguía como una sombra, y aquello provocaba escenas curiosas: los dos felinos acurrucados en una manta, Nimsu lamiendo la cabeza de Hari como si estuviera cuidando de ella.
Enzo se pasó por la clínica antes de abrir su tienda, llevando una pequeña bolsa con premios para gatos.
—Pensé que le vendría bien algo especial —dijo, tendiéndole la bolsa a Jules.
—Gracias. Creo que Nimsu se los comerá antes que ella, pero lo intentaremos.
Por un momento, se quedaron en silencio, observando a los gatos a través de la pequeña habitación de reposo de la clínica. Hari estaba tumbada, y Nimsu, medio encima de ella, parecía un guardián.
—Es raro —murmuró Enzo—, pero creo que esto me ha hecho darme cuenta de lo mucho que me gusta tenerlos cerca.
Jules asintió, aunque no comentó nada. Sabía que Enzo no siempre hablaba de sus sentimientos, y prefería dejar que el momento se quedara así.
El sábado, Enzo trabajó medio día en su tienda, adelantando bocetos para una boda programada en dos meses. Entre telas y costuras, se sorprendió pensando en Jules más de lo que admitía. Cuando cerró, cruzó la calle y tocó a la puerta de la casa de Jules. Este le abrió con el pelo ligeramente desordenado, como si hubiera estado tumbado en el sofá.
—Vine a ver cómo está Hari —explicó Enzo.
—Pasa, están en el salón.
Hari descansaba en una cama de gato, y Nimsu estaba justo al lado. Enzo se agachó para acariciarlos, y Jules se quedó observando cómo su expresión cambiaba al mirar a los animales. Había algo genuino, una ternura que lo descolocaba.
—Creo que ya no falta mucho —comentó Jules.
—¿Estás nervioso? —preguntó Enzo, mirándolo de reojo.
—No por mí, bueno, tal vez un poco. Es un momento importante para ella.
El resto del día lo pasaron hablando de cosas triviales: una nueva cafetería que había abierto a dos calles, un programa que ambos habían visto la noche anterior, y algún chiste sobre lo protectivo que se había vuelto Nimsu.
Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Leo y Clara disfrutaban de su tarde juntos. Primero fueron a un restaurante pequeño y elegante, donde compartieron un plato de pasta y rieron sobre anécdotas de clientes y pacientes. Después caminaron por el parque junto al río. El agua reflejaba el atardecer en tonos naranjas y dorados, y los patos se acercaban curiosos esperando comida. Clara lanzó un trozo de pan y rió cuando uno de ellos se lo arrebató de las patas a otro.
Leo sonrió, y aunque la tarde continuó con más risas y paseos, el momento quedó grabado en la memoria de ambos.
De regreso al lunes, la rutina laboral volvió a imponerse. Jules y Enzo apenas tuvieron tiempo de hablar más allá de los mensajes rápidos sobre Hari. Sin embargo, la gata parecía más tranquila, lo que de alguna forma aumentaba la tensión: sabían que en cualquier momento podría empezar el parto.
El martes, Jules notó que Hari estaba buscando rincones más apartados para descansar, señal clara de que estaba preparándose. Decidió preparar una caja grande con mantas limpias y toallas en un rincón de la clínica, por si el momento llegaba mientras estaba trabajando. Le envió una foto a Enzo.
"Todo listo por si acaso."
Enzo respondió con un pulgar arriba, seguido de: "Te aviso si veo algo en casa cuando la lleve."