Frente A Nosotros

CAPÍTULO 22. Sombras que ceden.

La mañana empezó temprano en casa de Jules. Hari dormía hecha un ovillo a los pies de la cama, y dos de los gatitos habían trepado hasta su pecho como si fueran dueños del lugar. Jules los observó respirar, diminutos y frágiles, y pensó que hacía apenas unas semanas su vida estaba vacía de todo esto.

Vacía de ellos.
Vacía de Enzo.

Se incorporó despacio, cuidando de no despertar a los pequeños. Ultimamente, cada cosa en su vida lo llevaba a pensar en su vecino. No era intencional, pero estaba ahí: en la forma en que Nimsu se colaba en su casa sin pedir permiso, en las mañanas compartidas con café recién hecho, en esas visitas que al principio eran una invasión y que ahora extrañaba cuando no ocurrían.

Se pasó una mano por el rostro, frustrado. "No, esto no es nada", pensó. "Solo costumbre cercanía."

El día transcurrió entre medicinas, cuidados y anotaciones de control para los gatitos. Aquella rutina le había dado un propósito distinto, algo que llenaba los espacios que antes ocupaba su ex prometida seguía siendo un recuerdo doloroso, pero cada día dolía menos. Era como una cicatriz que ya no sangraba.

Y, sin embargo, cuando recordaba lo que Enzo había dicho la tarde anterior, "Creo que me estoy enamorando", un extraño calor le recorría el pecho. No lo había dicho para él, no directamente, pero Jules no pudo evitar pensar que le habría gustado escucharlo dirigido solo hacia sí.

Ese pensamiento lo inquietó.

En la tarde, Enzo apareció con Nimsu entre los brazos, como ya era costumbre.
—Vecino, traje unas golosinas nuevas para Hari. ¿Quieres probar si le gustan?

El tono ligero, la sonrisa casi tímida, no pasaron desapercibidos. Jules lo dejó entrar, y pronto la sala volvió a llenarse de movimiento: Nimsu correteando, Hari olfateando las golosinas, los gatitos intentando trepar por la pierna de Enzo.

Jules lo observó en silencio. Él, a quien antes había visto como arrogante y distante se le mostraba ahora de otra forma. Reía sin reservas cuando los gatitos lo sorprendían, acariciaba a Hari con paciencia infinita, hablaba con un tono suave que parecía calmar incluso al más inquieto de los animales.

Y, poco a poco, Jules se sorprendió a sí mismo fijándose en detalles que no debería: el brillo de los ojos de Enzo cuando la luz de la tarde se reflejaba en ellos, la manera en que el cabello se le despeinaba al reír, la firmeza cálida de su voz.

Intentó convencerse de que solo era costumbre. Pero ya no estaba tan seguro.

Cuando anocheció, Enzo se puso de pie para marcharse.
—Mañana tengo una boda que organizar —dijo, acomodando a Nimsu en sus brazos—. Pero lo dejaré contigo un rato. Así no se siente solo.

Jules asintió y lo acompañó hasta la puerta. Fue entonces, al entregarle una pequeña bolsa de medicinas para los gatos, cuando sus manos se rozaron. El contacto fue mínimo, pero suficiente para que ambos se quedaran inmóviles un instante.

El corazón de Jules se aceleró de forma traicionera. Enzo lo notó, y sus labios se curvaron en una sonrisa breve, apenas un destello antes de girar la manija y marcharse sin añadir nada más.

Jules cerró la puerta y se apoyó en ella, con el rostro encendido. Hari maulló detrás de él, y al agacharse para cargarla, susurró contra su pelaje:
—Creo que estoy perdido.

Por primera vez, aceptaba en silencio lo que sentía: se estaba enamorando de Enzo.



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En el texto hay: amistad, romance bl

Editado: 26.08.2025

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