Frente A Nosotros

CAPÍTULO 25. Dulzura compartida.

El sábado por la tarde olía a café y a azúcar en la casa de Jules. Él había preparado unos postres caseros, su manera de liberar la tensión después de una semana agotadora en la clínica, y aunque no lo admitiría en voz alta, esperaba con cierta ansiedad la llegada de Enzo.

El timbre sonó y, como siempre, su corazón dio un pequeño salto. Al abrir la puerta, se encontró con Enzo sosteniendo una caja de pastelería, con una sonrisa algo avergonzada.

—Pensé que tal vez ya tenías postres, pero traje algunos de la cafetería de la esquina. Nunca sobran, ¿no? —dijo con una media risa.

Jules iba a responder, pero antes de que pudiera hacerlo, se escuchó otra voz:

—¡Enzo! ¡Jules!

Clara apareció detrás, tomada de la mano de Leo. Ambos traían ese brillo en los ojos que delataba complicidad y el cariño de una pareja que se sentía cómoda juntos. Jules los dejó pasar, sorprendido, y Enzo levantó una ceja divertida.

—¿Interrumpimos algo? —preguntó Leo, con un tono burlón.

—Nada que no se pueda compartir —replicó Enzo, dándole un leve codazo a Jules, que rodó los ojos pero no pudo evitar sonreír.

El ambiente se volvió ligero. Todos se acomodaron en la sala, con las bandejas de postres sobre la mesa, mientras los gatos correteaban de un lado a otro. Hari descansaba tranquila, y Nimsu vigilaba a sus crías con paciencia.

Clara se quedó embelesada frente a uno de los pequeños gatitos, una bolita gris con manchas blancas que se acurrucaba en su mano.

—Es el más bonito que he visto en mi vida… —susurró, acariciándolo con cuidado.

Enzo y Jules intercambiaron una mirada rápida. Jules fue el primero en hablar:

—Todavía son muy pequeños.

—Lo sé —respondió Clara, con un puchero adorable—. Cuando crezcan… ¿podría llevármelo?

Hubo un silencio breve, hasta que Enzo asintió con una sonrisa suave.

—Si Jules está de acuerdo, claro.

Jules observó a Clara, luego al pequeño en sus manos, y finalmente a Enzo. Sintió una calidez inesperada en el pecho.

—Sí. Creo que estará en buenas manos.

La sonrisa de Clara iluminó toda la habitación, y Leo la rodeó con un brazo, feliz de verla tan contenta.

Pasaron la tarde entre risas, charlas ligeras y juegos con los gatitos. La casa se llenó de una energía que Jules no recordaba haber sentido desde hacía mucho: la de una familia improvisada, unida por azares que poco a poco parecían inevitables.

En un momento en que Clara y Leo estaban entretenidos con los gatos, Enzo se acercó a Jules, casi sin pensarlo. Sus hombros se rozaron, y por un instante Jules contuvo la respiración.

—Te ves feliz —murmuró Enzo, lo bastante bajo como para que solo él lo oyera.

Jules giró la cabeza, sorprendido por la sinceridad en su voz.

—Supongo que sí. No me había dado cuenta.

Enzo sonrió, esa sonrisa genuina que Jules empezaba a reconocer como una de las cosas más peligrosamente encantadoras en él.

Por un instante, ninguno de los dos habló. El ruido de las risas al otro lado de la sala parecía lejano. Solo estaban ellos, cerca, con los ojos diciéndose más de lo que se atrevían a poner en palabras.

La tarde terminó con promesas de volver a verse pronto, con Clara despidiéndose del pequeño gato como si ya fuera suyo y Leo tomándola de la mano con cariño.

Enzo y Jules se quedaron en la puerta, observando cómo se alejaban. El silencio entre ellos ya no era incómodo.

—¿Otro café? —preguntó Enzo, con un brillo juguetón en los ojos.

Jules sonrió, y esta vez, no dudó.

—Claro.

Y aunque ninguno lo dijo en voz alta, ambos sabían que algo estaba cambiando.



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En el texto hay: amistad, romance bl

Editado: 26.08.2025

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