Frente A Nosotros

CAPÍTULO 26. Días prestados.

El calendario parecía haberse vuelto cómplice. Una boda se había pospuesto, la clínica había reducido turnos y, casi de manera inesperada, tanto Enzo como Jules coincidieron en algo que rara vez pasaba: una semana y media libre de compromisos.

Lo que comenzó como una excusa para pasar más tiempo con los gatos, pronto se convirtió en algo más.

Los días pasaron con ligereza.
Enzo solía aparecer temprano en la puerta de Jules, a veces con café y otras con algún dulce de la panadería. Jules lo recibía con Nimsu sobre los hombros, y Hari descansando en un rincón, mientras los gatitos cada vez más activos descubrían el mundo entre cojines y alfombras.

—Se van a acostumbrar a que siempre estemos juntos —bromeó Jules una mañana, mientras uno de los pequeños intentaba trepar por su bata.

—¿Y eso sería malo? —respondió Enzo con un tono juguetón, aunque sus ojos decían algo más serio.

Las tardes eran otra cosa. Había paseos por el parque con los gatos dentro de una mochila especial que Jules había comprado, risas compartidas cuando más de un transeúnte los miraba con sorpresa, y charlas largas en las que, sin querer, se colaban retazos de sus pasados y de sus miedos.

Enzo descubrió que Jules tenía un humor más irónico de lo que parecía a primera vista, y Jules, que Enzo escondía detrás de su seguridad una sensibilidad inesperada.

Hubo momentos simples que parecían cargados de algo más:

El roce accidental de sus manos al alcanzar un mismo plato.

Una carcajada compartida que duraba más de lo necesario.

El silencio cómodo cuando ninguno tenía nada que decir, pero tampoco ganas de romperlo.

Al sexto día de vacaciones, Enzo apareció con una bolsa misteriosa.

—No es gran cosa, pero pensé que ya que no estamos trabajando, podríamos cenar como si fuera una ocasión especial.

Jules arqueó una ceja.

—¿Y qué se supone que significa "una ocasión especial"?

—Significa que cociné —respondió Enzo, inflando el pecho con orgullo.

Jules no pudo contener la risa.

—¿Cocinaste tú? ¿Y sobrevivió la cocina?

—Muy gracioso. Te sorprenderías de lo que puedo hacer con una sartén.

La cena improvisada se instaló en el comedor de Jules, con una mesa sencilla: pasta casera que Enzo había preparado y una botella de vino abierta entre ambos. Los gatos dormían cerca, como si fueran testigos silenciosos de algo que estaba a punto de suceder.

La conversación fluyó, primero sobre trivialidades, luego sobre recuerdos de la infancia. Jules terminó confesando que había soñado alguna vez con tener una casa llena de animales, mientras Enzo le escuchaba con una atención que lo hacía sonrojarse.

Hubo un instante, justo cuando las copas tintinearon en un brindis improvisado, en el que ambos se quedaron mirándose más de lo necesario.

El ambiente parecía cambiar. El silencio se volvió espeso, expectante. Jules apartó la vista primero, llevándose el vaso a los labios.

Enzo sonrió apenas, como si hubiera entendido algo que no necesitaba ser dicho.

La noche no terminó con una declaración ni con un gesto atrevido. Solo con la promesa silenciosa de que aquello aún no había acabado.

—Entonces… —dijo Enzo, levantándose con calma—. Mañana puedo traer el postre.

—Si es comestible —bromeó Jules, aunque en sus ojos había un brillo distinto.



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En el texto hay: amistad, romance bl

Editado: 26.08.2025

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