Frente A Nosotros

CAPÍTULO 27. Confesiones a medias.

Al día siguiente la mesa estaba un poco más cuidada: Jules había preparado la ensalada y Enzo había cumplido su promesa trayendo un postre de chocolate que, sorprendentemente, no estaba quemado.

Los gatitos jugaban en un rincón y Hari observaba atenta, como toda madre. Nimsu, en cambio, parecía más inquieto, paseando de un lado a otro como si sospechara que algo especial ocurría entre sus dos humanos favoritos.

El ambiente estaba cargado de algo que ninguno terminaba de decir. Jules hablaba de trivialidades, pero sus pensamientos iban en otra dirección. Había pasado tanto tiempo intentando convencerse de que Enzo no era para él y, sin embargo, ahí estaba, disfrutando de cada minuto a su lado.

Enzo, por su parte, no disimulaba tanto. Su mirada se detenía en Jules con demasiada frecuencia, y cada sonrisa parecía un intento de decir lo que no se atrevía a poner en palabras.

El vino ayudaba a que la conversación se soltara. Enzo fue el primero en romper el silencio prolongado que se había instalado entre ellos.

—¿Sabes? Hace mucho que no me siento así —dijo, bajando la vista al plato vacío.

—¿Así cómo? —preguntó Jules, intentando sonar indiferente, aunque su corazón golpeaba con fuerza.

—Tranquilo. Casi feliz.

Las palabras colgaron en el aire. Jules lo miró, sorprendido, y por un instante estuvo a punto de responder con algo igual de sincero. Pero antes de que pudiera abrir la boca, un maullido agudo interrumpió la escena.

—¿Qué pasa ahora? —dijo Jules, levantándose de golpe.

Era Nimsu. El gato había intentado saltar desde una silla al mueble de la cocina, pero el aterrizaje no había salido como esperaba. Cayó torpemente y al reincorporarse, cojeaba visiblemente de una de sus patas traseras.

—¡Nimsu! —exclamó Enzo, arrodillándose de inmediato junto al gato.

Jules también se agachó, su instinto de veterinario activándose al instante.

—Déjame ver, tranquilo, no parece grave —dijo con calma, palpando la extremidad con cuidado mientras Nimsu maullaba suavemente.

Enzo lo miraba con el ceño fruncido, preocupado como si se tratara de un niño y no de un gato revoltoso.

—¿Está bien?

—Creo que solo fue un mal apoyo. Nada roto, pero tendrá que descansar un poco. —Jules acarició con suavidad la cabeza del felino, que ya parecía más tranquilo—. Estarás bien, grandullón.

Enzo soltó un suspiro aliviado, tan largo que Jules no pudo evitar sonreír.

El momento que se había estado gestando antes parecía haber desaparecido con el susto, pero en realidad, algo había cambiado. Enzo extendió una mano y la apoyó brevemente sobre la de Jules, todavía posada en el lomo de Nimsu.

—Gracias —murmuró.

Jules lo miró, y por primera vez no intentó apartar la mirada. Había algo cálido, casi vulnerable, en la expresión de Enzo. Algo que lo desarmaba.

—No tienes que agradecerme —respondió, en voz baja.

Hubo un silencio más íntimo que cualquier confesión. El roce de sus manos permaneció unos segundos más de lo normal, hasta que el propio Jules, con un rubor evidente en las mejillas, decidió levantarse para llevar a Nimsu a un rincón cómodo con una manta.

La noche acabó entre risas nerviosas y cuidados para el gato. Ninguno dijo lo que estaba a punto de confesarse antes del accidente, pero ambos lo sabían. El amor estaba ahí, creciendo a su manera, interrumpido por maullidos, torpezas y silencios, pero innegable.

Al despedirse en la puerta, Enzo sonrió de un modo distinto, más tierno, más abierto. Jules sintió que el corazón se le aceleraba, aunque solo respondió con un leve "buenas noches".

El eco de lo no dicho quedó flotando entre los dos, tan claro como si lo hubieran pronunciado en voz alta.



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En el texto hay: amistad, romance bl

Editado: 26.08.2025

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