Enzo estaba en su tienda, rodeado de telas y bocetos. Nimsu dormitaba en su regazo mientras Hari jugaba con un ovillo de hilo cerca del suelo. Tenía una libreta abierta frente a él, llena de anotaciones y pequeños dibujos: ideas para la boda que soñaba con Jules, detalles de decoración, colores, flores y canciones que surgían de conversaciones casuales.
—¡Mira esta tela! —dijo Enzo, mostrando un terciopelo azul intenso—. Me encantaría usar algo así en mi boda. Sería elegante, ¿no crees?
Jules sonrió y asintió, concentrado en organizar algunos pedidos. —Sí, es bonito. Muy sobrio, pero elegante.
Enzo anotó mentalmente cada detalle. Cada comentario de Jules, cada gesto de aprobación o desaprobación, se convertía en una pieza del rompecabezas que estaba armando para el día que ambos compartieran.
Mientras doblaban telas y preparaban bocetos de nuevos vestidos, Enzo comentaba de manera casual:
—Estas flores secas se ven tan delicadas… Me encantaría tener algo así. No sé, es algo natural y sencillo.
—Suena bien —dijo Jules, sin pensar demasiado—. Es elegante y relajado a la vez.
Nimsu maulló suavemente, y Enzo lo acarició mientras seguía anotando ideas. No necesitaba preguntar nada directamente; cada conversación cotidiana le daba pistas para su plan secreto.
—¿Y esta canción? —Enzo tarareó un fragmento de música clásica mientras colocaba un maniquí—. Siempre me ha gustado la sensación que da… Creo que sería perfecta para un baile tranquilo.
Jules levantó la mirada y sonrió.
—Sí, tiene algo especial.
A cada pequeño comentario, Enzo sonreía. Todo lo que Jules decía o mostraba interés se guardaba en su memoria. Poco a poco, sin que Jules se diera cuenta, Enzo iba construyendo la boda perfecta, basada en los gustos y deseos que él mismo iba descubriendo de manera natural.
Cuando Jules salió a atender un pedido, Enzo se quedó acariciando a Nimsu y observando a Hari. Un día, pensó, todos esos detalles se unirían en una ceremonia que reflejaría su amor, sus risas, sus días compartidos y sería perfecta.