Jade
Todo el día los chicos han actuado extraño.
Ya sé que es mi cumpleaños, y sinceramente odio que llegue esté día porque todos me mira como si fuera a pasar algo, como si cualquier gesto—o palabra— fuera a romperme. Además, muchas veces tengo que fingir que no noto sus miradas de pena hacia mí. No es nada agradable.
Los primeros años después de la muerte de mis padres sufría de ataques de pánico al llegar este día. Es una sensación horrible. En mi caso, mi visión se nubla completamente, veo todo en negro, mi oxigeno se reduce y me desespero por no poder respirar, y mi mente comienza a repetir una y otra vez el accidente que tuve con mi padres. Gracias a Dios hace dos años deje de sufrirlos y pude dejar las pastillas que me recetó el psiquiatra. Sin embargo, aún las conservo en caso de alguna emergencia o recaída, como dice el dicho es mejor prevenir que lamentar.
En fin. La cosa es que, literalmente, todos me ignoran. Por ejemplo, normalmente todos los días me despierto con un mensaje de Grayson y hoy no recibí ninguno. Liv normalmente me hace mi desayuno favorito, pero hoy se fue temprano al hospital y sólo me dejó una nota diciendo que llegaría en la noche.
Angie, bueno, ella sólo me mandó un mensaje diciendo que saldría con Sam y no vendría sino hasta la noche.
Bueno, no importa, en realidad no estoy de humor para nada. Estoy alistándome para comenzar el ritual que hago este día. Ir al cementerio y pasar un par de horas hablando con mis padres. No creo que sea raro, en realidad es liberador ir y poder charlar con ellos. Aunque no estén presentes, tengo la fe de que me pueden escuchar donde quiera que estén. Les hablo de todo y de nada, y por supuesto les digo cuanto los amo y los extraño.
Luego regreso a casa y veo una película con Liv y Angie, como si fuera un día cualquiera. Hace tiempo entendieron que no era buena idea celebrar algo que me recuerda tanto dolor. Aprecio que entiendan eso, lo último que deseo es eso, celebrar un día en que perdí a dos de las personas más importantes de mi vida.
Son las dos de la tarde cuando estoy lista para partir. Llevo unos jeans, botas negras de tacón bajo y una blusa roja con mangas hasta los codos. A mi madre nunca le gustó ir al cementerio con ropa de luto, decía que ya era lo bastante fúnebre como para agregarle más, así que siempre utilizaba algo de color cuando iba a visitar la tumba de mis abuelos.
El cementerio está en las afueras de la ciudad, y desde casa lleva cerca de una hora de viaje. Bajo las escaleras y tomo los tulipanes que compré en la floristería por la mañana. Los tulipanes eran las flores favoritas de mamá, y como papá amaba tanto a mamá, también eran sus favoritas. Nunca olvido comprar un gran ramo para ambos.
En el viaje de ida solo puedo pensar en el cambio que dio mi vida en un tiempo tan corto. Grayson me salvo.
Cuando llego al cementerio me sorprendo al no sentir la opresión en mi pecho. Supongo que en eso también me ayudó Grayson, a no sentirme culpable por algo que nunca hubiera podido predecir.
Las tumbas donde descansan mis padres no están tan lejos de la entrada así que llego rápido a ellas. Al frente de ella mandamos a colocar una banca de cemento donde Liv y yo pudiéramos sentarnos cuando viniéramos. En sus lapidas se encuentra una foto de ellos sonriendo alegremente a la cámara, también se puede leer “José y Amelia Thompson. Amados padres que se fueron dejando un gran legado en el mundo”. No estoy segura de sí soy un gran legado, Liv tal vez lo sea, pero era algo que nos decían a menudo, que el día que ellos murieran el consuelo que les dejaba era el saber que dejaron un buen legado en el mundo, así que eso fue lo que les dimos.
Dejo las flores en su lugar y me siento en la banca.
—Hola, mamá. Hola, papá—les regalo una sonrisa genuina—. Sé que las veces que he venido no he podido regalarles esa sonrisa que tanto les gustaba, pero conocí a un chico que cambió eso. Su nombre es Grayson, sé que lo amarían. Es tan dulce, cariñoso, detallista, caballeroso, me hace reír aunque no es un payaso, a menos que esté Sam cerca. Sam es el novio de Angie, también lo amarían a él.
Las lágrimas me apuñalan la parte trasera de los ojos, amenazando con escapar, pero me obligo a ser fuerte e intento contenerlas.
—Al principio estuve reacia a que se acercara a mí—continúo—, pero parece que es un encantador o un hipnotista, porque poco a poco fue destruyendo las barreras que había construido a mi alrededor y se abrió paso a mi corazón.
No sé si estoy loca, pero comienzo a sentir esa energía que sentía cuando mis padres estaban alrededor. Como si estuviera sentada entre ellos mientras me escuchan atentamente. Y quiero imaginar que es así, nada me haría más feliz que ellos de verdad puedan escucharme.
—Hoy son cuatro años desde su partida, eso es desgarrador. Sé que los hijos deben enterrar a sus padres, pero nunca pensé que tendría que hacerlo tan pronto con los míos. Siempre creí que conocerían a sus nietos, que mi padre me llevaría al altar cuando fuera a casarme y que mi madre estaría sentada al frente, llorando de felicidad—limpio las lágrimas que se me han escapado, aunque intenté que eso no sucediera—. Pero sé que, aunque no estén físicamente presentes, sus espíritus estarán acompañándome en todos los momentos felices o difíciles. Ese es el consuelo que tengo.
Y así transcurre el par de horas que estoy en el cementerio. Me la paso hablándoles a mis padres de todo y de nada; de mis clases, de Ben, de Liv, de Angie, de
Sam, de Grayson. En fin, la cuestión sería ¿de qué no les hable? Fue gratificante soltar todo lo que tenía por dentro.
—Bueno, papá y mamá, supongo que debo de irme. Ya son las cinco y es una hora el viaje de regreso—sonrío, a medida que me levanto de donde me encontraba sentada—. Ojalá pudiera recibir alguna señal que pruebe que han estado conmigo todo el tiempo que he estado aquí.