Jade
Me despierto y ya Olivia se ha ido. Debe cumplir su turno en el hospital. No entiendo porque se esfuerza tanto, no es como si fuéramos pobres. No lo sabíamos, pero nuestros padres nos habían dejado un fideicomiso con una gran suma de dinero, por si les pasaba algo. Y claro, por mi culpa les pasó ese “algo”. Bueno, es mejor no pensar en esas cosas.
Me levanto, ordeno la cama y me dirijo al baño. Cuando salgo, vuelvo a mi habitación. Veo mi cama y siento que me llama, pero no puedo permitirme dormir más. No puedo llegar tarde al primer día de clases.
Odio el primer día de clases, ¿y quién no? Pero lo que más odio es tener que levantarme a las siete de la mañana sólo para ver una materia, sobre todo si esa materia es tan fastidiosa como lo es química. No entiendo como deje que Angie me convenciera de tomar este horario con ella. Angie es mi mejor amiga, y la quiero, pero a veces puede ser un verdadero dolor de cabeza.
Cuando ya estoy lista y he terminado de arreglar mi mochila, suena el timbre. No hace falta asomarme por la mirilla para saber que es Angie. Es la única que puede tocar a esta hora.
No he terminado de abrir la puerta cuando Angie ya ha pasado, como perro por su casa.
—Hola, Angie, puedes pasar si quieres—digo con sarcasmo.
—Oh, vamos, cállate. Sabes que te encanta tenerme aquí—dice, apareciéndole de repente un brillo en la mirada—. Aunque claro, todo sería más sencillo si me dieras un duplicado de la llave. Prácticamente vivo aquí.
—Jajá. Tienes un gran sentido del humor. Sí, me gusta tenerte aquí, pero no creo que podría soportar tenerte las veinticuatro horas.
Como cada vez que tenemos esta conversación, Angie hace pucheros y yo ruedo los ojos.
Angie ha sido mi mejor amiga desde jardín de niños. Aunque hace casi cuatro años estuve a punto de perderla por culpa de dos personas que, sinceramente, prefiero no recordar. Ella estuvo presente cuando más la necesité, supo disculparme, y desde allí somos inseparables. Es la única amiga que tengo.
Angie es un par de centímetros más baja que yo —un metro sesenta más o menos—. Aunque no se nota la diferencia. Es flaca, de piel blanca, ojos verdes y cabello color chocolate —con ondas— hasta los hombros. Es hermosa por dentro y por fuera. Es de ese tipo de amiga que sabes que siempre estará allí cuando la necesites. Que peleará con uñas y dientes si alguien te lastima.
— ¿Ya desayunaste?— le pregunto mientras cierro la puerta de la entrada y me dirijo a la cocina.
No sé para qué pregunto. Angie siempre come aquí en temporada de clases.
—Por supuesto que no, boba—me responde. Mientras toma asiento en una de las sillas del mesón—. ¿Qué me vas a preparar hoy?
—Mi especialidad… cereal con leche.
—Sabes, prefiero cuando es Liv la que nos deja el desayuno listo—dice haciendo pucheros—. Por cierto, ¿Dónde está Liv?
—Se fue muy temprano al hospital. Hoy le toca turno.
—Oh, oye, ¿te acuerdas de Lucia?
—Si…—respondo con cautela.
—Bueno, Lucia me dijo que, Darla, la hija de la secretaria del decano, le dijo que hay dos chicos nuevos en la universidad y que esos chicos verán las mayoría de las materias con nosotras—Angie está prácticamente bailando en la silla.
—Y eso es emocionante ¿Por…?
—Porque son dos chicos y nosotras dos chicas, en pocas palabras, un chico para ti y un chico para mí.
—Angie, sabes perfectamente mi opinión sobre tener una pareja. Si quieres conquistar a uno de esos dos chicos pues bien por ti, pero yo no quiero a ninguno para mí.
—Pero… ¿Por qué?
— ¡Porque el amor es una mierda!
—Por favor Jade, solo porque Aa...—la fulmino con la mirada antes de que termine de decir ese nombre—.Solo porque aquel idiota hizo lo que te hizo, no quiere decir que todos harán lo mismo.
—Puede que tengas razón, pero no pienso correr el riesgo. Así que, por favor, cambiemos el tema.
Antes de que responda me dirijo a las escaleras que conduce al primer piso, donde se encuentra mi habitación, para recoger mi mochila. Cuando regreso, Angie está parada al lado de la puerta de la entrada. Con los brazos cruzados.
—Sé que fuiste rápido a buscar tu mochila para evitar el tema del que hablábamos. Sólo porque sé que debes de estar cansada del asunto, lo voy a dejar.
—Gracias.
—Pero… eso no significa que no lo retomemos luego.
—Lo sé—digo rodando los ojos. Resignada.
—Jade, sabes que soy hija única. Liv y tú son las hermanas que nunca tuve. Quiero tener sobrinos. Pero al paso que vas, serás la tía solterona que vive con treinta gatos.
—Angie, ya deja de decir bobadas y cállate.
—Ok, pero después no digas que no te lo advertí.
—Aja, claro, ahora muévete. Tenemos que llegar temprano a la universidad.
Después de cerrar la puerta nos dirigimos rápido a mi coche. Porque si hay algo que odio más que ver clases a las siete de la mañana un lunes, es ser impuntual.