Alice
No dormí la noche siguiente, ni tampoco la que seguía a esta. Tan solo cuando los párpados me pesaban tanto que era incapaz de mantenerlos abiertos fui capaz de dormir. Me encontraba agotada tanto física como mentalmente y llegó un momento en el que ya no pude aguantarlo más. Creo que dormí muchísimo, de un tirón y lo más importante: sin sueños, o al menos esa fue la sensación que tuve al despertar.
Ya habían pasado los cinco días de viaje que me habían dicho los fríos que serían y yo me encontraba más ansiosa que nunca por encontrar respuestas. Mis acompañantes no me habían hablado los últimos días y yo me los había pasado hablando sola o cantando alguna canción para no volverme loca, aunque estaba segura de que cualquiera que me viera en ese momento pensaría que había perdido la cabeza por completo. No recordaba la última vez que me había dado un baño con jabón y mi olor corporal se hacía evidente hasta a tres metros a la redonda. Por si aquello fuera poco, mi cabello se encontraba completamente enredado y sucio, mi rostro grasoso y mi ropa rota había cambiado incluso de color, hacia uno más marrón.
- ¿Cuántos días de viaje faltan? - pregunté cuando llegó el sexto día y todavía no habíamos llegado a nuestro destino. No debía de faltar mucho, ya que a medida que avanzábamos el viento se volvía más frío y la nieve caía con más intensidad, acumulándose en el terreno y cubriéndolo cada vez más.
- Mañana. - respondió solemnemente el único frío que se había dignado a pronunciar palabra en todo el viaje. Lo poco que había dicho, había sido pronunciado prácticamente en monosílabos y con retraso y me dio la sensación de que no debía de pensar mucho, parecía un autómata. Aunque, ¿quién no lo era hoy en día? En un mundo lleno de autómatas, lo diferente se supone que te hace especial y único, pero no todos se arriesgan a serlo, tienen miedo de ser excluidos de la sociedad y prefieren pasar los días como autómatas, pensando y actuando igual que el resto. O tal vez no fuera eso, puede que todos los fríos fueran así, incapaces de comunicarse mediante las palabras. Fueran como fueran, estaba a punto de descubrirlo.
Los días de viaje se me habían llegado a hacer hasta monótonos, ya que no había ocurrido ningún incidente más desde que casi me ahogo en aquel lago. Nos pasábamos el día caminando, hasta que yo caía prácticamente muerta del cansancio y me ponía a dormir - si es que lo conseguía -. Probablemente ese fuera el motivo por el que todavía no habíamos llegado al reino de los fríos, seguramente mis acompañantes llegaran en cinco días a pie y yo necesitara dos más.
Aquel día en el que mi vida iba a cambiar todavía más, aquel en el que ya no volvería jamás a ser la misma de antes, empezó como cualquier otro de aquella semana. Me levanté con los primeros rayos de luz y nos pusimos en marcha de nuevo tras comer algo de fruta de mi bolsa mágica.
- Mediodía. – murmuró el frío que hablaba mínimamente, mientras caminábamos por el bosque.
Me recorrió un escalofrío al comprender lo que acababa de decir: llegaríamos en unas pocas horas. No pude evitar tampoco que las dudas se apoderaran de mí, pero ya era tarde para echarse atrás. Pronto conocería a mi padre y todo cambiaría.
Aquel último tramo del trayecto fue el más difícil, debido a que la nieve lo cubría todo y hacía que al caminar tuviera que hacer el doble de esfuerzo. Ahora comprendía el por qué no usaban caballos los fríos, avanzar con estos por la nieve sería prácticamente una misión imposible. Apenas me quedaba aliento cuando finalmente visualicé casas a lo lejos y una enorme barrera transparente pero visible que lo cubría todo, como si de una pompa de jabón se tratase, con la diferencia de que esta podría ser letal para quien no fuera frío. La barrera de los cálidos no me había matado, por lo que supuse que esta tampoco lo haría. Al fin y al cabo, corría sangre de ambos bandos por mis venas.
Mis acompañantes la traspasaron sin ninguna dificultad, ni se inmutaron. Yo, en cambio, me quedé recelosa ante esta, respirando profundamente y pensándomelo más de la cuenta. Sin embargo, no era la barrera lo que me daba mala espina, sino los fríos. ¿Realmente serían como los cálidos creían? La incertidumbre me abrumaba, me concomía por dentro, pero tenía que ser valiente por una vez en mi vida, sino nunca me lo perdonaría.
“Morirás” recordé que me había dicho Skay, advirtiéndome de que no estaba preparada para lo que estaba a punto de hacer.
Y tenía razón.