Alice
Había dejado de respirar.
Mi corazón latía a un ritmo descontrolado.
Mis ojos, llorosos.
Por un momento, dejé de escuchar todas las voces que se entremezclaban en el coliseo y miré a Skay como si no hubiera nadie más allí. Y fue entonces cuando recordé por primera vez algo que había olvidado. Una imagen cruzó mi mente de nuevo, no era solo un sueño esta vez: el cuerpo frío de Skay entre mis brazos... aunque yo sabía que ese no era su nombre para entonces.
Yo le había visto morir y todavía sentía una pena inmensa en mi alma. El sufrimiento había sido tan real que aún lo sentía como si fuera reciente.
Mi padre decía la verdad: yo era Sophie. Lo sabía, lo sentía en mi sangre.
"Nuestro amor está prohibido" recordé que me había dicho en un susurro mi amado, y dos mil años más tarde, todavía recordaba su aliento susurrándome a la oreja.
Sentí que un escalofrío se apoderaba de mí y, a pesar de todo lo ocurrido, volví a sentirme débil. Parecía que todos estuvieran jugando conmigo en aquella vida, como si mis pecados no hubieran sido ya pagados, como si todo lo que recordaba haber pasado y lo que ya había soportado pero olvidado, no hubiera sido suficiente.
Yo era Sophie, pero cuando Skay me había contado mi propia historia, algo que supuestamente había sucedido hacía miles de años, la había sentido como si me explicaran una leyenda difícil de creer, un cuento completamente fantasioso que poco tenía que ver conmigo.
¿Realmente había robado tres almas inocentes por simple placer? ¿Había yo creado a aquellos seres sin corazón? La cabeza iba a explotarme de un momento a otro... tal vez los motivos por los que los Dioses me odiaban fueran estos. Puede que mereciera ser odiada por todos por lo que había hecho, incluso a pesar de no recordar mis crímenes.
¿Pero qué crimen había cometido Skay? Skay... el chico arrogante que me había cautivado desde el primer momento, una persona a quien parecía que no conocía apenas, pero de quien podría adivinar hasta sus gustos más escondidos. Sentía que lo conocía incluso mejor que él a sí mismo. Y ahora estaba a punto de volver a verlo morir, justo delante de mí.
Me volví pálida e inmóvil, no podía volver a permitirlo, pero por alguna extraña razón me encontraba incapaz de hacer nada. ¿Dónde había ido todo ese orgullo que había sentido recientemente? Por un momento, había vuelto a ser la Sophie que fui hacía dos mil años. Había sido una mujer fuerte, autoritaria, orgullosa… llegué incluso a creer que era como una Diosa. Sin embargo, ahora la inseguridad y la cobardía de Alice parecía que volvían a reflejarse en la persona que era en ese momento, o tal vez no hubiera una Sophie y una Alice por separado, puede que solo hubiera un yo.
¿Quién era realmente? Una reina o una niña? Es probable que fuera ambas cosas.
- No... otra vez no. - susurré al recordar una agonía tan fuerte que en un momento supliqué poder olvidar. - "Julen" - murmuré el nombre del muchacho que había visto morir hacía más de dos mil años. El mismo que estaba en ese momento en la arena, luchando por su vida contra otro guerrero que seguramente tampoco quería luchar.
- ¿Por qué? - inquirí, todavía en shock y sin comprender nada. Mis lágrimas caían por mis mejillas a borbotones, mientras la imagen de mi amado muerto seguía viva en mi mente, desgarrándome por dentro. Un grito de rabia salió de lo más profundo de mi alma. Prácticamente había olvidado dónde me encontraba, el presente había dejado de tener sentido cuando empezaba a recordar mi terrible pasado.
"Burlaste a los Dioses. Ahora aprenderás a temernos." escuché en un susurro la voz grave de Hades, demasiado cerca de mí.
Me giré de repente, presa de la furia, pero a pesar de que sentía su presencia, no se dejaba ver y sabía que después de haberle herido, no solo físicamente sino también a su orgullo, tardaría bastante en volver presentarse delante de mí.
Sí, yo era Sophie y por ello, muchas imágenes de mi pasado habían inundado mi mente aquellos días. Por eso los Dioses me odiaban, por quién había sido hacía dos mil años. ¿Pero qué había hecho para merecer tanto dolor? Mi alma estaba inundada de pena y rencor.
Apenas me di cuenta cuando mis lágrimas empezaron a evaporarse por el vapor que desprendía mi cuerpo. Ageon había empezado a hablar, pero ya no le escuchaba, él había sido el detonante final para que empezara a recordar y a comprender quién era en realidad. Ahora podía recordar hasta dónde era capaz de llegar mi inmenso poder… y era prácticamente infinito.
El rey calló cuando sintió el fuego crepitando a su alrededor y el verdadero miedo se internó en sus ojos en aquel momento. Había cometido el más grave de los errores: había hablado más de la cuenta y había provocado que recordara quién había sido. Ahora no tenía ningún motivo para quedarme en aquella gran cárcel de hielo.
- Hija… - murmuró en un tono suplicante, temblando al ver en qué me había convertido en tan poco tiempo. O mejor dicho, en quién volvía a ser.
Ahora que había recuperado mi nombre, muchas imágenes del pasado recorrían mi mente, pero todavía me quedaban demasiadas en blanco.
Todo el coliseo calló en ese momento e incluso la lucha en la arena se detuvo. Noté la mirada de Skay atravesándome, pero no se le veía muy sorprendido. Al fin y al cabo, ya me había visto en aquel estado, solo que no lo recordaba.