Alice
Estaba dispuesta a encontrar a Mnemosina, pero no tenía ni idea de cómo. Tampoco tenía muy claro qué tipo de prueba me pondría, ni si sería capaz de superarla. La incertidumbre iba a acabar con la poca cordura que me quedaba.
Sin embargo, encontrar a la Diosa de la memoria fue más sencillo de lo que en un primer instante podría haber parecido, ya que, al parecer, una vez rechazabas la posibilidad de que Leteo borrara tus recuerdos, solo te quedaba la opción de que Mnemosina te pusiera a prueba. Si pecabas de orgullo, cuando no eras digno, tu castigo era el de arder en el infierno. ¿Era ese el destino que me esperaba?
Sentí por un momento la necesidad de ir por el camino fácil, olvidar todo el sufrimiento que estaba sintiendo y vagar en silencio y con la cabeza vacía por el resto de la eternidad. Mucho mejor que arder y recordar lo inútil que era en realidad. Pero la única alternativa buena posible, se encontraba en Mnemosina, y debía tener un poco de fe, incluso a pesar de estar arriesgando mucho.
Leteo esbozó una ligera sonrisa al escuchar mis palabras, las cuales habían sonado menos confiadas de lo que había planeado previamente en mi cabeza. Seguidamente, sin decir nada más, desapareció delante de mis narices, tan rápido como había aparecido.
En su lugar, sin que apenas tuviera tiempo a reaccionar, apareció otro ser de aspecto femenino. A diferencia de la diosa Leteo, la diosa Mnemosina no lucía un aspecto fantasmal, sino que, todo lo contrario. Tenía el cabello negro y tan largo que le llegaba hasta el suelo, los ojos de un color violeta profundo, los labios carnosos y rojos, y la piel parecía un poco bronceada. Además, lucía una túnica blanca impoluta y unas sencillas sandalias.
Su mera presencia en el metamundo, parecía fuera de lugar, ya que jamás habría proyectado a un ser tan bello en un lugar tan espantoso.
- Así que tu eres la famosa Sophie de la que todos los dioses, semidioses, ninfas y criaturas de otros mundos, hablan... Por fin nos conocemos. – dijo Mnemosina, con un semblante serio, y repasándome con la mirada de arriba abajo, casi como si no quisiera perderse un solo detalle de mí.
- Eso creo. – murmuré, expectante, todavía en shock por la belleza que desprendía aquella diosa.
- Has recuperado algunos recuerdos de tu vida pasada. Eso es algo que nunca nadie, desde que el cosmos se creó, ha conseguido. – espetó la diosa, y tras una pausa larga en silencio, se acercó de repente a mí.
Mnemosina empezó a dar largos pasos a mi alrededor, y empezó a estudiarme detenidamente: cada pliegue en mi piel, cada lunar, mancha, pelo, rostro, ritmo cardíaco, frecuencia respiratoria... Seguidamente, acercó su rostro a pocos centímetros del mío, tan cerca que, de haber sido un ser que necesitara respirar, habría podido escuchar su respiración.
Seguramente debió oler mi miedo, pero igualmente no me acobardé. Me mostré serena y con la cabeza bien alta en todo momento.
A continuación, la deidad prosiguió hablando:
- ¿Te crees importante? ¿Especial? ¿Eres tan orgullosa de creer que eres capaz de superar la prueba a la que te voy a someter? ¿Consideras que mereces el poder que podría otorgarte? ¿La sabiduría del cosmos, de todo lo que te rodea, lo que está por venir y lo que ya pasó? ¿El regreso a la vida?
Su tono de voz fue creciendo a medida que iba haciendo las preguntas, hasta el punto que poco le faltó para estar gritándome en la cara.
Sentía el ritmo cardíaco de forma frenética. ¿Cómo podía ser si estaba muerta? ¿Acaso era todo una simulación de cómo reaccionaría mi cuerpo ante una situación como aquella?
Me quedé muda ante todas sus preguntas por un breve periodo de tiempo.
Finalmente logré articular:
- No lo merezco ni mucho menos siento que soy especial. No he hecho nada más que cagarla repetidamente en mis vidas... pero lo necesito.
Mnemosina se apartó de mí rápidamente. No dijo ni una palabra, pero no desvió su mirada de la mía ni un solo segundo. Seguía estudiándome, intentando saber cada pequeño detalle de mí.
- Veamos si lo que dices es cierto. – sentenció.
Aquellas fueron las últimas palabras de la diosa de la memoria, antes de que todo a mi alrededor se volviera borroso. El metamundo desapareció por completo, y en su lugar, fueron materializándose mesas y sillas, junto a una pizarra. Lo siguiente, fueron los adolescentes y el olor característico de sus hormonas en el aire de la clase.
De repente, me vi sentada en una de esas sillas, dirigiendo la mirada hacia el profesor de matemáticas. Una ecuación de segundo grado estaba reflejada en la pizarra.
Estaba en mi instituto, aquel que había dejado hacía menos de lo que parecía.
Dirigí mi mano hacia un mechón de mi cabello y observé que este era tan blanco como la mismísima nieve. ¿Dónde había ido a parar el cabello rojo como el fuego?
Estuve a punto de entrar en pánico. Todo era demasiado real. ¿Había vuelto de verdad a la Tierra? ¿Dónde todos me trataban como si fuera un bicho raro? ¿Dónde nadie me veía especial? Y sobre todo... ¿a años luz de Skay?
Toqué la mesa, sintiéndola bajo mis yemas. Me pellizqué incluso para sentir el dolor.
Respiré profundamente, no podía entrar en pánico. No podía. Sin embargo, cuando el profesor Ignacio dirigió su voz hacia mí, casi me da un infarto:
- Señorita Alicia, la veo un poco alterada. Pensaba que, al dormirse en mi clase, al menos se despertaría calmada.
Ahogué la respiración justo en ese preciso instante, mientras todos mis compañeros se giraban para dirigir sus ojos hacia mí.
Tragué saliva.
¿Había dicho que me había dormido? ¿Y si todo había sido un sueño? Negué con la cabeza rotundamente, intentando evadir rápidamente esa idea de mi cabeza.
Aunque, pensándolo mejor, lo más lógico sería pensar que nada de todo esto había pasado. Yo nunca había creído en alienígenas, ni dioses, ni caballos de seis patas, y mucho menos que yo pudiera ser de otro mundo o haber vivido otra vida hacía dos mil años. Sin embargo, todo había sido tan lúcido, tan real... igual que mis recuerdos de Julen. Tan real y lúcido como me estaba pareciendo estar en aquella aula.