Fría como el hielo

Capítulo 74

Diana

Sentía todo el cuerpo entumecido y estaba bañada en sangre cuando recuperé la conciencia.

Imágenes de Fausto haciéndome cortes por todo mi cuerpo acudieron a mi mente. Me había cortado incluso la cabellera y rasgado mi top. Y aquello no era lo peor que había hecho conmigo.

Me dio un vuelco al corazón y me estremecí al recordar su cuchillo de hielo recorriendo mi espalda, todo para crear una gran F que dejaría seguro una cicatriz en mi piel.

El miedo me paralizó por unos minutos, pero finalmente fui capaz de reaccionar.

Tan rápido como me fue posible, volví a la realidad de la situación. Para mi sorpresa, me encontraba tumbada sobre las piernas de Akihiko, por lo que fui a comprobar su estado. Ahogué un grito al ver que parecía prácticamente muerto, ya que su tez había perdido todo color posible y se encontraba tan blanco como nunca antes había visto a ningún cálido. Sin embargo, comprobé que todavía tenía un débil pulso. Estaba vivo.

En algún momento, me habían retirado los grilletes, seguramente dándome por muerta o por inútil, ya que mi poder vital había llegado a niveles casi nulos. No tenía ni idea de lo que había pasado ni porqué había recuperado un poco de energía, pero fuera lo que fuera, había hecho que en ese preciso instante no estuviera ya muerta.

A continuación, rompí mi falda para atarme un trozo alrededor del pecho lo mejor que pude. Además, inspeccioné mis heridas con detalle y de la mayoría de ellas había dejado ya de brotar sangre. ¿Cómo había sido capaz mi cuerpo en aquel estado tan débil de activar la hemostasia y que esta actuara en tiempo récord? ¿Cuánto tiempo llevábamos en ese calabozo?

Me percaté entonces de que Skay no estaba con nosotros. Lo busqué con desesperación por cada rincón oscuro, pero no lo hallé en ningún sitio. Mi corazón empezó a oprimirme ante la idea de que le hubiera podido pasar algo.

Teníamos que salir de allí. Juntos y como fuera.

- Akihiko. – le susurré a mi amigo, con ánimo de que reaccionara a mi voz. Seguidamente, me apresuré a moverlo con ímpetu por los hombros. – Por favor, despierta. Tenemos que salir de aquí, no podemos morir así.

Lentamente, el chico abrió sus ojos almendrados.

- Diana... – salió en forma de murmullo por sus labios resecos – No puedo moverme... si intento gastar mi energía... estos grilletes mágicos me matarán... – consiguió articular a duras penas.

Mi mirada se dirigió a los grilletes que consumían al muchacho. Los había olvidado por completo. ¿Cómo conseguiría sacárselos?

- Conseguiré sacártelos. Saldremos de aquí. – sentencié, a la vez que me levantaba lentamente y con dolor.

- Espera... yo quiero confesarte que... – empezó a susurrar Akihiko, con los ojos cada vez más cerrados. Sin embargo, no pudo mantenerlos abiertos por mucho más tiempo ni terminar la frase.

El pánico se apoderó de mí.

- No, no, no... No voy a permitir que mueras. – dije con desesperación, acercando mi cara a la suya para comprobar su estado. Una lágrima corrió por mi mejilla hacia abajo. - ¡¿Qué hago?!

***

Alice

Hades jamás lograría vencerme, ya que podía saber cuál sería su siguiente movimiento en todo momento, internándome en su oscura y retorcida mente.

El dios intentó lanzar maldiciones sobre mí, demonios en forma de sombras, flechas afiladas desde el techo, enfermedades letales, nieblas desintegradoras de materia orgánica... Sin embargo, todos sus intentos fueron en vano.

Skay, se encontraba detrás de mí en todo momento, protegido por un campo de fuerza que había creado a su alrededor. No iba a dejar que nada ni nadie volviera a hacerle ningún daño.

Por otro lado, el contrincante con quien se había estado batiendo a muerte minutos antes, se encontraba en una esquina del coliseo, totalmente olvidado en la escena.

- ¡Maldigo el día en que te creamos! ¡Solo has resultado ser un completo fracaso! – espetó rabioso el dios del metamundo, fuera de sí y con el orgullo por los suelos.

- ¿Otro más? – pregunté, recordándole la deshonra que caía sobre él y sus hermanos tras el desastre de la Tierra.

- Maldita seas Sophie. Maldita seas. – sentenció.

- No me llames Sophie, quiero que me llames Alice. Sophie murió hace mucho tiempo de forma desamparada. Me extraña que no lo recuerdes, teniendo en cuenta tu gran implicación en su muerte. – espeté con un evidente tono de odio en la voz.

Hades se quedó mudo y por su mente aparecieron pensamientos que reflejaban profunda inseguridad e impotencia. Acto seguido, me observó dubitativo y entendió el motivo por el cual ninguno de sus ataques había funcionado.

El terror en su rostro se intensificó.

- ¡Sal de mi cabeza! – rugió a la vez que intentaba dañarme con más ataques. Todos en vano.

En aquel momento, el Dios era el reflejo de la más pura desesperación. Se pegaba puñetazos a la cabeza mientras lanzaba maldiciones a diestro y siniestro, a la vez que caminaba en círculos y gritaba como si lo hubieran poseído.

Era una lástima que tan solo yo pudiera observar a la gran deidad del metamundo en aquel estado de frustración y desamparo. Para todos en aquel coliseo, parecía que estuviera hablando sola.

A pesar de haberme convertido en una deidad gracias a los poderes y sabiduría de la Diosa Mnemosina, mi alma estaba demasiado en contacto con el mundo terrenal ya que había sido creada para vivir en este. Por la cual cosa, todos los mortales serían capaces de verme, escucharme y hablarme, si así lo deseaban.

Eché un vistazo a Skay, protegido dentro de un campo de fuerza. Estaba herido y completamente confuso. Acababa de ver cómo había vuelto a la vida de repente y no solo eso, sino que un Dios que para él era invisible, había intentado matarlo de nuevo.

Ahogué las ganas de acercarme, quedarme abrazada a él dentro de aquella burbuja que había creado a su alrededor y no salir nunca.

De repente, el suelo tembló bajo nuestros pies y el techo amenazó con caerse encima de nosotros. Pequeños trozos de estalactitas diminutas se quedaron en mi cabello y en mi ropa.



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En el texto hay: elementos, amor y magia, mundos

Editado: 28.09.2022

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