Alice
No iba a ser fácil cruzar la ciudad central del reino de los cálidos de lado a lado. No sólo teníamos que ir al ritmo de un Skay todavía dolorido por mi “pequeño” accidente, sino que además mi aspecto era un problema.
Para el actual rey era la verdadera legítima al trono de aquel reino y me tenía un respeto infinito que no acababa de comprender, pero para el resto de la población era la imagen de aquello que más temían y odiaban. Si hubieran visto mi pálida piel, mi claro cabello o mis fríos ojos, habrían optado por lanzarme piedras hasta matarme antes que adorarme por ser hija de la reina Opal, la más cálida entre los cálidos, la más fuerte y la más respetada.
Por eso mismo, Skay me obligó a taparme completamente con una capa de color rojo antes de salir de palacio. Me hizo sentir como la caperucita roja a punto de ser devorada por el lobo.
- Mantente a mi lado en todo momento. No te separes. Si vas conmigo nadie hará preguntas sobre ti, como mucho intentarán averiguar quién se esconde tras la capucha que llevas puesta, pero no debes dejar que te vea nadie.
- ¿Y si me ven? ¿No hay otra manera? Llamaré mucho la atención con el color rojo… – empecé a decir de forma nerviosa y angustiada por lo que estaba a punto de hacer.
- El color rojo es el que utilizan las personas de alta casta. Nadie te molestará si ven que llevas ese color y que vas conmigo. – explicó Skay, mientras se acercaba a mí y me ponía la capucha con suma tranquilidad.
Yo, en cambio, tuve que respirar profundamente para relajarme, al percatarme que se había vuelto a acercar a mí repentinamente y de forma voluntaria. Entonces, esbocé una pequeña sonrisa y le agradecí el detalle.
- ¿No vamos a avisar a tu padre de esto? – le pregunté al chico cuando nos dispusimos a salir por la puerta.
Skay rio sarcásticamente y después respondió:
- Él jamás lo aprobaría. Eres como un preciado tesoro… para él. Mi padre realmente cree que los Dioses eligen los reyes. No se cree digno de llevar la corona, porque los Dioses nunca le han hablado y sabe que no le hablarán.
- Entonces vuestros Dioses son crueles. – remetí en contra esos seres que tanta gente adoraba con ceguera y que probablemente nunca habían hecho nada por ellos.
- Hay Dioses de todo tipo… crueles, sí, pero también los hay bondadosos, inteligentes, hábiles… Pero a pesar de que algunos sean crueles. Todos son superiores a nosotros y perfectos. Un Dios no puede equivocarse jamás y es por eso que les respetamos aparte de habernos creado.
En ese momento, quise hablarle de todo lo que había aprendido en el colegio, explicarle que un mundo no puede surgir de la nada, la materia surgía de algo, no podía surgir de la mano de un ser que creía fantástico. ¿Por qué si los Dioses nos habían creado, quién los había creado a ellos? En mi cabeza no cabía la posibilidad de que las montañas surgieran porque sí, sin el movimiento de las placas tectónicas bajo nuestros pies, tampoco que el agua y los ríos no se hubieran formado a partir de la condensación de distintos gases… pero Skay no me escucharía, ya que a él le habían enseñado a creer en los Dioses, igual que a mí me habían enseñado a creer en la ciencia.
Y a pesar de que no creía en absoluto en los Dioses, no conseguía quitarme de la cabeza a la Diosa Minerva. Quizá tan sólo se tratara de un truco por parte del rey para que aceptara que los Dioses existían… quizá tan sólo me habían engatusado. ¿Pero por qué seguía cuestionándomelo? Yo sabía mejor que nadie la respuesta, pero en ese momento todavía me costaba admitir lo mucho que me infravaloraba y lo poco que me quería a mi misma, por ello, me veía incapaz de ser alguien que no fuera “la fría”.
Me sorprendió la facilidad con la que pudimos salir de palacio al ir yo tapada con una capa. Nadie hizo preguntas sobre mí, ni sospechó que yo me escondía tras la capucha. Aquello me dio ánimos y esperanza para cruzar la ciudad hasta la barrera, sin que ocurriera nada malo.
- Mantente a mi lado en todo momento. – me repitió Skay con un tono de voz autoritario que no daba lugar a ninguna réplica.
¿Y cómo no iba a hacerle caso? Él estaba haciendo por mí lo que nunca nadie se había arriesgado a hacer. Me había tenido entre sus brazos y estaba dispuesto a enfrentarse a su padre si eso significaba que yo podría descubrir quién era realmente y liberar toda la tensión que llevaba dentro.
Había desconfiado de Skay en un primer momento, pero en el fondo siempre había querido poder confiar en él. Y en ese momento, confiaba en Skay ciegamente, tan sólo esperaba no estar equivocándome.