Friendzone

Capítulo 3

«El amor es como el viento, no se puede ver pero se puede sentir»

—Tristán

El reloj de la vieja torre del pueblo marcaba las seis de la tarde cuando sentí que el tiempo me jugaba en contra. Mis pasos resonaban en las calles empedradas, cada sonido un recordatorio de lo cerca que estaba de perder lo que más amaba. El aire olía a lluvia y a tierra, ese aroma que siempre me recordaba a la infancia junto a ella, a los juegos inocentes que con el paso de los años se transformaron en miradas robadas y silencios cargados de todo lo que nunca nos atrevimos a decir.

Emma.

Su nombre recorría mis pensamientos como un eco que no podía callar. Ella estaba allí, en algún rincón, rodeada de amigos, sonriendo como siempre, con esa perfección natural que la hacía destacar incluso en la multitud. Mi corazón se agitaba con una mezcla de miedo y determinación. No quería perderla, pero tampoco sabía si tenía derecho a reclamar algo que tal vez nunca me perteneció.

La fiesta de la universidad se acercaba, y con ella la oportunidad de confesar lo que había guardado por años. Pero antes de ese momento, necesitaba enfrentar la tormenta que se había levantado entre nosotros. Rumores, malentendidos, comentarios venenosos que la habían hecho dudar de mí. Y yo, como un completo idiota, había dejado que crecieran, que se transformaran en muros que ahora debía derribar.

Me detuve frente a la cafetería donde solíamos pasar horas enteras estudiando. La puerta estaba entreabierta, y desde dentro se escuchaban risas. Respiré hondo y entré. Allí estaba Emma, con los brazos cruzados, la mirada perdida en la ventana, ajena a todos los que la rodeaban. La luz de la tarde caía sobre su rostro, resaltando cada detalle, cada curva de sus labios, cada destello en sus ojos.

—Emma… —mi voz apenas fue un susurro.

Ella giró lentamente, y cuando nuestros ojos se encontraron, sentí que el mundo se detenía. Había dolor en su mirada, un dolor que yo había causado. Y eso me desgarraba por dentro.

—¿Qué quieres, Tristán? —su tono era frío, distante, como un muro de hielo.

—Quiero explicarte… —dije, dando un paso hacia ella.

—¿Explicarme qué? —me interrumpió con dureza—. ¿Que todo lo que dicen es mentira? ¿Que los rumores que corren por el campus no son ciertos?

Su voz tembló en la última palabra, y entendí que detrás de esa aparente dureza había un corazón herido que solo necesitaba la verdad.

—Sí —respondí con firmeza—. Todo es mentira, Emma. Nunca hubo nadie más. Nunca quise a otra.

Ella me miró en silencio, como si buscara señales de que mis palabras eran genuinas. Y lo eran. Podía jurar mi vida entera en ese instante.

Me acerqué despacio, temiendo que un movimiento brusco la hiciera huir. Cuando estuve lo suficientemente cerca, extendí mi mano y la tomé suavemente.

—Mírame, Emma. —Suavicé mi voz—. ¿Alguna vez te di un motivo para dudar de lo que siento por ti?

Ella bajó la mirada, sus pestañas largas cubriendo el brillo de sus ojos. No respondió de inmediato, pero el silencio habló por ella.

—Tal vez no… —susurró al fin—. Pero tu silencio, Tristán… tu silencio duele más que las palabras de cualquiera.

Su confesión me atravesó como una lanza. Tenía razón. Yo había callado demasiado, había dejado que mis miedos se interpusieran entre nosotros.

—Lo sé —admití, con un nudo en la garganta—. Me equivoqué. Pero ya no más. No voy a seguir callando, no voy a seguir escondiéndome detrás de excusas.

Levanté su rostro con delicadeza, obligándola a mirarme. Sus ojos estaban llenos de lágrimas contenidas, y en ese instante supe que aún había esperanza.

—Emma, te amo. Desde siempre. Y no me importa si me rechazas, si me mandas directo a la friénzone o si decides que lo nuestro es imposible. Solo necesitaba que lo supieras.

El silencio que siguió fue eterno. Sentía mi corazón golpear con tanta fuerza que temía que todos lo escucharan. Y entonces, ella dejó escapar una risa suave, nerviosa, mientras una lágrima rodaba por su mejilla.

—Eres un idiota, Tristán… —murmuró, pero esta vez su voz ya no era fría. Había ternura, había un atisbo de esperanza.

Me acerqué más, borrando la distancia que aún quedaba entre nosotros, y antes de que pudiera cambiar de opinión, la abracé con fuerza. Emma se quedó rígida al principio, pero poco a poco cedió, dejándose envolver por mis brazos.

En ese abrazo entendí que todavía había un camino para nosotros. Un camino lleno de obstáculos, sí, pero también de amor, de esa fuerza capaz de derribar cualquier barrera.

—No voy a rendirme, Emma —le susurré al oído—. No importa cuánto tarde, siempre voy a luchar por ti.

Y en su silencio, en la manera en que apoyó su cabeza en mi hombro, encontré la respuesta que tanto había esperado.

La noche cayó sobre el pueblo con una calma engañosa, como si el universo quisiera darme unos segundos de tregua antes de arrojarme de nuevo a la tormenta. Emma había aceptado mi abrazo, pero sabía que eso no era suficiente. Era apenas el primer ladrillo en la reconstrucción de un puente que yo mismo había dejado caer en ruinas.

Cuando salimos de la cafetería, las luces amarillentas de los faroles callejeros iluminaban el camino. Caminamos en silencio, cada uno sumido en sus propios pensamientos. Yo quería decirle tantas cosas: que cada segundo sin ella había sido un infierno, que mi silencio no era falta de amor sino miedo, que los rumores no eran nada frente a lo que sentía en mi pecho. Pero las palabras se me quedaban atoradas, presas de un temor infantil a perderla de manera definitiva.

—¿Por qué nunca me lo dijiste antes? —preguntó de repente, rompiendo el silencio.

Me quedé quieto, mirando el suelo empedrado como si en él pudiera encontrar una respuesta que no sonara estúpida.

—Porque pensé que no era suficiente —confesé al fin—. Siempre te vi como alguien tan fuera de mi alcance… tan perfecta… Yo era solo el empollón, el que pasaba horas estudiando mientras tú eras el centro de todas las miradas.




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