Año 215 del Dios Inmortal, costa noroeste del país de Silan.
Grimz, un ser que no puede ser comparado con las demás razas, se encontraba saliendo del interior de una pequeña, pero profunda cueva, que estaba situada a las orillas de un gran acantilado que daba con el mar.
"Otra vez… nada." Susurró con un suspiro, viendo la poca luz que emanaba el final del estrecho túnel en el que estaba. "¿Dónde te metiste Silan? ¿Dónde estás y qué haces ahí?"
Pensativo, Grimz empezó a planear sus próximos viajes en busca del rastro de su viejo amigo, mientras los truenos retumbaban a lo lejos, anunciando la tormenta que había en el exterior. Al salir de la cueva, su concentración no fue arrebatada por el caos desatado en el acantilado ni por los torbellinos que danzaban a lo lejos, sino por un maná familiar, uno que jamás podría confundir.
"Ese maná… ¡Es de padre! Pero, ¿por qué?" Se preguntó Grimz con una cara sorprendida, mirando al cielo mientras su elegante ropa se empapaba por la lluvia.
Sonriendo, supo qué hacer a partir de ese momento.
"Es raro que se manifieste tan lejos del planeta, y que lo haga después de tantos milenios." Susurró a la nada, cambiando su mirada al descontrolado mar. "Pero si lo hizo, es porque pasarán cosas interesantes."
Levantando una sola mano, el maná recorrió su cuerpo hasta cambiar la naturaleza del clima, parando por completo la tormenta en un par de segundos. Las nubes, el mar y todo hasta el horizonte se había calmado, haciendo que el ambiente mismo se sintiera confundido por el repentino cambio.
Con las nubes separándose, los rayos del sol no tardaron en reflejar cada rincón del suelo mojado, haciendo que toda la escena sea bella y serena a la vista.
Grimz, con una actitud más animada, saltó a las profundas aguas del mar que tenía enfrente, pero al tocarlas, no se hundió, sino que logró pisarlas tan firmemente como si de tierra se tratase, y todo gracias a una familiarizada técnica que sabía.
"Bien, una vez encuentre a Silan, tendré que hacer varias visitas."
Caminando sobre el mar, su figura humanoide se fue desvaneciendo poco a poco a medida que se alejaba por el horizonte, antes de perderse por completo una vez pasaron unas horas.
…
Año 248 del Dios Inmortal.
Grimz, una vez pudo encontrar el rastro de su amigo Silan, el Dios Demonio, volvió a pisar las tierras de Alister después de cientos de años, el país en donde algunos de los espíritus que su Padre había traído habían llegado.
"Sí… ahora que estoy acá, puedo sentirlo con más fuerza." Comentó con los ojos cerrados, percibiendo los débiles rastros del maná de su padre. "2 de los espíritus que Padre envió a este mundo los trajo a este país."
Con dos direcciones a donde ir, Grimz decidió adentrarse primeramente por el desierto, para así ir a por la que estaba en la parte este del país de Alister.
Caminando por más de una semana, pasó por una pequeña zona rocosa, en donde vio desde lejos como varias personas desenterraban una parte del desierto, encontrando varias armas y cadáveres cerca al lugar en donde el espíritu había llegado.
"Interesante, parece que su llegada fue especial." Dijo al aire antes de desviarse por otro camino. "El espíritu llegó a ese lugar, pero parece que principalmente estuvo en este otro lado, porque la magia de padre se disipó allá."
Caminando por un par de horas más, llegó a una pequeña explanada, en donde, después de usar un hechizo llamado Timeseer, pudo ver con sus propios ojos una proyección del pasado, una proyección verdosa y poco detallada que cubrió todo el ambiente en el que estaba.
Sonriendo, vio con alegría a una familia dragontina de tres personas, o bueno, cuatro contando al espíritu que se apoderó del bebé.
"Sinceramente, no esperaba encontrar algo como esto." Comentó para sí mismo, viendo cómo a este bebé le era entregado una parte de la Chispa Divina del Dios Dragón.
"Si padre sabía que eso pasaría, significa que el Ocaso de los Dioses está cerca." Continuó, antes de adelantar el tiempo en su proyección hasta ver cómo estas personas señalaban un mapa, apuntando a la ciudad de Birton, en el Reino de Flok.
"Supongo que tendré que hacerles una visita cuando termine de investigar al otro espíritu."
Satisfecho por la información que obtuvo, Grimz se marchó caminando hacia el Oeste, hasta que al amanecer se le apareció un grupo de 20 personas de distintas razas, rodeándolo inmediatamente.
"¡Alto ahí!" Declaró una voz gruesa a lo lejos, que venía de un humano parado sobre un fennet, un animal de unos 10 metros de altura parecido a un zorro.
"Ohh…" Dijo en voz baja Grimz, reconociendo al instante a la persona que tenía enfrente. "Un gusto, Dued de los zorros blancos, no esperaba encontrarme a bandidos tan conocidos por esta parte de Alister."
"¿Eh? ¡Así que nos conoces!" Gritó Dued, antes de soltar una profunda carcajada mirando a sus hombres. "Jajaja, ¡ven, chicos! ¡Ya somos conocidos hasta en Alister!"
"¡Solo por reconocernos no te mataremos! Con la condición de que entregues todo lo que tienes y vayas a esparcir más nuestro nombre sobre estas tierras." Dijo en voz alta con buen ánimo, antes de que su expresión cambiara repentinamente.
"Gracias por la oferta caballeros, pero tengo prisa, así que si me disculpan, iré a encontrarme con mi destino." Pronunció Grimz, caminando sobre la arena hacia uno de los lados del círculo de hombres que hace poco se había formado, saliendo del mismo mientras todos se quedaban en silencio.
"¡¡Maldito!! ¿¡Qué te crees para rechazar la oferta de nuestro jefe!?" Reclamó uno de los hombres de Dued que se había quedado a su espalda, alzando el enorme mazo que llevaba en sus manos con la intención de matarlo.
Grimz, un poco molesto por su actuar, detuvo su ataque con una sola mano, con tal facilidad y gentileza que hizo parecer que el ataque no tenía ninguna fuerza.